Aparte de aconsejar la lectura íntegra de uno de los primeros y más valiosos análisis que se han hecho a bote pronto de la proclamación unilateral de independencia en el Parlament de Cataluña, el artículo de Ignacio Escolar en ElDiario.es, quiero subrayar lo que he considerado más importante del mismo y que hace referencia a las dos horas del mediodía de ayer, entre las doce y las dos de la tarde, que podrían haber deparado un desenlace más esperanzador del que ahora tenemos. Escolar escribe que entre esas horas Mariano Rajoy dudó: Su
primer plan fue aceptar la convocatoria electoral de Puigdemont y, a
cambio, parar el 155. Hasta hace pocos días, esta era la solución que
deseaba el propio Gobierno, pero el jueves el presidente descartó esta
opción. Varias personas del Estado y del Gobierno le convencieron para
que no aceptase esta rendición. Suyas serán también las consecuencias de
esta terrible decisión. Quiza el adjetivo "terrible" podría resultar excesivo por parte del director de ElDiario.es, pero me temo que no exagera, como creo que nunca lo hace Escolar al escribir sus artículos. Añado a lo escrito por mi colega que las votaciones en secreto de los independentistas y de algunos representantes de Catalunya sí que es pot me han parecido deplorables. ¿Qué independencia es esa que les acobarda al decidirla?
A mediados de
septiembre, tras la aprobación de la ley del referéndum, tuve una
conversación con un diputado independentista. A solas, sin micrófonos,
le pregunté mi gran duda: “¿Pero de verdad pensáis que este octubre vais
a tener la República de Catalunya?”. Me admitió que no, que sabían que
eso no era posible. “Ahora no tendremos la independencia, pero lo que va
a pasar estas semanas nos va a ayudar a acercarnos a la independencia
en el futuro”, me explicó. “Esto terminará con presos políticos y, oye,
tampoco es tan tremendo porque las cárceles españolas no están tan mal;
que no son como las latinoamericanas”.
Esta
conversación me impactó, no solo por la sinceridad con la que este
dirigente independentista admitía la gran mentira: que estaban
prometiendo a sus votantes algo que sabían que era irreal; que la
independencia se podría declarar, pero que sería tan inútil como abolir la ley de la gravedad.
También me sorprendió la naturalidad con la que este dirigente
independentista hablaba de la cárcel, y no era en absoluto en tono de
humor. Si alguien reflexiona sobre cómo de duras son las cárceles
españoles es porque ha asumido que puede terminar en prisión.
Lo ocurrido hoy en el Senado y el Parlament es un enorme
fracaso colectivo, el de todos aquellos en Catalunya y España con poder
y responsabilidad: los políticos, los grandes empresarios, los medios
de comunicación… Quienes crearon la primera gran brecha en la
convivencia con el recurso contra el Estatut. Quienes azuzaron el
discurso del odio en ambos frentes. Quienes se negaron a buscar salidas
democráticas. Y por último en el tiempo, pero como primeros responsables
de este viernes nefasto, quienes pensaron que “cuanto peor, mejor” y
optaron por la vía de una declaración de independencia unilateral,
irrealizable e irresponsable. Una DUI antidemocrática y nefasta que
apenas respalda un tercio del pueblo catalán.
¿Se
podría haber evitado esta declaración de independencia? Sin duda, sí. Lo
podían haber evitado los independentistas y también Mariano Rajoy. Lo
que ocurrió este jueves deja claro que el presidente del Gobierno tuvo
en su mano un acuerdo de rendición –eso era para Carles Puigdemont
convocar elecciones autonómicas el 20 de diciembre– y en su lugar
prefirió apostar por la victoria total y la humillación del
independentismo. Es eso lo que han aplaudido hoy, durante minuto y
medio, los senadores y diputados conservadores.
Entre
las 12:00 y las 14:00 de la tarde del jueves, Mariano Rajoy dudó. Su
primer plan fue aceptar la convocatoria electoral de Puigdemont y, a
cambio, parar el 155. Hasta hace pocos días, esta era la solución que
deseaba el propio Gobierno, pero el jueves el presidente descartó esta
opción. Varias personas del Estado y del Gobierno le convencieron para
que no aceptase esta rendición. Suyas serán también las consecuencias de
esta terrible decisión.
El Gobierno de Rajoy se ve
hoy vencedor por goleada en una crisis de Estado que, en el momento
definitivo, este jueves, gestionó como si fuese un Madrid-Barça en una
final. Aún les queda la parte más difícil: aplicar el resultado del
marcador. Intervenir el autogobierno es una misión más compleja que
convencer a la mayoría de los españoles de que esta es la mejor
solución.
Fuera de Catalunya, el PP cuenta en este
155 con un apoyo social muy superior al de sus propios votantes. Eso es
lo que ha arrastrado a PSOE y Ciudadanos, y es también lo que provoca
que incluso Unidos Podemos, preocupado por las encuestas, esté modulando
su discurso sobre el independentismo –basta con leer estas entrevistas a Alberto Garzón o a Ramón Espinar, o escuchar las declaraciones de Carolina Bescansa–. La patria española siempre parte el espinazo de la izquierda por la mitad.
Desde la Fiscalía, desde la Justicia, tampoco van a frenar. A pesar de
que no ha estallado la violencia –ojalá no ocurra– y que esto es
imprescindible para que exista un delito de rebelión, la querella probablemente va a prosperar.
Dependerá de los jueces, pero esa maquinaria penal es aún más pesada y
va arrollar a los dirigentes independentistas; no se detendrá en las
consecuencias políticas. No lo hizo tampoco cuando ilegalizó a Batasuna y
la lección que sacó el Estado del pulso de la ley de partidos es que
esa mano dura funcionó.
Carles Puigdemont hace ya
tiempo que ha asumido que es muy probable que termine en prisión –así lo
transmite a su propio entorno–. También lo sabe el Govern, la mesa del
Parlament y los diputados independentistas. Se ven camino de la
historia, de los leones del Coliseo romano, de la celda de Nelson
Mandela… Avanzan juntos hacia el martirio, convenciéndose los unos a los
otros de que es mejor morir de pie. Acosan al que duda mientras se
acerca el calvario, como hicieron con el propio Puigdemont durante las
tres horas en las que planteó públicamente la convocatoria de elecciones
y fue tachado de histórico traidor. Muestran su miedo, como hicieron en
el último momento con la justificación del voto secreto para declarar
la independencia.
Sus conversaciones con la familia,
con los hijos, con los amigos... sobre ese destino de martirio y su
aceptación probablemente son un drama shakesperiano que solo explica el
comportamiento de la manada. Unos convencen a otros de que las cárceles
españolas, en el fondo, no están tan mal. Peor sería volver a tu barrio y
reconocer tu error.
DdA, XIV/3672
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