Alicia Población Brel
Rótterdam
El pasado sábado 14 de Octubre, la Orquesta
Sinfónica de Bochum acompañó al Storioni Trio en el Triple Concierto en do mayor, Opus 56 para violín, violoncello y piano de
Beethoven. El concierto, junto al número dos de Haydn para cello, fue
compuesto para el que se consideraba mejor cellista de la época, Antonín Kraft, checo, pero no es seguro si fue el hijo de este o el
propio Antonín quien lo estrenara. Se dice también que Beethoven lo compuso
para su pupilo, el archiduque Rodolfo de Austria,
quien tenía menos de veinte años de edad en el momento del estreno, por lo que
el compositor hizo la parte del piano más vistosa y accessible que las otras.
Storioni Trio se fundó en 1995 con Bart van de Roes al piano, Wouter Vossen al violín y Mare Vossen como cellista. El nombre lo origina el violín de Wouter Vossen, fabricado por Lorenzo Storioni, uno de los últimos maestros lutieres de Cremona (1744-1816).
Pese a un
molesto y agudo pitido al principio del concierto, que luego desapareció, el
trío hizo una interpretación magistral del concierto. El poco espacio obligaba
al pianista a dar la espalda a sus compañeros, y el contacto visual era
difícil, pero no por ello se perdió la conexión entre el trío. En el primer
movimiento, y hasta acabar el tercero, el pianista nos sorprendió gratamente con
su limpieza y sus contrastes. A veces parecía como si al pulsar las teclas
estuviera amasando un pan, enérgico pero con cuidado, para no dejar de ser
compacto; otras, como si esculpiera una piedra de mármol, justo en el punto, a
veces un movimiento pequeño, a veces grande, pero con decisión y carácter.
Me llamó la
atención la tranquilidad en cuerpo y dedos y la sonrisa, que rara vez se le
borró de la cara durante el concierto. El cello y el violín, que sí podían
mirarse sin problema, se cedían el protagonismo en los pasajes difíciles pero
sin dejar solo al otro, apoyándose con la mirada, como ese personaje que permanece
discretamente en escena cuando el otro dice su pequeño monólogo. Cada uno iba
por su lado pero siempre con sentido hacia el otro. Las fusiones de ambos
apenas eran perceptibles, de repente te los encontrabas paseando la música de
la mano, como si ambos mundos se juntaran en una misma rotación. Como bis nos
regalaron el sexto movimiento del trio Dumky número 4 de Dvorak.
Parece
que este otoño Beethoven está el primero de la lista en la programación del
Doolen, el auditorio de Rotterdam, porque tras el descanso la orquesta nos
deleitó con una Heroica algo diferente a la dirigida por Yannick Nézet-Séguin
unas semanas atrás. Para
empezar, la colocación era diferente, esta vez los contrabajos estaban
repartidos a los dos extremos del escenario, sonando en estéreo, los cellos en
medio y los violines y las violas a los lados; eso permitía un sonido mucho más
compacto y equilibrado en cuanto a graves y agudos. El color de las secciones y
los pianos y pianísimos, tan apurados prácticamente hasta el susurro en la
dirección del canadiense, no se percibían tanto en esta ocasión con Steve
Sloane (Los Ángeles, 1958), director titular de la orquesta desde 1994. Entre
movimiento y movimiento no faltaron las toses, pero Sloane no levantó las manos hasta que no hubieron callado
todas, excepto en el attaca del cuarto movimiento, claro.
A destacar la entrada justa y precisa del segundo movimiento,
esta vez sin ningún sobresalto, y la unidad de la sección de cellos, que cada
vez que se alzaba era como uno solo, potente y claro, como un tenor o un bajo
de ópera cantando un aria; en su entrada de la fuga del segundo movimiento se
levantaron por encima de la orquesta. Noté más coraje esta vez que hace dos
semanas en la entrada de las trompas del tercer movimiento; no salió perfecto,
pero la decisión y las ganas estaban mucho más presentes.
Mención
especial para el primer viola, que vivió muchísimo toda la música y se
pasó parte del concierto medio de pie en su silla, casi haciendo sentadillas,
sin poder dominar la emoción mientras guiaba a su sección.
DdA, XIV/3664
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