Entrevista con Íñigo Pirfano,
director de orquesta, compositor y ensayista*
Félix Población
Desde hace más de una década, el director de orquesta Íñigo
Pirfano (Bilbao, 1973) está al frente de una iniciativa musical cuya raíz se
afinca en 2003, año en que la Unesco declaró la Novena Sinfonía de Beethoven
Patrimonio de la Humanidad. A kiss for all the world lleva esa
música y el poema de Shiller por el mundo, dirigida a colectivos sin acceso a
una sala de conciertos por sufrir unas condiciones de vida muy precarias. Con
ello se pretende acercar el mensaje profundo y transformador de la gran obra de
Beethoven a colectivos vulnerables de nuestro planeta. Entiende el director
vasco, autor de varios y amenos ensayos de divulgación musical, que si la
Novena de Beethoven es Patrimonio de la Humanidad, es patrimonio de toda
la humanidad.
-Hasta ahora, cinco giras internaciones (Colombia,
Panamá, Perú, Alemania y R. D. del Congo). La Novena ha sonado en cárceles,
hospitales, centros psiquiátricos, campos de refugiados y barrios marginales.
¿Cómo resumes esa experiencia y cuáles son vuestras próximas giras?
-Puedo decir con enorme satisfacción que se han
cumplido con creces nuestras expectativas. Ante esta música maravillosa, la
respuesta entusiasta es inmediata. Aunque las personas ante las que hemos
tocado muchas veces no están familiarizadas con tales manifestaciones
artísticas, sin embargo resultan transformadas al calor de los versos de
Schiller con los que termina esta obra: “Abrazaos, multitudes, / este beso al
mundo entero; / hermanos: sobre la bóveda celeste / debe habitar un Padre
amoroso”. Pienso que Beethoven nos mira con afecto desde el Elíseo. Entre los
próximos destinos internacionales se encuentran México, Chile, la India y
Lituania.
- Centrados en España, ¿qué
piensas de nuestra enseñanza y cultura musical, y hasta qué punto el grado de
cualificación de la primera puede influir en la segunda?
- España es un país con un gran talento
musical. Basta ver las meteóricas carreras internacionales que están haciendo
algunos de nuestros cantantes, instrumentistas, directores de orquesta,
compositores, etc. para darse cuenta. Sin embargo, muchas veces la enseñanza
musical no está bien planteada ni en las escuelas, ni en los conservatorios. En
mi carrera profesional me he encontrado con muchos músicos que poseen una gran
preparación técnica, pero que carecen de una formación humanística que se sitúe
al mismo nivel. Pienso sinceramente que éste debería ser un aspecto nuclear de
la formación musical, porque, como decía Rostropovich la música no se toca con las
manos, sino con el espíritu. La falta de cultura musical en nuestro país tiene
más que ver con la falta de una tradición sólida. Al contrario de lo que sucede
en los países anglosajones, la música nunca ha ocupado el lugar que debería ni
en los sistemas educativos, ni en el ámbito familiar. Esto ha generado que en
España se pueda hablar de un auténtico analfabetismo musical al que,
desgraciadamente, nos hemos acostumbrado. Es muy poco frecuente ver a gente
joven en las salas de conciertos y en los teatros.
-La comprensión del fenómeno
musical, dice Plácido Domingo en el prólogo de tu libro Música para leer, requiere una pedagogía que promueva las dimensiones intelectiva y
afectiva de la persona. ¿Cómo anda de esa predisposición el profesorado de los
conservatorios españoles?
-
La enseñanza musical que se imparte en los conservatorios debería contemplar un
espectro de contenidos mucho más amplio que el estrictamente musical.
