
Antonio Muñoz Molina
Hay un concepto central en el budismo y en el taoísmo que es del
todo exótico para el pensamiento europeo. En chino, en el Tao Te Ching,
se llama wu-wei: no hacer, o hacer no haciendo. Ante cualquier
problema, la actitud occidental es preguntarse qué se puede hacer. Hay
una gran sutileza en preguntarse qué se puede no hacer. No es algo tan
exótico. Está implícito en muchas cosas de la vida cotidiana. Muchas
cosas se hacen no haciéndolas. El momento definitivo al cocinar un plato
es cuando no se cocina: cuando se ha apagado el fuego y la
comida termina sola de hacerse. Una vida saludable es sobre todo una
secuencia de cosas no a hacer, sino a no hacer. Con no fumar y no tomar
alimentos procesados ni bebidas azucaradas ya se tiene adelantado mucho
en la salud.
Escribir es en una medida considerable no escribir, o dejar de
escribir, o desescribir, tachar lo innecesario. Quitas un adjetivo
superfluo o un “como si” y la frase se levanta sola por encima del
papel. Con no escribir nunca “emblemático” ni “icónico” ni “mítico”, ni
“apostar por” ni “como si de no sé cuantos se tratara” ya has empezado a
convertirte en un escritor. Escribir es no usar las muletillas verbales que infectan el idioma, a no ser manejándolas a conciencia en sentido paródico.
El Tao Te Ching dice que en una rueda lo importante es el vacío entre
los radios, y en una casa el vacío interior y los huecos de las
ventanas y las puertas. La poesía china y japonesa, la pintura, el
dibujo, consisten sobre todo en el manejo del vacío, del espacio en
blanco del papel. Dice Cervantes, que tanto sabía del oficio de contar:
“Y pide que se le alabe no por lo que dijo sino por lo que dejó de
decir”.
Los cinco preceptos del budismo no son mandamientos, porque no
imponen actos: tan solo indican cosas que es preferible no hacer. No
dañar la vida, sobre todo; y después, no tomar lo que no te ha sido
dado, ni decir palabras que puedan hacer daño, ni abusar de tu cuerpo
con intoxicaciones alcohólicas o de drogas, ni dejarte llevar por
impulsos sexuales que puedan hacer daño a otros o a ti mismo.
Es idéntico el precepto hipocrático: puede que no seas capaz de curar
a un enfermo, o que no tenga cura, pero al menos asegúrate de no hacer
nada que empeore su situación. Lo terrible y mortífero de la medicina
hasta Pasteur, la anestesia y los antibióticos, era todo lo que los
médicos se empeñaban en hacer: nada más que calamidades.
La no violencia se entiende mejor en el contexto de este hacer no
haciendo. Y también otro término budista que me parece más necesario
ahora que nunca: el noble silencio. Cuando uno no está seguro de que lo
que diga va a servir de algo, cuando sabe que puede hacer daño y nada
más, lo mejor es mantenerse activamente en silencio, como abstenerse de
actuar si uno sabe que va a ser arrastrado por la vehemencia, la
soberbia o la agresividad. Hay que pararse. Hay que quedarse callado. La
simplicidad y la quietud de la meditación budista me recuerdan siempre
la máxima de Pascal: todas las desdichas le vienen al hombre por no
saber quedarse solo en una habitación. Rosa Parks no moviéndose de su
asiento en el autobús de Montgomery, Alabama, es uno de los ejemplos
supremos del no hacer y del noble silencio.
Propongo aquí una tregua de quietud parecida. Parece que ya no
podemos decir nada que no sea ofensivo y que no agrave más aún la
temible fiebre autodestructiva a la que nos vemos arrastrados. Todos
hemos perdido ya, inútilmente, estérilmente, mucho de lo que habíamos
ganado, y hemos perdido más todavía si pensamos en todo lo que podíamos
haber hecho si concentráramos nuestras fuerzas y nuestras palabras en
construir lo imprescindible en vez de cebarnos en lo dañino y en lo
inútil. Hay veces que hablando no se entiende la gente. El microcosmos
de los que participamos aquí se ha empobrecido y se ha vuelto insalubre y
hosco en los últimos tiempos. Pero estoy seguro de que en la mayor
parte de las cosas de verdad fundamentales los más virulentos entre
nosotros estarían bastante de acuerdo. Una de las experiencias más
beneficiosas que conozco es el retiro de silencio. Tradiciones
espirituales muy distintas lo han cultivado desde hace milenios. Voy a
dejar en suspenso esta conversación durante una temporada. No sabemos
qué se puede hacer, pero sí qué se puede no hacer: no aumentar todavía
más el ruido, el bronco diálogo de sordos que nos intoxica la vida como
las partículas de C02 en la atmósfera en este otoño caluroso y
polvoriento del porvenir climático que ya ha llegado. No pienso ahora en
lo que quiero que suceda, sino en lo que no quiero que suceda. Simone
Weil dice que la belleza es una necesidad fundamental de la clase
trabajadora. Yo creo que la poesía es igualmente necesaria, así que me
despido con mi poema político favorito, “Los conjurados”, de Borges:
En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios,
porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que
todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.
Hasta pronto.
DdA, XIV/3664
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