Félix Población
Me acabo de enterar de tu muerte en Madrid, amigo. Permite que te
trate como te conocí y te quise, allá en África, haciendo el servicio militar
como pésimos artilleros de costa en el monte Hacho de Ceuta.
Fueron muy pocos meses,
pero dejaron huella. Luego, durante muchos años, apenas nos vimos, tú en
Salamanca y yo en Madrid. Cuando me trasladé a la ciudad del Tormes, sí tuvimos
oportunidad de charlar alguna que otra vez, pocas también, ciertamente. Lo lamento porque
bastaron para darme fehaciente testimonio de tu entusiasta profesionalidad y vocación por la
docencia como catedrático de Paleontología de la Universidad.
Interrumpiste tu largo y reputado periodo docente cuando te nombraron hace un lustro director del Instituto Geológico y Minero de España. Entonces lamenté
que no hubiera podido asistir como oyente a una de tus clases, tal como te propuse. Decías que
después de cada una de ellas te ponías nota, y la pasión con la que me
explicabas tus trabajos y expediciones con el alumnado interpretando la vida arcaica de la tierra, presagiaba lo interesante que podría
ser escucharte en el aula.
Hoy me doy cuenta de que ya no podré tener nunca más
la posibilidad de hacerlo, y deploro mucho no haber continuado, en Salamanca, aquellas
largas conversaciones en el monte Hacho a la caída de la tarde, asomados al estrecho de Gibraltar, cuando nuestra juventud, nuestras
expectativas y el nuevo tiempo que se preveía para España alimentaban de estímulos pujantes nuestra amistad naciente. Adiós, amigo, y un abrazo para
los tuyos.
Hay amigos que se nos mueren jóvenes porque la juventud sembró el sentimiento de esa amistad y el tiempo no pudo con él. Es el caso.
Hay amigos que se nos mueren jóvenes porque la juventud sembró el sentimiento de esa amistad y el tiempo no pudo con él. Es el caso.
DdA, XIV/3686
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