Desde que, para deshonra del periodismo patrio -ya sea la patria que invoquen unos en Barcelona o la que invoquen otros en Madrid-, el escritor y periodista Gregorio Morán fue echado a la calle por el diario La Vanguardia con motivo de un artículo que pretendía publicar en su habitual sección Sabatinas intempestivas, fueron muchos los colegas que apostaban por un medio exclusivamente digital en el que Morán reiniciaría su columna. Y entre los digitales, eran más los periodistas que se inclinaban por el fichaje de Gregorio por un diario de las características de InfoLibre o ElDiario.es. Este Lazarillo había olvidado que, desde hace muchos años, Pedro J. Ramírez, otrora director del diario El Mundo y anteriormente de Diario 16, se ha caracterizado por elegir no sólo a columnistas provocadoras de la derecha o extremo derecha -caso de Jiménez o Ussía-, sino también de la izquierda o de aquella orientación crítica más iconoclasta. Aquí está Morán, y el periodista asturiano -de quien ahora Akal va a reeditar su libro Grandeza y miseria del Partido Comunista de España- no se le podía escapar a Ramírez, aunque fuera en un medio dependiente a asociado con el diario El Español, que Pedro J. preside y dirige. Se trata de Crónica Global, donde Morán lleva firmadas ya varias columnas desde primeros de octubre bajo la misma cabecera que la defenestrada en el diario La Vanguardia. No se pueden perder la que hoy titula El carácter reaccionario de la revuelta, y en la que insiste en sus dardos contra el proceso independentista en Cataluña, causa de su despido en el periódico catalán. No faltaré a la cita con Crónica Global o El Español todos los sábados.
Porque no robaron, aseguran, sino como diría Marta Ferrusola:
han repartido los beneficios entre los catalanes buenos para que no se
los llevara el Estado opresor y sin alma, extranjero a nuestras
esencias.
Gregorio Morán
Necesitamos un cronista avezado, buen conocedor del valor de los adjetivos, un George Orwell, el mismo de 1984,
para seguir puntualmente la transformación de las palabras. ¿Por qué
las expresiones "libertad", "fascista", "derecho a decidir", entre otro
puñado, se han ido convirtiendo en boca de los adalides del
independentismo catalanista en algo que les ha retirado su significado
primigenio? Han dejado de ser lo que eran para devenir un instrumento
mucho menos inocuo de lo que creen sus actuales albaceas, hasta el punto
de servir de arma arrojadiza, nada pacífica, porque en el momento en el que alguien se atreve a discrepar de esta forma torticera de manipular las palabras,
desde ese mismo momento hay que arrostrar el insulto. Y resulta que una
palabra ayuda a entender pero la agresividad que otorga un calificativo
te obliga a simplificar y por lo tanto a inventarte un enemigo.
Cuando alguien te califica de fascista porque no piensas como él, estamos en territorio del enemigo y somos sujetos de la voluntad de los fascistas que monopolizan el lenguaje. Pasamos pues a la categoría de adversarios, a los que se debe intimidar para que no rompan la unidad de la secta.
El deterioro del imaginario fascista, de su sentimentalismo agresivo, ha llevado a un fascismo disfrazado de progresismo que basta con arañar un poco su superficie, por ejemplo disintiendo, para que aparezca en su auténtica faz. O lo que es lo mismo, no asume que es un fascista violento que si pudiera te machacaría la cabeza o te desterraría, pero que se lo impide la exigencia previa de arrebatarte los derechos que has conseguido tras muchos años de pelea y que en Cataluña no garantizan los voceros, ni los logreros, sino una legislación que tratan de menoscabar.
Se ha impregnado de tantos relatos a una realidad incontestable que no sólo se han cambiado el significado de las palabras sino que hay una transmutación de valores. Llamar una revolución a lo que está sucediendo en Cataluña es una frivolidad de gente acostumbrada a no mirarse en el espejo de la evidencia.
Una revolución requiere una lucha contra los poderes establecidos, un giro copernicano en el equilibrio de clases, cuando no la ruptura con las convenciones existentes. En definitiva, un cambio en las estructuras de poder. Lo que está pasando en Cataluña es una revuelta dirigida por los mismos que llevan detentando el poder desde hace décadas, se diría que casi eternamente. No hay revoluciones de los jefes contra los indios, aunque en ocasiones los jefes se arroguen la capacidad de revolucionarios pagados con fondos del mismo Estado que ellos pretenden suplantar.
