Juan C. Hernández
Los ataques que ha recibido El
Periódico de Cataluña por la publicación de la nota de los servicios de
inteligencia de EEUU alertando sobre la posibilidad de un atentado en
Barcelona, tres meses antes de que se produjera, ponen de relieve
algunos males con los que nos hemos acostumbrado a convivir en lugar de
combatir –después de casi 60 años de ETA y más aún desde el 11M-.
A estas alturas, pocos ciudadanos dudan de la veracidad de la
noticia de El Periódico y de su éxito informativo. Salvo los
damnificados por esa magnífica exclusiva, en su mayoría políticos o
cargos sometidos a ellos. Eso es tan viejo que no debería extrañarnos.
Esta situación desnuda las carencias de algunos personajes que son
extensibles a la mayoría de quienes se han adueñado de las
instituciones, y que no es privativo de los que están quedando en
evidencia tras los ataques terroristas de Cataluña. Lo que ocurre es que
ante una barbaridad como es un atentado se magnifican las reacciones,
pero esos males nos acompañan todo el año y ante cualquier situación,
por intrascendente que sea.
Es una actitud muy arraigada en nuestros políticos, de la que se salvan muy pocos.
Si uno mira a los dirigentes de su ayuntamiento, diputación,
parlamento regional, Congreso, Senado, gobierno autonómico y gobierno
central, es para echarse las manos a la cabeza. Y si mira a su cantera,
para salir corriendo.
Salvo contadas excepciones, el tono general es de mediocridad, de
ciudadanos que no tienen oficio ni beneficio y se han arrimado a la
política para medrar, llevárselo crudo y al salir, si puede ser,
colocarse en alguna empresa a la que hayan hecho algún favor.
Dónde si no, algunos de nuestros próceres locales y sus asesores iban
a recibir 90.000 euros al año, 80.000 o 45.000. En el mundo privado, ni
de coña, porque saben que no son competitivos y por eso han escogido el
camino de una estructura como un partido donde basta con saber
arrimarse a tiempo y maquinar oportunamente con las personas adecuadas
para ascender y forrarse el riñón.
La política ha pasado de ser una dedicación transitoria y casi
altruista, a convertir los partidos en empresas. Y a sus dirigentes y
aspirantes a serlo, en empleados. En oficinistas, y ya se sabe las
relaciones que se suelen dar en ese ecosistema: escaqueo, trepas,
presentismo para ascender más rápidamente, y dejar los escrúpulos en la
puerta.
Tenemos, salvo excepciones, políticos mediocres que viven de la política, lo que los convierte en oficinistas con el colmillo retorcido que defienden su silla (su único medio de vida), que han creado un periodismo a su imagen y semejanza.
En el caso de los políticos, salvo excepciones, su mayor riesgo
proviene de los medios de comunicación, que son quienes pueden
someterlos a escrutinio y destacar sus aciertos y airear sus
incompetencias y trinques.
Para neutralizar el peligro, los políticos, salvo contadas
excepciones (que en Salamanca no se dan en sus principales
instituciones, Ayuntamiento y Diputación), salvaguardan con dinero de
los ciudadanos a los medios, sobre todo ahora que de la publicidad
privada solo viven bien los grandes canales de televisión. Y si alguno
osa morder la mano que le da de comer se queda sin dinero. Y si un medio
trata de ser independiente para beneficio de la sociedad donde convive,
directamente no le dan ni un euro.
Esa dependencia tan estrecha de los medios respecto a los políticos
pervierte su papel. No es cuestión de ponerse puristas, porque la vida
tiene muchos matices y hablamos de empresas con sus legítimos intereses,
pero es que la prensa española (y salmantina), salvo contadas
excepciones, es una terminal más de los partidos políticos.
Eso permite a los políticos mentir y vender motos sin parar para
asegurarse su puesto de trabajo, su sueldo y su nivel de vida.
Reduciendo al máximo sus preocupaciones (les invito a consultar las
hemerotecas digitales que las rotondas y obras se inaguruan y empiezan
hasta tres veces). Haciendo y deshaciendo a capricho. Situándose al
borde de la ilegalidad cuando no viviendo en ella, como estamos viendo
en numerosos casos aislados. Viviendo en la impunidad, y a expensas de
que los pille algún medio de comunicación ajeno al pesebre que han
montado. Cuando se les caza, en seguida se dejan ver y lo primero que
dicen es a ver si tienes pruebas de eso. Y si las tienes, es que es una
campaña de persecución. No es que no lo hayan hecho, sino que si no se
puede probar un mangoneo no existe, como si un medio fuera un tribunal
(no tiene ni mucho menos, los recursos de un juzgado para buscar esas
pruebas y no le corresponde juzgar).
Y entonces se ataca al que ha osado quebrar la paz del convento, con
el silencio cómplice del resto de los medios (algo que no es
consecuencia de la precariedad actual, porque también ocurría en la
opulencia) y de las asociaciones de prensa, que, por lo general, solo se
ponen dignos y levantan la voz cuando hay algún incidente y no dejan
entrar a un partido de fútbol a un medio.
Tenemos, salvo excepciones, políticos mediocres que viven de la
política, lo que los convierte en oficinistas con el colmillo retorcido
que defienden su silla (su único medio de vida), que en seguida se han
dado cuenta de que en España la mentira no tiene coste (y empiezan a ver
que la corrupción tampoco) y se amparan en su libertad de expresión
para propagarlas sin rubor, y en su derecho al honor para combatir la
primera crítica que reciben, satanizando al mensajero, pero solo de
medios no vendidos, porque la mayoría ha renunciado a ejercerla y solo
la utilizan como ariete de sus amos contra quienes pueden poner en
peligro su estatus. Políticos mediocres que han creado un periodismo a
su imagen y semejanza.
Esto es lo que hay.
DdA, XIV/3623
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