Lamentablemente, no son muchos los docentes que se preocupen de situar la
realidad musical en un contexto cultural más amplio, relacionándola con la
filosofía, la historia, la literatura, la antropología, las artes plásticas,
etc. De este modo, la música pierde la capacidad de dialogar con el entorno cultural, y, por lo tanto, de transformar
el mundo. Desprovista de la grandeza de su poder integrador, la música se queda
en un fenómeno marginal, alejado de las cuestiones verdaderamente importantes de la vida. Y, francamente,
creo que en la vida hay pocas cosas tan importantes
como la música. La música aporta respuestas
a los grandes interrogantes que desde siempre se ha hecho el ser humano: ésos
que tienen que ver con el amor, la muerte y la trascendencia.
-No
creo que sea tan importante que la clase política tenga una cierta cultura
musical, como que posea una visión profundamente humana de la persona, lo que
pasa necesariamente por demostrar una sensibilidad real hacia la belleza, el
bien y la verdad. Siempre se dice que los jerarcas nazis escuchaban embelesados
la gran música alemana (aunque habría que ver exactamente hasta qué punto entendían lo que estaban escuchando…).
El hecho de que tildaran de “degenerada” y rechazaran alguna de la música más
maravillosa que se ha compuesto nunca, como la de Mendelssohn o Mahler, nos
tiene que hacer sospechar de su criterio y su honradez cuando escuchaban a
Beethoven o a Wagner. Se puede ser un gran melómano y un canalla. Por eso, lo
que más me interesa de la música no es
la música misma, sino aquello de lo que la música habla. Como decía Mahler “lo mejor de la música se encuentra detrás de las notas”.
-Hablas del carácter
democrático y dialogante que ha de tener un director de orquesta (Abbado)
frente a otro autoritario (Karajan) y los resultados logrados con la misma
orquesta por uno y otro en la Filarmónica de Berlín. ¿Por qué la música, que
nos hace mejores, no es capaz de erradicar el divismo de algunas figuras? ¿No
debería el talento personal, además, superar al ego?
-¡Por
supuesto! ¡El talento personal supera de hecho al ego! El problema es que con
mucha frecuencia los artistas no tienen el talento suficiente como para ser humildes… Talento y humildad se exigen
mutuamente. El gran director de orquesta Bruno Walter decía que el intérprete
no es más que un mensajero; alguien
que porta un mensaje importante y perennemente actual, cuya grandeza lo
sobrepasa completamente. Por eso no debe adueñarse de manera fraudulenta de la
potencia y de la grandeza propias de la obra que ha de interpretar. El ególatra
–el tirano, el ambicioso, el envidioso, el mediocre- vive instalado en una gran
mentira, aun cuando pueda cosechar aparentes
éxitos profesionales. Al final, toda esta cuestión nos conduce a una pregunta
fundamental: ¿Qué es en rigor el éxito? Muchas personas fracasan en su proyecto
de vida, a la hora de dar respuesta a esta cuestión tan aparentemente sencilla.
-Detrás de una excelente
orquesta como la de Berlín, Viena, Nueva York o Amsterdam, afirmas, siempre hay
un gran inspirador. ¿En qué consiste esta facultad?
-Una
organización tan compleja como una orquesta sinfónica necesita a un director
que sea capaz de insuflarle el alma,
el aliento. Por supuesto, también ha
de conocer en profundidad la ciencia de la concertación y ha de poseer una gran
técnica directoral. Pero creo que lo que una gran orquesta busca en su líder es
un carisma, una determinada manera de ver las cosas, de mirar al mundo… Sólo de
esta manera –con convicción, autenticidad, buenas maneras y una propuesta
sólida- un director es capaz de enamorar
a una orquesta a la hora de interpretar una obra que seguramente habrán tocado
cientos de veces. En una ocasión, me decía un violoncellista de una orquesta
española: “yo sólo valoro dos cosas en un director: que tenga las ideas claras,
y que sea educado”. A mí me parece que esto es necesario pero no suficiente.