No es extraño contemplar a los revoltés, que han saqueado los fondos públicos, planteando como primera tarea de un supuesto Estado independiente la de concederles, a ellos y a sus socios y cómplices, una amnistía. Porque no robaron, aseguran, sino como diría Marta Ferrusola: han repartido los beneficios entre los catalanes buenos para que no se los llevara el Estado opresor y sin alma, extranjero a nuestras esencias.
Cuando alguien te califica de fascista porque no piensas como él, estamos en territorio del enemigo y somos sujetos de la voluntad de los fascistas que monopolizan el lenguaje. Pasamos pues a la categoría de adversarios, a los que se debe intimidar para que no rompan la unidad de la secta.
El deterioro del imaginario fascista, de su sentimentalismo agresivo, ha llevado a un fascismo disfrazado de progresismo que basta con arañar un poco su superficie, por ejemplo disintiendo, para que aparezca en su auténtica faz. O lo que es lo mismo, no asume que es un fascista violento que si pudiera te machacaría la cabeza o te desterraría, pero que se lo impide la exigencia previa de arrebatarte los derechos que has conseguido tras muchos años de pelea y que en Cataluña no garantizan los voceros, ni los logreros, sino una legislación que tratan de menoscabar.
El deterioro del imaginario fascista, de su sentimentalismo agresivo, ha llevado a un fascismo disfrazado de progresismo que basta con arañar un poco su superficie, por ejemplo disintiendo, para que aparezca en su auténtica fazEstamos a los pies de los caballos, y los jinetes dictan sus consignas de obligado cumplimiento. O eso o callarse en público, porque expresarse no sería manifestación de libertad sino colocarte en territorio enemigo. Es sorprendente la cantidad de adversarios que el catalanismo ha fabricado en un lapso de tiempo tan breve como la creación de un imaginario que creíamos arrinconado en las covachuelas de la ciudadanía. Nació un relato, que es como se llama ahora a la manipulación de la realidad. De ahí que éste sea el momento estelar de los mediocres convertidos en narradores con influencias, porque sin saber escribir, ni leer, ni pulsar la realidad, se han constituido en "autores de relatos". Así, como suena.
Se ha impregnado de tantos relatos a una realidad incontestable que no sólo se han cambiado el significado de las palabras sino que hay una transmutación de valores. Llamar una revolución a lo que está sucediendo en Cataluña es una frivolidad de gente acostumbrada a no mirarse en el espejo de la evidencia.
Una revolución requiere una lucha contra los poderes establecidos, un giro copernicano en el equilibrio de clases, cuando no la ruptura con las convenciones existentes. En definitiva, un cambio en las estructuras de poder. Lo que está pasando en Cataluña es una revuelta dirigida por los mismos que llevan detentando el poder desde hace décadas, se diría que casi eternamente. No hay revoluciones de los jefes contra los indios, aunque en ocasiones los jefes se arroguen la capacidad de revolucionarios pagados con fondos del mismo Estado que ellos pretenden suplantar.
Estamos a los pies de los caballos, y los jinetes dictan sus consignas de obligado cumplimiento. O eso o callarse en público, porque expresarse no sería manifestación de libertad sino colocarte en territorio enemigoBastaría con detenernos en el papel que juega la Iglesia en esta Cataluña de la revuelta. Una Iglesia siempre atenta a conservar su hegemonía ideológica y económica. O los bancos que trasladan sus centros operacionales "provisionalmente" fuera del territorio, los primeros antes de que pueda afectar a sus beneficios. En los juegos de estrategia la banca siempre gana, le ocurre como a los políticos mesiánicos que se atienen a los principios de Marx, Groucho, de si no gustan al consumidor ya se prepararán otros nuevos. Pero la sangría económica de esas novecientas empresas que huyen de la quema son para Cataluña una prueba más de ese carácter de revuelta acaudillada por las clases funcionariales que ven amenazadas sus contrataciones blindadas.
No es extraño contemplar a los revoltés, que han saqueado los fondos públicos, planteando como primera tarea de un supuesto Estado independiente la de concederles, a ellos y a sus socios y cómplices, una amnistía. Porque no robaron, aseguran, sino como diría Marta Ferrusola: han repartido los beneficios entre los catalanes buenos para que no se los llevara el Estado opresor y sin alma, extranjero a nuestras esencias.
DdA, XIV/3667
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