El pasado sábado, a la hora del vermú, tuvo lugar en la
Plaza del Paraguas de Oviedo un homenaje de la Semana Negra de Gijón al poeta Ángel González. Asistió al mismo su viuda, la profesora Susana
Rivera, de visita en Asturias procedente de Nuevo México, de cuya universidad
es docente, como asimismo lo fue el propio González.
Es de agradecer que el
Ayuntamiento de Oviedo se haya sumado a esta iniciativa, pero muchos de los que
admiramos al poeta ovetense echamos en falta algo más permanente que rebase el acto
simbólico y puntual celebrado ayer a mediodía. Este Lazarillo aprovecha esa circunstancia
para insistir en la necesidad de que la ciudad a la que tanto quiso Ángel
González haga visible y provechosa esa querencia con algo más que lo ofrecido
el pasado sábado, para lo cual me consta el interés que tiene puesto en ello el
tripartito que desde hace dos años gobierna aquella ciudad.
Sería idóneo, en
ese sentido, hacer posible en alguna medida aquella ilusión de Ángel González por
apoyar mediante una iniciativa que llevara su nombre la posibilidad de que
niños con aptitudes y escasos recursos en sus familias pudieran estudiar música, pues el poeta siempre lamentó no haber podido hacerlo durante la posguerra por esos mismos motivos. Ello se atendría a lo que Susana Rivera dejó dicho en una reciente entrevista publicada en el diario El Comercio:
«Ángel no quería homenajes. Decía lo de Machado: nadie es más que nadie. Todo lo que sea tener viva su memoria, como la cátedra que lleva su nombre o este tipo de actos, me parece bien, aunque no cuenten conmigo. Pero sigue un reto pendiente, y de ahí que la Fundación, si la quieren, siga teniendo sentido: hacer que la literatura sea útil. No solo charlas sobre crítica o filología literaria. Llevar la poesía a las cárceles, música y poesía para niños de la calle o de la tercera edad, la literatura puede cambiar el mundo porque fabrica otra sensibilidad sobre lo que está ocurriendo. Ese espacio sigue sin estar cubierto. Un cometido social del arte, que era el mayor sueño de Ángel».
«Ángel no quería homenajes. Decía lo de Machado: nadie es más que nadie. Todo lo que sea tener viva su memoria, como la cátedra que lleva su nombre o este tipo de actos, me parece bien, aunque no cuenten conmigo. Pero sigue un reto pendiente, y de ahí que la Fundación, si la quieren, siga teniendo sentido: hacer que la literatura sea útil. No solo charlas sobre crítica o filología literaria. Llevar la poesía a las cárceles, música y poesía para niños de la calle o de la tercera edad, la literatura puede cambiar el mundo porque fabrica otra sensibilidad sobre lo que está ocurriendo. Ese espacio sigue sin estar cubierto. Un cometido social del arte, que era el mayor sueño de Ángel».
Hace 17 años, en septiembre del 2000, Ángel González dejó
escrita a Susana una carta a modo despedida que esta solo debía leer una vez fallecido, hecho
que ocurrió en enero de 2008. Si la traigo a colación es para reafirmar el amor
que el poeta profesó a Susana y dar respuesta, como ella mismo ha hecho en
el diario El Comercio hace unos días, a las declaraciones del cantante Joaquín Sabina, en este mismo periódico, acerca del «cáncer de
las viudas literarias»:
«Que hubiesen tenido los cojones de decírselo a él en
vida, cuando me trataban todos como una princesita. Las viudas ni somos
ignorantes ni analfabetas, somos las herederas del legado de nuestros cónyuges,
no hay más. Es todo una farsa. ¿Interminables noches en casa de Sabina? Le
conocimos en el 2001, por Dios, hasta 2004 no paramos por su casa, solo
veníamos los veranos y Ángel murió en 2008. Es absurdo. Lo de Sabina es como
sus discos: más de cien mentiras, y lo niego todo, incluso la verdad. Da risa», declaró Rivera.
Y esto dejó dicho el poeta en la citada carta.
Y esto dejó dicho el poeta en la citada carta.
Queridísima Susi:
Alguna vez tenía que ser. Esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte: porque ya no voy a volver a verte. Eres la persona que más quiero en este mundo: también la más honesta, la más íntegra, la más buena: la mejor.
Gracias por toda la felicidad que me diste. Recuerda tú los momentos de felicidad que vivimos juntos y que esos recuerdos te sirvan de ayuda en esos momentos tristes. No te dejes dominar por la tristeza. Trata de ser feliz y de que sobreviva en ti siempre ese maravilloso espíritu de alegría que tuviste siempre. No pierdas nunca esa maravillosa sonrisa que iluminaba el mundo. Hazlo por el amor que sentí -que siento todavía cuando escribo ahora- por ti.
Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre en ti.
Un beso muy largo, interminable,
Ángel.
Alguna vez tenía que ser. Esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte: porque ya no voy a volver a verte. Eres la persona que más quiero en este mundo: también la más honesta, la más íntegra, la más buena: la mejor.
Gracias por toda la felicidad que me diste. Recuerda tú los momentos de felicidad que vivimos juntos y que esos recuerdos te sirvan de ayuda en esos momentos tristes. No te dejes dominar por la tristeza. Trata de ser feliz y de que sobreviva en ti siempre ese maravilloso espíritu de alegría que tuviste siempre. No pierdas nunca esa maravillosa sonrisa que iluminaba el mundo. Hazlo por el amor que sentí -que siento todavía cuando escribo ahora- por ti.
Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre en ti.
Un beso muy largo, interminable,
Ángel.
DdA, XIV/3587
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