Félix Población
Anteayer tuvimos oportunidad de ver en La Dos esa excelente película de Antonio Jiménez Rico, Jarrapellejos (1988),
para la que el director contó con un reparto magnífico de actores, encabezados por Antonio Ferrandis en uno de sus trabajos más sobresalientes.
Basada en la no menos magnífica novela del escritor extremeño Felipe Trigo, viene a
ser una ilustración fílmica descarnada de lo que Joaquín Cosa reflejó
en su libro Oligarquía y caciquismo, sobre el que acabo de leer un excelente artículo de Nuria Sánchez, publicado en el último número de la revista La Circular: La inquietante actualidad de Oligarquía y caciquismo.
Sostiene la autora que el lastre principal de La Gloriosa (la
revolución de 1868) consistiría en haber mantenido intacta la barbarie
caciquil, revestida con la hipocresía del cumplimiento de los dictados
de la soberanía nacional y del sufragio universal. Para el krausista
Gumersindo de Azcárate -otro de nuestros grandes intelectuales olvidados-, el caciquismo era un feudalismo de nuevo género,
que escondía bajo bajo el ropaje del gobierno representativo una
oligarquía mezquina e hipócrita. ¿No es la de nuestros días una oligarquía del mismo signo, pero global, bajo el ropaje de los gobiernos representativos?
Salvadas las distancias circustanciales y temporales, algo de caciquil y propio de aquellas calendas ha tenido el desfachatado comportamiento de doña Celia Villalobos, diputada del Partido Popular y profesional de la política desde hace décadas, cuando anteayer interrumpió a gritos en el Congreso la intervención de las diputada de Unidos Podemos, Yolanda Díaz, durante la intervención de ésta en la Comisión de Empleo y Seguridad Social.
La actitud de doña Celia y su imagen -la propia de su desfachatez e incultura democrática- sintoniza más con la de los políticos más asilvestrados de la primera restauración borbónica en los tiempos de Joaquín Costa que con la de una democracia moderna, cívica y digna. Doña Celia representa la inquietante actualidad de Oligarquía y caciquismo, tal y como también observamos hace unos años con su chofer Manolo.
EL DE VILLALOBOS ES EL NIVEL DE LOS QUE HAN HECHO DE LA POLÍTICA SU PROFESIÓN
Pepe Grillo
Hay antros malolientes en los que el
personal se relaciona y discute con mayor cortesía que la que se puede
apreciar en gran parte de las ‘señorías’ añejas de la Cámara Baja. Y eso
por no hablar de ciertos parlamentos autonómicos y otros organismos de
menor entidad, en los que lo extraordinario es asistir a cualquier cosa
que se parezca a un debate de ideas y no a la habitual defensa de
intereses espurios.
Pero no debiera sorprendernos, porque lo
que sería un milagro es que la situación fuera otra. La política
institucional en España solo tiene de política la denominación, porque
en realidad no deja de ser el cortijo ejecutivo particular de unas pocas
familias. Es por esta razón que el caso de Celia Villalobos, más allá
de su particular vulgaridad, no es excepcional. Se comporta, como no
podría ser de otra forma, con la mala educación de un cacique en sus
dominios. Y eso que no es uno de los peores casos, porque ‘solo’ lleva
viviendo del cuento desde el año 1983, y 35 años es casi un periodo
modesto comparándolo con el de otros compañeros de profesión en
el que auténticas sagas familiares llevan más de un siglo haciendo lo
propio (a derecha e izquierda, e incluso entre un importante porcentaje
de los integrantes de los nuevos ‘partidos del cambio’).
Por esto es extraño que incluso nos
indignemos. ¿De verdad queremos que esta gente piense en los demás
cuando no han demostrado ninguna vergüenza por vivir como parásitos
indefinidamente?
En fin, esto es lo que hay. Y aunque
ahora parece que hasta C’s y Podemos quieren ponerse de acuerdo en
limitar el número de mandatos de un mismo presidente del Gobierno (algo
que no deja de ser un brindis al sol), apostaría a que lo que no
propondrá nadie a debate es una ley que limite en general la permanencia
en política institucional a dos legislaturas. Y no lo propondrán porque
esa sí sería una ley que acabaría con el nepotismo.
En un mundo en el que nadie es
imprescindible y en el que a partir de cierto periodo de tiempo hasta el
mejor intencionado tiende a acomodarse, sobran el enquistamiento y los
vividores. ¿Alguien le pondrá el cascabel a ese gato?
DdA, XIV/3622
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