Después de todo un largo y muy seco verano aguardando su llegada y su olor y frescor sobre la tierra, después de haber avistado más desabastecidos que nunca los embalses del entorno, después de haber lamentado el caudal decrecido de los ríos, después de haberla añorado como nunca recuerdo tras
la reincidencia del terrorismo incendiario en el noroeste de España y Portugal -malditos sean mil veces sus culpables-, esta noche la he escuchado caer con suave persistencia como en un sueño, y la he podido gozar después esta mañana bajo el paragüas, como si la realidad de su música de vida hubiera renacido en todos mis sentidos con una pujanza casi de niñez. Por eso agradezco el artículo que en la edición de hoy del diario Público firma mi estimado Aníbal Malvar y que refleja en buena medida las sensaciones y reflexiones que compartimos ante su aliento estimilulante. Este Lazarillo también quiere a la lluvia for President, pues es lo más sano, cívico y reconfortante que nos ha ocurrido a los ciudadanos de este país en los últimos meses. No es solo Mariano. No es solo Puigdemont. No es solo el fuego.
Lo terrible es que somos todos. Todos, menos la lluvia.

Aníbal Malvar
Supongo que no va a poder ser, pero a mí en las próximas elecciones
me gustaría votar a la lluvia para presidenta del Gobierno. Es la única a
la que he visto con capacidad para solucionar algo. Pero ya digo que va
a ser imposible. Los demócratas tenemos los gobernantes que nos
merecemos. Y no me refiero solo a Galicia, a Catalunya, a España, a los
incendios criminales, al vodevil nacionalista ni al 12 de octubre eterno
al que nos somete el gobierno central. Se hace uno viejo y se da cuenta
de que el sueño europeo o el sueño demócrata global van demasiado
lentos. Tan lentos que parece que caminan hacia atrás.
Cuando yo era joven y vagabundeaba por Europa se respiraba un aire
libertario y casi contemporáneo que nos engañaba. Llovía como la ilusión
de que los mundos podían llegar a ser mejores. Dylan cantaba que los tiempos están cambiando, pero quien tenía razón era Tom Waits: “el piano ha estado bebiendo y no es mi responsabilidad”.
En aquellos tiempos, por ejemplo, se vivió también la emergencia de
eso que cíclicamente llamamos “nueva política”. La nueva política de
entonces eran Los Verdes, no sé si los más viejos os acordáis. Los
Verdes también eran unos antisistema, unos excéntricos, unos radicales.
Nos encantaban a los jóvenes y asustaban a los viejos tanto como las
actuales explosiones de renovación. El tiempo nos va enseñando que toda
explosión es una implosión mentirosa. Un grano que se cura. Tierra,
humo, polvo, sombra y nada. Paisaje quevediano para después del fuego.
El pragmatismo y la cobardía –una errata me había inspirado la palabra bobardía, que tampoco está mal– se han convertido en sinónimos a base de prudencia: “Nous
savons tous les deux que le monde sommeille par manque d’imprudence” /
Los dos sabemos que el mundo dormita por falta de imprudencia, le cantaba Jacques Brel a su amigo muerto Jojo.
Aunque lo parezca, imprudencia no es despedir a 500 brigadistas anti
incendios en Galicia al amanecer septiembre, ni es imprudencia enviar a
los piolines a apalear señoras en Barcelona los primeros de octubre. Eso
es cálculo. Cálculo no de los dirigentes, sino de quien les vota. Las
sociedades acomodadas somos pusilánimes. A veces nos echamos a la calle y
no lo parecemos, pero en cuanto nos ponen una urna delante nos
empequeñecemos y votamos al señorito. Lo que no sé es por qué no nos
dejan votar en los cajeros automáticos.
Escribo esto con la tristeza de ver otra vez cómo arde Galicia. Cómo
arde el mundo entero. Ya se se me han quemado todas las palabras con las
que articular nada razonable. Antes conocía los nombres de los árboles
que han muerto. Ahora ya no. Sigamos jugando a los sinónimos: la
tristeza como sinónimo de resignación. Los fascismos avanzan más o menos
disimulados mientras nuestros –insisto en el nuestros—
refugiados se mueren de asco en la cárcel-Estado de Turquía. No es solo
España. No es solo Mariano. No es solo Puigdemont. No es solo el fuego.
Lo terrible es que somos todos. Todos, menos la lluvia. For president.
DdA, XIV/3664
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