Ana Cuevas
El asesinato despiadado de una joven anti-fascista en Charlottesville
(EEUU) nos descubre que el país más poderoso del mundo también tiene
los armarios abarrotados de espectros. Hay viejas heridas en la historia
que no acaban de curarse.
En España sabemos algo sobre esto. Aquí no faltan voceros
revisionistas de la verdad histórica que niegan, o pretenden pasar
página, de miles de crímenes que han quedado impunes. Ejecuciones, fosas
abandonadas, torturas, violaciones… Todo se barre convenientemente bajo
la alfombra del olvido. Si no, ¿cómo ¿sería posible que el partido en
el gobierno hubiera sido fundado por un ministro franquista? De
aquello que no se habla, no existe. Invirtiendo la carga de la prueba,
se tacha de revanchistas a quienes claman justicia. No se puede cimentar
un gran país sobre la humillación y el desprecio a las víctimas
de la dictadura. Sobre falacias e hipocresía. Así nos va.
A los estadounidenses también les han contado muchos cuentos chinos.
Por ejemplo que Lincoln fue el garante del abolicionismo. Lo cierto es
que tengo entendido que era un tipo racista que realmente servía a los
intereses de los empresarios industriales del norte. Los derechos de
los afroamericanos han sido, y siguen siendo, ganados con su
propia sangre, sudor y lágrimas. Componen el sector más pobre de la
población. Los negros estadounidenses llenan las cárceles y mueren
abatidos a tiros en la calle por la policía. A veces, sin ninguna causa
aparente más allá del “sospechoso” color de su piel.
Hollywood contribuyó a crear las versiones torticeras que el
establishment necesitaba para escribir los renglones torcidos de la
historia. Como el NODO patrio pero en cinemascope y de
difusión internacional.
Pero manipular los hechos no es prerrogativa del cine. Periódicos y
otros medios españoles, como El País, nos sorprenden por la tibieza que
emplean a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Hablan de
disturbios entre radicales opuestos. ¿Perdón? ¿Pretenden meter en el
mismo saco a los anti-fascistas y a los nazis? Porque convendría aclarar
que los primeros defienden los derechos humanos, están en contra
del racismo y a favor de la justicia social. Y los segundos, pues eso.
Son nazis. Llevan esvásticas, pegan palizas a la gente de otra raza, a
los inmigrantes, a los vagabundos, a los que visten diferente o a los
homosexuales. A la hora de repartir estopa son unos demócratas de
campeonato.
La explosión de violencia supremacista en Charlottesville no es
aleatoria. El mandato de Trump ha proporcionado un caldo adecuado de
cultivo para que salgan a la luz esas heridas podridas. Cerradas en
falso desde la guerra de secesión.
Igual que sucede en España. Donde la fundación Francisco Franco
recibe fondos públicos para retorcer maquiavélicamente la historia y
pintar al dictador como un santo que no mató una mosca en su vida. Donde
se le conserva en un mausoleo, enterrado junto a sus víctimas, que
permanecen ahí a la fuerza. Aún ahora. Un país donde una organización
que fue manifiestamente criminal como Falange, tiene total libertad para
esparcir su ideología falsaria y repugnante. Donde organizaciones
neonazis reciben cobijo gracias a la generosidad de políticos, igual
peperos que sociatas, para reunirse y hacer apología de la violencia
irracional.
Hoy en día es habitual que se califique de nazi a casi todas y todos…
menos a los nazis. Si defiendes los derechos de la mujer te llaman
feminazi. Si te posicionas ideológicamente a la izquierda te llaman nazi
y genocida. Si eres ecologista eres una nazi.
En cambio, si te paseas con una cruz gamada al hombro gritando ¡Heil
Hitler! estás haciendo uso de tu libertad de expresión. Cada 20 de
noviembre vivimos nuestro propio Charlottesville. Nazis, fascistas y
supremacistas patrios exhiben impunemente su antología del horror.
Amagan contra una sociedad que quiere convivir en paz. Que quiere cerrar
las heridas sí. Pero previa desinfección y limpieza de toda
la porquería, como ellos, que aún supura.
Queremos pasar página, pero después de haber leído todo el libro. Es
la ignorancia la que permite que tarados violentos de todo el mundo
campen a sus anchas amparados en la libertad de expresión. Los mismos
que no dudarían en eliminar a quien se expresa diferente a sus ideas.
Como la muchacha atropellada por el nazi supremacista blanco. ¿El crimen
es también libertad de expresión?
A riesgo de que me llamen nazi quiero recordar que el artículo
510.1.a) del Código penal castiga con una pena de uno a cuatro años de
prisión y multa de seis a doce meses a aquellos que “públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio,
hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del
mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a
aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la
ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de
sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo,
orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o
discapacidad”.
Lo digo para cuando llegue el próximo 20 de noviembre. Por si los
mandamases tienen a bien tener la ley en cuenta. Ya que eso de
cumplir la ley de Memoria Histórica parece que no cala.
DdA, XIV/3612
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