viernes, 14 de julio de 2017

LAS FIESTAS DE PAMPLONA Y EL ORGULLO CAFRE-MACHISTA

Ana Cuevas
                                                                                         
Ser mujer no es una tarea fácil en casi ningún lugar de este planeta. En lo que denominamos el primer mundo, aunque a nivel jurídico y constitucional exista una virtual igualdad, tampoco resulta sencillo. Cierto es que aquí no se nos lapida o se nos encierra bajo un burka, me replicarán muchos. Es verdad. La quema de brujas,  o sea de mujeres, son deportes que han quedado en la trastienda de nuestra historia negra. Pero, de alguna manera subsisten en el inconsciente colectivo y, cuando una fémina saca los pies del tiesto patriarcal, a más de uno le entran ganas de volver a apilar madera.
Lo que sucede es que las brujas actuales nos hemos vuelto ignífugas. Pero sobre todo impermeables a los insultos y descalificaciones de las manadas de machos mamarrachos que ven cuestionada su hombría cuando se enfrentan a una mujer de igual a igual. Como supongo que ya sabrán, la inteligencia no está en los genitales. Sin embargo, esta cuestión plantea dudas cuando observamos el aberrante comportamiento de grupos que hacen ostentación de su machirulismo sin pudor alguno. Durante las fiestas de Pamplona hemos asistido a una especie de celebración del orgullo cafre-machista. Después de los condenables sucesos en los que un grupo de hombres que se autodenominaban "la manada" drogaron y abusaron de una chica de dieciocho años el pasado año, estos sanfermines  se han visto impregnados por un hedor a solidaridad con los agresores. Chapas y camisetas con bonitas  leyendas como: "Chupa y calla". "Tu culo es mío·, etc... se han vendido como churros entre tipos acomplejados y mediocres que quieren llamar la atención alardeando de lo único que pueden, su cutrerío intelectual. Yo me los imagino en sus casas, amargados por traumas sexuales y emocionales, visionando porno como única alternativa a un simulacro de relación. Tiene que ser algo así para que rezumen tanto odio, tanta falta de respeto por sus madres, sus hermanas, sus hijas... las nuestras. ¿Acaso cuando su mamá les da los buenos días y les pone el colacao , ellos le contestan chupa y calla?
Hay polémica con este asunto. Aunque se ha hecho una campaña intensiva de concienciación se han vuelto a dar casos de agresiones y tocamientos. No parece adecuado jalear estos comportamientos con complementos que animan a cometerlos. Que trivializan la libertad sexual de la mujer cosificándola como un objeto de disfrute.
Pero tengo serias dudas acerca de prohibirlo. Me explico. Si un individuo quiere llevar impresa en el pecho su declaración de principios, ¿quién soy yo para negárselo? Así es más fácil identificarlos. El que guste de exhibir esta parafernalia está gritando a los cuatro vientos: ¡Soy un cerdo gilipuertas! Y perdón por la analogía con el pobre marrano. Que ya dijo Hernández que existen cerdos con peor origen que los cerdos.
Hablando de analogías con animales, yo me pido ser loba. Frente a esas piaras de cerdos babeantes me nace un impulso licántropo, una ancestral ferocidad de loba protectora que acecha las gargantas de las alimañas que rondan a su prole. Loba feroz que no teme a los caperucitos que juegan a ser hombres denigrando a las hembras. Loba desnuda de yugos y correas que sobrevive a dentelladas a la conjura de los cerdos.
Son cosas de animalicos. De tanto soportar guarradas, nos están creciendo los colmillos.

DdA, XIV/3585

No hay comentarios:

Publicar un comentario