Juan Ignacio González
Lo siento, no he podido resistirme, servidor suele escribir de jueves, y por lo tanto hoy estará jueves todo el día.
Servidor tiene, además, la inveterada costumbre de escribir muy temprano, a veces, indecentemente temprano, sin esperar a que el día vaya pausando o modificando el hecho del que escribe, lo vaya reposando o corrigiendo, por eso, a veces, hay algo de rabia incontenida en lo que escribe, y algo de inexactitud en lo que dice, para incomodidad de quien corrige y supervisa lo escrito, que bendita paciencia tiene el angelito, paciencia que le agradezco con la infinita gratitud de quien se pone en su lugar. Tengo de siempre una enorme capacidad para la empatía con los que trabajan a jornal.
Servidor tiene, además, la inveterada costumbre de escribir muy temprano, a veces, indecentemente temprano, sin esperar a que el día vaya pausando o modificando el hecho del que escribe, lo vaya reposando o corrigiendo, por eso, a veces, hay algo de rabia incontenida en lo que escribe, y algo de inexactitud en lo que dice, para incomodidad de quien corrige y supervisa lo escrito, que bendita paciencia tiene el angelito, paciencia que le agradezco con la infinita gratitud de quien se pone en su lugar. Tengo de siempre una enorme capacidad para la empatía con los que trabajan a jornal.
Pero se acerca el 20-N,
son las ocho y media de la mañana, y estoy en el despacho, en mi
trabajo, a apenas 50 metros, de donde va a hacer 42 años, no más me
encontraba, en el mismo edificio , y a la misma hora, en la que un cura
jesuita, con gesto adusto y voz atiplada vino a comunicar a una banda de
imberbes quinceañeros que este país ya tenía licencia para cambiar de
color, de luz, de siglo, de ideas, y que con jesuítica intuición ante el
jolgorio producido, incontenido, y derramado por 45 gargantas,
hormonadas, hasta la exasperación de segregación de género y sed de
siglos, pidió simplemente contención y se fue a anunciar la buena nueva a
las otras once aulas de enjaulados adolescentes, cachorros de la clase
obrera.
Y tres días de vacaciones hubo, sin tele, llena de
tedeums, rosarios, y rogativas. Tres días de noviembre llenos de tiempo y
de frío, de fútbol, de billares, sin deberes, por la premura de la
noticia, y gracias a que el gabinete de El Pardo, no quiso anticipar la
muerte del general. La muerte del dictador, es siempre, el mejor regalo
de una dictadura.
A los quince años uno ya sabe e intuye muchas
cosas, sobre todo si las ha mamado. Pero a los quince años la vida tiene
horas y minutos, carece de semanas, y por supuesto, los años, son
cifras relativas.
Así que desde aquí, invito a recordar a mis
coetáneos, esos, que ahora caminan, como yo con rumbo a los sesenta, que
habrán perdido pelo y pluma en las batallas, que tendrán hijos, al
menos veinteañeros, hipotecas o ruinas, y estén mirando de reojo la
historia laboral y las cotizaciones, si es que aún sobreviven a tanto
cambio como dio su vida, si no les pilló tontos, como a tantos, la
lluvia de heroínas que se extendió con furia en los ochenta, ¿qué
hicieron con tres días de calle y por la cara?.
Porque yo si
recuerdo, siempre tuve querencia a la calle y al frío, que me harté,
aquellos días, de calle y primavera (aunque fuera noviembre), que sólo
pisé casa a la hora de comer, que dormí poco, que pude comprobar, que
por semana, en horas imposibles para los bachilleres, las niñas de
coletas producían el mismo estrago que en la media tarde.
Que uno
resiste diez horas de balón, tres paquetes de pipas churruca, y dos
horas más de sesión bordillo o portal viendo pasar la vida, con tipos
con complejos, como uno, y charla de sesudos quinceañeros, y que tres
días así, por la cara, tienen el balsámico efecto de una sesión de spa
sin tanto soplapollas manoseando el cuerpo.
La lectura política
del cambio, la conocemos todos, la hemos hecho entre todos, la hemos
hecho ¿tan bien? , que mis alumnos no saben ya quien era, aquel
comandantín que se ganó galones en Marruecos, que casó en El Real de San
Juan en Oviedo, y que sólo un misterio sabe como llegó a jodernos tanto
y tanto tiempo, siendo tan poca cosa como era.
Hoy, me quedo con
tres días de noviembre, que algo habrán tenido que ver con el carácter
del tipo que escribe esta columna, con menos pelo y más preguntas, un
punto más escéptico, pero más optimista que el presidente del gobierno,
que ya es serlo.
DdA, XIV/3694
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