Tal como escribía su muy querida amiga Ana Cuevas ayer en este diario, mañana en Zaragoza, a las 7 de la tarde, en el C.S. Luis Buñuel (Pza.
Santo Domingo), se reunirán algunas de las personas que le amaron.
Que todavía hoy, seguimos amándole. Porque Antonio vive en todos y cada
uno de quienes tuvimos la fortuna de cruzar nuestro destino con el suyo. Este Lazarillo guarda como un tesoro del alma las palabras de su adiós y aquel abrazo último que siempre estará conmigo.
Félix Población
Desde hace más de dos años, cuando lo
conocí sentado en su silla de ruedas en la calle Alfonso de Zaragoza al
pie de su diaria reivindicación en pro de una escuela pública y laica,
sabía que la determinación tomada ayer por el profesor Antonio Aramayona
formaba parte de su tránsito vital y mortal. Me lo dijo mientras
comíamos en un modesto restaurante, cerca de su casa, antes de
despedirnos. La mañana anterior nos habíamos congregado un grupo de
amigos, alumnos y compañeros de Aramayona para conmemorar su primer año
ante el portal de la consejera de Educación del gobierno aragonés.
Queda constancia de la presencia de
varios policías, distanciando a los concurrentes del lugar, y de la visita
del entonces recién elegido eurodiputado de Podemos, Pablo Echenique.
Por esa pertinaz actitud, ya hiciera frío o calor y a pesar de su mal
estado de salud, Antonio hubo de soportar apercibimientos, presiones y
sanciones por parte de la Delegación de Gobierno en Aragón que él nunca
estuvo dispuesto a admitir ni a pagar. Finalmente, el profesor Aramayona fue absuelto y
la libertad de expresión, ejercida pacífica y libremente durante dos
largos años, obtuvo una significativa victoria. Que lograra mayor o menor
repercusión en los medios no era algo que al protagonista le preocupara
mucho. De hecho, las valiosas colaboraciones periodísticas de Antonio
fueron objeto de intentos de censura en algunas publicaciones de
cabecera respetable ante las que nunca transigió.
No tuve oportunidad de volver a ver a
Aramayona, pero como fue un colaborador constante de mi blog durante
algún tiempo y la amistad quedó sellada tras darnos un emotivo abrazo al
término de mi estancia en Zaragoza, mantuvimos frecuentes y largas
conversaciones por teléfono, en las que nunca -hasta las últimas- me
volvió a hablar de la decisión final de poner término a su vida,
consciente de que -sin tratarse de una enfermedad terminal- su
quebrantada salud algún día le haría acordar la elección de poner punto
final a su existencia.
Fue hace más o menos un mes cuando
Antonio, que se había ocupado poco antes de darme estimulantes consejos
en relación con mi sobrevenida enfermedad, me dio a entender que se
iba. Sólo hablamos después una vez más para certificarme la inmediatez
de tal hecho, sin especificarme fecha ni hora -por si su teléfono
estuviera intervenido, habida cuenta su militancia en defensa de una
muerte digna-, y desestimando que tomara en mi convalecencia la decisión
de ir a despedirlo. Desde ese día, no he dejado de pensar en Antonio
Aramayona y en la decisión final de este profesor de Filosofía y Ética
jubilado, a quien tanto quisieron sus alumnos por su compromiso con un
mundo más libre y más justo, y porque era -según dijo don Antonio
Machado, uno de sus maestros- bueno, en el buen sentido de la palabra bueno.
Preví que su fin estaba próximo
cuando, días antes, este habitante del valle -como gustaba llamarse en
su blog en las últimas fechas- se asomó a las estrellas: “No saldrá en
los telediarios ni en los grandes titulares de la prensa -escribió en La utopia es necesaria-,
pero mañana morirá una estrella, al igual que morirán otros cientos de
miles de estrellas más. En realidad, no sabemos bien cuándo las
estrellas viven o mueren, solo recibimos su luz. Por eso es tan
brillante el firmamento: millones de estrellas y galaxias nos envían su
luz y nos hacen sonreír un poquito, aunque no sea más que por lo bonitas
que parecen todas juntas. En mi firmamento seguirán siempre brillando,
entre otras muchas estrellas más”: Y citó a Juan de Mairena, para seguir
con Henry Thoreau, Beethoven y García Lorca, Thomas Mann, Kant y Rilke,
Bob Dylan, Leonard Cohen, Berlinguer, Stravinsky, Buda, Albert Camus,
Aristóteles y su hijo Nicómaco, Saint-Exupery, Oscar Wilde, Dolores
Ibarruri, Brahms, Antonio Machado, Bach y Van Gogh, entre otros.
Y también los nombres de Silvia, sus
dos hijos, Javier y Begoña, y los de sus muchos amigos y los de sus
alumnos allí por donde pasó: Madrid, Alcalá de Henares, Torrejón de
Ardoz, Zaragoza. “Y miles y miles más con los que he vivido y convivido,
que van a mirar muchas noches las estrellas y van a reír siempre
conmigo”. Al pie de esa nómina de cariños y afectos, Antonio Aramayona
no podía acabar con mejor ilustración musical que la de la Pastoral de
Beethoven, cuyo segundo movimiento tanto le conmovía.
Él prefería la dirección de Bernstein
con la Filarmónica de Viena. Yo, la de Claudio Abbado con la misma
orquesta. Escuché esta última en el coche, cruzando las montañas de
Pajares, en homenaje al amigo que se me iba a ir al día siguiente y que
me dejó como mejor memoria y lección de vida una grabación con su voz, a
la que respondí con unos versos que él -estoy seguro- se llevó consigo
en aquel corazón que cuando dejó de latir lo hizo con tanta vida como
amor y saber dentro. En este caso -al recordar que Antonio
me preguntó por la música que me llevaría a una isla desierta, quizá por
consultar la que le acompañaría en los últimos momentos-, la
ilustración musical la pusieron los conciertos para violín de Johann Sebastian Bach:
Ay, amigo, te tuve entre mis brazos
y bien sabes lo que el abrazo dijo,
sabedor del adiós que me trazaste.
El llanto por tu ausencia me da miedo
a decirte la pena cuerpo a cuerpo,
con el pecho doliendo de latido.
Mi vida fue mejor tras conocerte,
si te pedí tu voz fue para darle
más vida a la memoria de quererte.
Conmigo quedas en todo lo que amo,
ya estás como la música conmigo
hasta que Bach se apague donde aliento.
PS.- “Todo ser humano ha de vivir
bien, dejar vivir, hacer que los demás vivan del mejor modo posible.
Solo cuando se acaban los caminos desde los que se atisban horizontes, o
cuando se otea un deterioro imparable o cuando se decide libre y
responsablemente, es posible plantearse con fiereza y también con una
sonrisa el propio acabamiento. Sí, el ser humano debe vivir bien y por
esa misma razón también morir bien”. Antonio Aramayona.
*Artículo publicado el 5 de julio de 2016 en DdA y Huffington Post.
DdA, XIV/3577
1 comentario:
La gratitud que siento por tu artículo es equivalente al cariño que le tuve. Gracias.
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