- La música puede otorgar
valores a una sociedad desencantada en
la que parece que la incomunicación y una especie de hastío general lo dominan
todo. Siendo así, ¿por qué los planes educativos en España están tan lejos de
propiciar una enseñanza musical a juego con esa potencialidad formativa de la
música?
-Porque
parece que aún no hemos caído en la cuenta de la importancia que tiene la
música como elemento transformador. La música puede cambiar una sociedad porque
puede cambiar a una persona, a cada persona. La música tiene la capacidad de
penetrar hasta los rincones más recónditos del corazón humano, y llenarlos con
su luz. Se introduce en el ámbito más genuinamente personal de nosotros mismos,
y allí nos formula preguntas, nos
convoca a un encuentro. En este
sentido, como dice el filósofo George Steiner, la obra artística –la obra
musical de manera eminente- es de una indiscreción
total. Pregunta por el tú más
personal e íntimo de cada ser humano.
-Nunca se resolverá el proceso
fisiológico según el cual la percepción de un sonido se convierte en
sentimiento, apuntas citando al crítico Eduard Hanslick. Para que eso ocurra es
preciso que el intérprete acierte con la clave que hace posible esa transmisión.
¿Puede lograrse sin que el intérprete “sienta” lo que toca?
Es muy complicado definir con
rigor qué es lo que un intérprete siente
cuando toca, canta o dirige. Durante la interpretación, el músico está
realizando un ejercicio híbrido de control e inspiración que precisa de un
grado de concentración enorme. Lo que está claro es que a veces se dan las
circunstancias necesarias para que en la sala de conciertos reine una atmósfera
de compenetración muy especial. No
sabemos bien qué sucede en esas ocasiones, pero se percibe algo así como un
torrente de información y de sentimientos –de verdad, en definitiva- que casi
se puede cortar… Cuando el intérprete conecta
con los otros músicos y con el público a este nivel -y se entrega en una
interpretación sincera, profunda y devota-, se crea un clima de serena
exaltación que es difícil de describir. Tanto el público como los artistas
salen de la sala de conciertos con la seguridad
de que han participado de algo conmovedor. Mahler decía que no podía dirigir
“Lohengrin” de manera maquinal…; tenía que hacerlo al 100%, con pasión, de tal
modo que aquella persona que se encontraba en el segundo palco, regresara a su
casa con la sensación de haber asistido a una experiencia única.
-No se puede mentir con una
batuta en la mano, compartes con el director austriaco Manfred Honeck, pero
supongo que con ningún instrumento musical porque las experiencias musicales
apelan al sentimiento de trascendencia. ¿Va la sociedad actual en contra o al menos al margen de ese
sentimiento?
Decía
Jean Clair –el que fuera director del museo Picasso de París-: “¿Qué se puede
esperar de una sociedad en la que los dioses han desertado?”. Lamentablemente
vivimos en un mundo en el que no hay lugar para ninguna propuesta espiritual. Como señalo en mi libro
“Ebrietas. El Poder de la Belleza”, muchas personas identifican lo “espiritual”
con la consulta de una médium o con los subproductos de Halloween… Pero el
hombre es un ser eminentemente espiritual.
Gracias a nuestra naturaleza espiritual podemos silbar una canción, dar las
gracias o hacer una caricia. Hemos de reivindicar la condición espiritual de la
persona, porque de ello depende su felicidad; la capacidad de amar y de ser
amados… En estos tiempos agitados, en los que se habla tanto de la posverdad;
en los que parece que no hay lugar para el relato grande, para la propuesta sólida, para el compromiso firme,
necesitamos más que nunca la música, como elemento de comunicación y de
comunión entre los hombres. Es muy importante que grabemos en nuestras mentes y
en nuestros corazones estas bellas y sabias palabras de Sir Simon Rattle: “la
música sirve para mostrarnos que no estamos solos”. Es la gran herramienta
contra la incomunicación.
*Entrevista ublicada también en el número de noviembre de Atlántica XXII.
DdA, XIV/3694
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