Cuando
Cristiano Ronaldo confirmó a través de su cuenta Instagram que había
sido padre de dos mellizos, recibió más de 8 millones “me gusta”, 290
300 artículos fueron publicados sobre el tema mundialmente, 71 000 de
ellos conteniendo la frase “muy feliz”. Sólo había una cosa que no
apareció en ninguna parte: el nombre de la madre. ¿Quién es? ¿Cómo fue
su embarazo y cómo se siente tras el parto? ¿Cuántas veces al día piensa
en sus hijos que nunca más verá? Ronaldo ni la menciona, y la única
cosa que se sabe de ella es que es norteamericana y que recibió 200 000
euros por los bebés.
En el debate sobre la subrogación esto es típico. En los medios de comunicación se habla de subrogación como una manera de tener hijos y no una manera de perderlos, a pesar de ser eso lo que separa la subrogación de toda otra forma de reproducirse.
La
perspectiva mediática es generalmente la de los compradores; sus
sentimientos, sus deseos (frecuentemente llamados “necesidades”)
abundan. Las madres siguen siendo anónimas, como si fueran trabajadoras
en una fábrica de bebés. Tan anónimas a veces que ni los hijos llegan a
saber quiénes son. Como el hijo anterior del mismo Ronaldo. Su hermana
confiesa en una entrevista que le han ocultado sus orígenes: “nosotros
decimos que su madre está de viaje. Él no pide más. Una vez le dijimos
que estaba en el cielo”.
Nadie parece alzar la voz para decir lo obvio: esto es un flagrante
delito contra los derechos de las mujeres y los niños. Según el artículo
7 de la Convención sobre los Derechos del Niño, cada niño tiene derecho
a sus padres. La maternidad subrogada, sea pagada o altruista, viola
este derecho fundamental. En la subrogación los hijos pierden a su madre
y las madres pierden a sus hijos. No es añadir, es quitar, y, como esto
es una industria (no hay que dejarse engañar por los románticos poemas
de mujeres generosas que lo hacen gratis – la subrogación altruista no
llega ni al 2% de los casos) las razones son económicas. Hablemos
claramente: la subrogación es una venta de bebés. Los ricos compran, las
pobres venden. No hay nada progresista ni posmoderno de esta práctica:
es la misma vieja explotación de la mujer y de los pobres.
Llevo desde 2006 estudiando lo que prefiero llamar vientres de
alquiler, he visto crecer esta industria y los escándalos que cada día
son más frecuentes. Como el billonario japonés que llegó a tener 16
niños de diferentes clínicas tailandesas – quiso llegar a 100. ¿Qué iba a
hacer un soltero con 100 bebés? Quién sabe. O como la pareja española
que se enfadó tanto cuando sus gemelos no fueron de ambos sexos que no
quisieron pagar las facturas del hospital. La madre subrogada en
cuestión, Kelly Martínez, cuenta: “habían pagado un extra para tener
niño y niña y estaban realmente disgustados”. La estresaron tanto que
desarrolló preeclampsia, que puede ser mortal. No puedo dejar de pensar
que esta pareja actuaba más como clientes decepcionados, que como
padres. O cuando las mafias asiáticas descubrieron esta lucrativa
industria en 2010, y comenzaron a usar la misma estrategia que en la
prostitución: raptar a chicas jóvenes, encerrarlas y usar sus cuerpos.
¿Cuántas parejas europeas han tenido hijos de esas clínicas en Camboya o
Tailandia que en realidad eran cárceles?
Estos escándalos no son una excepción que desaparecerá con la
regulación. Son más bien síntomas de una industria que convierte la
mujer en fábrica, los niños en mercancía y el embarazo en servicio. Son
síntomas de un capitalismo sin fronteras – ni geográficas, ni éticas. Se
vende hasta la vida misma, y la campaña publicitaria nos dice que se
trata de amor y de libertad. Así, se externaliza no solo la producción a países asiáticos, sino también la reproducción.
Ahora toda persona de clase media europea puede tener un bebé sin pasar
por la molestia de portarlo o de parir: sólo basta transferir tu
material genético y una mexicana o ucraniana se queda embarazada en tu
lugar. Ella se arriesga, ella engorda, ella vomita, ella siente
contracciones, ella pare y ella se queda con las marcas del embarazo.
Hace todo lo que hace una madre – pero sin ni siquiera obtener el
título.
Se puede estar en contra de los vientres de alquiler desde muchas
perspectivas. Para mi, ser feminista significa que no puedo cerrar los
ojos ante los profundos rasgos patriarcales de esta industria, donde la
maternidad es algo desechable mientras la paternidad se vuelve sagrada.
Los vientres de alquiler ponen en práctica las frases de Apolo en la
Orestíada: “no es la madre quien engendra al que llama hijo suyo; no es
ella sino la nodriza del germen reciente…”. La maternidad subrogada
explota la madre y luego la niega. Quien habla de subrogación como
expresión de autonomía no ha visto los contratos, donde se anula
justamente esa autonomía. ¿Quién decide sobre hormonas, tratamientos,
abortos, amniocentesis y el derecho de tener sexo o no? Desde que se
firma el contrato, los compradores. No la mujer.
Ser marxista, además, me lleva a la conclusión que los vientres de
alquiler constituyen el colmo de lo que Georg Lukács llamaba la
reificación – la cosificación del ser humano. Aquí, trabajar no se
siente como si uno se vendiera – la madre subrogada literalmente se
vende. Ella no es el apéndice de la máquina, ella es la
máquina. Ella no vende el fruto de su trabajo, vende su propia carne. La
maternidad subrogada provoca un cortocircuito inmediato en la teoría
sobre la enajenación. Es como si todo otro ejemplo de enajenación fuera
una metáfora y éste fuera el verdadero origen de la palabra.
Pero tal vez basta con ser humanista, basta con adherir a los
conceptos fundamentales de derechos humanos. Que un ser humano no debe
ser comprado ni vendido. Los bebés tampoco, o quizás especialmente no
los bebés. Basta aplicar a la práctica de subrogación las leyes que ya
tenemos – cosa que curiosamente no se ha hecho hasta ahora. La mayoria
de paíese prohiben la venta de personas, sin embargo los filósofos han
hecho un buen trabajo convenciendonos que los vientres de alquilér es
otra cosa. Pero sí, los últimos años más y más países han optado por
prohibir la práctica. India, Tailandia, Cambodia y México han legislado
contra la industria, y el último país en preparar una prohibición es el
mío, Suecia, donde una encuesta oficial establece que la maternidad
subrogada constituye un riesgo demasiado alto para mujeres y niños para
valer la pena. Recordamos también que el Parlamento Europeo “condena la
práctica de la subrogación, que socava la dignidad humana de la mujer
dado que su cuerpo y sus funciones reproductivas son usadas como una
mercancía.” Espero que España siga el mismo camino. La lucha contra los
vientres de alquilér será la proxima gran batalla feminista: si no la
ganamos, nos espera el verdadero Cuento de la Criada.
TopoExpress/ DdA, XIV/3642
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