miércoles, 18 de octubre de 2017

RETIRO DE SILENCIO DE MUÑOZ MOLINA


Antonio Muñoz Molina

Hay un concepto central en el budismo y en el taoísmo que es del todo exótico para el pensamiento europeo. En chino, en el Tao Te Ching, se llama wu-wei:  no hacer, o hacer no haciendo. Ante cualquier problema, la actitud occidental es preguntarse qué se puede hacer. Hay una gran sutileza en preguntarse qué se puede no hacer. No es algo tan exótico. Está implícito en muchas cosas de la vida cotidiana. Muchas cosas se hacen no haciéndolas. El momento definitivo al cocinar un plato es cuando no se cocina: cuando se ha apagado el fuego y la comida termina sola de hacerse. Una vida saludable es sobre todo una secuencia de cosas no a hacer, sino a no hacer. Con no fumar y no tomar alimentos procesados ni bebidas azucaradas ya se tiene adelantado mucho en la salud.
Escribir es en una medida considerable no escribir, o dejar de escribir, o desescribir, tachar lo innecesario. Quitas un adjetivo superfluo o un “como si” y la frase se levanta sola por encima del papel. Con no escribir nunca “emblemático” ni “icónico” ni “mítico”, ni “apostar por” ni “como si de no sé cuantos se tratara” ya has empezado a convertirte en un escritor. Escribir es no usar las muletillas verbales que infectan el idioma, a no ser manejándolas a conciencia en sentido paródico.
El Tao Te Ching dice que en una rueda lo importante es el vacío entre los radios, y en una casa el vacío interior y los huecos de las ventanas y las puertas. La poesía china y japonesa, la pintura, el dibujo, consisten sobre todo en el manejo del vacío, del espacio en blanco del papel. Dice Cervantes, que tanto sabía del oficio de contar: “Y pide que se le alabe no por lo que dijo sino por lo que dejó de decir”.
Los cinco preceptos del budismo no son mandamientos, porque no imponen actos: tan solo indican cosas que es preferible no hacer. No dañar la vida, sobre todo; y después,  no tomar lo que no te ha sido dado, ni decir palabras que puedan hacer daño, ni abusar de tu cuerpo con intoxicaciones alcohólicas o de drogas, ni dejarte llevar por impulsos sexuales que puedan hacer daño a otros o a ti mismo.
Es idéntico el precepto hipocrático: puede que no seas capaz de curar a un enfermo,  o que no tenga cura, pero al menos asegúrate de no hacer nada que empeore su situación. Lo terrible y mortífero de la medicina hasta Pasteur, la anestesia y los antibióticos, era todo lo que los médicos se empeñaban en hacer: nada más que calamidades.
La no violencia se entiende mejor en el contexto de este hacer no haciendo. Y también otro término budista que me parece más necesario ahora que nunca: el noble silencio. Cuando uno no está seguro de que lo que diga va a servir de algo, cuando sabe que puede hacer daño y nada más, lo mejor es mantenerse activamente en silencio, como abstenerse de actuar si uno sabe que va a ser arrastrado por la vehemencia, la soberbia o la agresividad. Hay que pararse. Hay que quedarse callado. La simplicidad y la quietud de la meditación budista me recuerdan siempre la máxima de Pascal: todas las desdichas le vienen al hombre por no saber quedarse solo en una habitación. Rosa Parks no moviéndose de su asiento en el autobús de Montgomery, Alabama, es uno de los ejemplos supremos del no hacer y del noble silencio.
Propongo aquí una tregua de quietud parecida. Parece que ya no podemos decir nada que no sea ofensivo y que no agrave más aún la temible fiebre autodestructiva a la que nos vemos arrastrados. Todos hemos perdido ya, inútilmente, estérilmente, mucho de lo que habíamos ganado, y hemos perdido más todavía si pensamos en todo lo que podíamos haber hecho si concentráramos nuestras fuerzas y nuestras palabras en construir lo imprescindible en vez de cebarnos en lo dañino y en lo inútil. Hay veces que hablando no se entiende la gente. El microcosmos de los que participamos aquí se ha empobrecido y se ha vuelto insalubre y hosco en los últimos tiempos. Pero estoy seguro de que en la mayor parte de las cosas de verdad fundamentales los más virulentos entre nosotros estarían bastante de acuerdo. Una de las experiencias más beneficiosas que conozco es el retiro de silencio. Tradiciones espirituales muy distintas lo han cultivado desde hace milenios. Voy a dejar en suspenso esta conversación durante una temporada. No sabemos qué se puede hacer, pero sí qué se puede no hacer: no aumentar todavía más el ruido, el bronco diálogo de sordos que nos intoxica la vida como las partículas de C02 en la atmósfera en este otoño caluroso y polvoriento del porvenir climático que ya ha llegado. No pienso ahora en lo que quiero que suceda, sino en lo que no quiero que suceda. Simone Weil dice que la belleza es una necesidad fundamental de la clase trabajadora. Yo creo que la poesía es igualmente necesaria, así que me despido con mi poema político favorito, “Los conjurados”, de Borges:
En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.
Hasta pronto.

DdA, XIV/3664

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