Jacint Torrents
Se trata de una persona abierta al mundo. Mira la
tele unas horas cada día. Las noticias más importantes son las catástrofes, las
guerras, y aquella parte obscena de la actividad de los políticos (innobles
ambiciones, corrupciones, despropósitos...) Sigue con atracción morbosa, los
desvaríos sentimentales de los toreros y de las top-models. A menudo se
estremece... Como está el mundo! Poco a poco, sin embargo, aceptando que el
mundo es así.
Frecuenta el cine y el teatro. En muchas
películas, la violencia es presentada como una forma natural de resolver los
conflictos. Se llena los ojos de violencias y de violaciones contra los bienes,
contra la integridad psíquica y corporal de las personas. El cine le quiere
seducir con personajes neuróticos, psicóticos, inmaduros..., un muestrario
psiquiátrico extenso. En el teatro, encuentra, hoy más que nunca, la estupidez
y la banalidad que quieren hacer reír. Y ocurre que el mundo le empieza a
parecer trivial, ligero e intrascendente. Y se le va haciendo normal que todo
sea así.
Lee
la prensa, escucha la radio. Encuentra también páginas y programas que insisten
en airear el hedor de las fechorías humanas, palabras e imágenes que no
respetan intimidades personales, que prenden fuego en el mundo. A toda costa,
la libertad se convierte en una permisión sin límites.
Cuando
mira el mundo a través de la lupa de los medios de comunicación, ¡cuánta
tristeza, cuánta desesperanza, cuánta decepción sobre la realidad, cuánta
ansiedad! Porque el paisaje que nos describen -con la ayuda de los profetas de
calamidades- es desolador como una tierra devastada.
Lo
que miramos nos configura, se quiera o no, a su imagen y semejanza. ¿Qué se
puede esperar de nosotros?¿Qué podemos llegar a ser, si tenemos los ojos
fijados permanentemente en un mundo cruel, donde se nos dice en cada momento
que el mal ha plantado su tienda entre nosotros y ha impuesto su dominio?
Sí.
El mal existe y tiene su lugar en el mundo. Y la primera victoria del mal es
hacernos creer que impera, que gana la batalla, que se ha establecido con poder
en nuestro territorio, en todos los ámbitos. Para desanimarnos en el combate.
El mal quiere propaganda. Su primer objetivo es reclamar nuestra mirada.
Pero
hemos de decirlo: la inconmensurable belleza, la desbordante bondad, la gozosa
alegría de vivir, la fecunda paz, la vida equilibrada, la verdad buscada y
deseada, que llenan nuestro mundo de uno al otro extremo, que habitan en el
corazón de tantas y tantas personas y de tantos hogares, que son el entramado
de tantas actividades... hoy, no tienen cartel, han sido aparcadas, escondidas.
Y continuarlas ocultando no ayuda a edificar personas ni a mejorar el mundo.
Porque lo que miramos nos configura, diseña nuestro esqueleto interior, nos
vertebra. Y nosotros construimos inicialmente el mundo desde lo que somos.
La
difícil decisión del hombre de hoy es elegir lo que mira. Decidme qué miráis y
os diré cómo sois, podríamos decir. Lo que no significa que debamos negar el
mal. No. El mal existe. Como la hierba mala habita entre el trigo. Pues bien,
una vez seleccionado el mal, delimitémoslo, rodeémoslo, pongámosle límites.
Ponderemos su verdadera dimensión. Y no lo agrandemos con altavoces ni
imágenes, ni con lupas que provocarían un incendio.
Y,
a continuación, que nuestros ojos enfoquen la belleza tan extraordinaria que se
nos ha dado, la bondad que se manifiesta en el día a día de la gente, y el
sentido que puede permitir integrarlo todo y comprender la vida. Entonces la
realidad se nos hará digna de crédito, de esperanza y de amor.
DdA, XIV/3691
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