Algunos
sabemos que agitar las banderas sirve para tapar la corrupción, la mala
gestión, el caciquismo, las mentiras y la manipulación, que el fervor
por la patria (libre o unida) expulsa del debate al sentido común, a la
necesidad de entender al otro para poder convivir con él, en un mismo
estado o como vecinos bien avenidos.
Pablo Sierra del Sol
Algunos
sentimos vergüenza de los pasos que ha dado el Govern de Catalunya
hasta llegar a la votación de hoy, de su irresponsabilidad para
proclamar la independencia con menos del 50 por ciento de apoyo en las
urnas, del victimismo de quien se piensa que los problemas de su tierra
siempre son culpa del vecino, del dineral público que se ha ido para
financiar asociaciones que promueven el nacionalismo catalán como la
única verdad posible a costa de sesgar la Historia, del paraíso
que se promete a todos los que piensan que hay que saltarse la ley sin
pensar en las consecuencias porque en una futura República catalana se
atarán los perros con longanizas.
Algunos también sentimos vergüenza de la estrategia represiva que ha
adoptado el Gobierno de España, escenificada con los palos del 1 de
Octubre y que se agravará con la aplicación del Artículo 155, de la
ultraderecha que se niega a dialogar con quien piensa la contrario, del
desprecio a la plurinacionalidad y la diversidad cultural y lingüística
de España, de la propaganda contra Catalunya para azuzar un nacionalismo
centralista que da mayorías en el Congreso de los Diputados pero huele a
dictadura, de la hipocresía de los defensores de una Constitución que
se puede reformar en dos tardes de verano para recortar derechos
laborales pero que está sellada cuando se pide debatir temas como la
organización/unidad territorial o la jefatura del Estado.
Algunos sabemos que agitar las banderas sirve para tapar la corrupción, la mala gestión, el caciquismo, las mentiras y la manipulación, que el fervor por la patria (libre o unida) expulsa del debate al sentido común, a la necesidad de entender al otro para poder convivir con él, en un mismo estado o como vecinos bien avenidos. Por eso, algunos nos sentimos cada vez más huérfanos cuando se habla del problema Catalunya/España. Ni unos ni otros nos representan.
No sé si somos muchos, pocos, demasiados o insuficientes para formar una mayoría que apueste por una salida pactada y democrática a un problema que solo se puede resolver con un referéndum legal. Solo sé que existimos. Que estamos ahí, como espectadores atados de pies y manos porque la reflexión suele ser menos atractiva que los himnos.
Ya se encargan desde un lado y otro de recordarnos nuestra existencia cuando nos cuelgan, como si fuera un sambenito, el cartel de equidistantes para que lo paseemos por las redes sociales. Dicen que repartir culpas es mirar para otro lado, escurrir el bulto, no mojarse, como si ver la vida a través del análisis y no del deseo fuera sinónimo de cobardía. A veces me pregunto, ¿dónde carajo nos meteremos cuando empiece el mambo? Porque aunque no tengamos bando la mierda nos va a salpicar igual. Y esas manchas son de las que no se quitan ni con agua caliente.
Algunos sabemos que agitar las banderas sirve para tapar la corrupción, la mala gestión, el caciquismo, las mentiras y la manipulación, que el fervor por la patria (libre o unida) expulsa del debate al sentido común, a la necesidad de entender al otro para poder convivir con él, en un mismo estado o como vecinos bien avenidos. Por eso, algunos nos sentimos cada vez más huérfanos cuando se habla del problema Catalunya/España. Ni unos ni otros nos representan.
No sé si somos muchos, pocos, demasiados o insuficientes para formar una mayoría que apueste por una salida pactada y democrática a un problema que solo se puede resolver con un referéndum legal. Solo sé que existimos. Que estamos ahí, como espectadores atados de pies y manos porque la reflexión suele ser menos atractiva que los himnos.
Ya se encargan desde un lado y otro de recordarnos nuestra existencia cuando nos cuelgan, como si fuera un sambenito, el cartel de equidistantes para que lo paseemos por las redes sociales. Dicen que repartir culpas es mirar para otro lado, escurrir el bulto, no mojarse, como si ver la vida a través del análisis y no del deseo fuera sinónimo de cobardía. A veces me pregunto, ¿dónde carajo nos meteremos cuando empiece el mambo? Porque aunque no tengamos bando la mierda nos va a salpicar igual. Y esas manchas son de las que no se quitan ni con agua caliente.
DdA, XIV/3673
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