Julián Casanova
El
1 de abril de 1940, el general Francisco Franco presidió en Madrid el
desfile de la Victoria que celebraba el primer aniversario de su triunfo
en la Guerra de Liberación Nacional. Después de un almuerzo de gala en
el Palacio de Oriente, el Caudillo llevó a un selecto grupo de invitados
a una finca situada en la vertiente de la Sierra del Guadarrama,
conocida con el nombre de Cuelgamuros, en el término de El Escorial. En
la comitiva figuraban, entre otras autoridades, los embajadores de la
Alemania nazi y de la Italia fascista, los generales Varela, Moscardó y
Millán Astray, los falangistas Sánchez Mazas y Serrano Suñer y Pedro
Muguruza, director general de Arquitectura. Franco les explicó allí su
proyecto de construir un monumento, "el templo grandioso de nuestros
muertos, en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el
camino de Dios y de la Patria". Así comenzó la historia del Valle de los
Caídos.
El Valle de los Caídos fue inaugurado el 1 de abril de
1959, vigésimo aniversario de la Victoria. En esas casi dos décadas de
construcción, trabajaron en total unos veinte mil hombres, muchos de
ellos, sobre todo hasta 1950, "rojos" cautivos de guerra y prisioneros
políticos, explotados por las empresas que obtuvieron las diferentes
contratas de construcción, Banús, Agromán y Huarte.
El 7 de
marzo de 1959, a punto ya de inaugurarse el Valle de los Caídos, Franco
escribió a Pilar y Miguel Primo de Rivera para ofrecerles la nueva
basílica "como el lugar más adecuado para que en ella reciban sepultura
los restos de vuestro hermano José Antonio, en el lugar preferente que
le corresponde entre nuestros gloriosos Caídos". En la mañana del 30 de
marzo, miembros de la Vieja Guardia de Falange y de la Guardia de Franco
se turnaron en el traslado del féretro desde El Escorial al Valle de
los Caídos. Lo depositaron al pie del altar mayor de la cripta, bajo una
losa de granito con la inscripción "José Antonio". Era el lugar para su
"eterno reposo", como lo tituló el reportaje del No-Do.
El 23 de
noviembre de 1975 el cortejo fúnebre de Franco llegó a la basílica del
Valle de los Caídos. La multitud congregada en la explanada exterior
entonó el “Cara al sol”, el “Oriamendi” y el himno de la legión, con la
presencia destacaba de grupos de ex combatientes, que iban a ser
recibidos por el nuevo Rey en su primera recepción oficial. En el
interior del templo, detrás del altar mayor, esperaba la fosa abierta
junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera. A las dos y cuarto de
la tarde una losa de granito de mil quinientos kilos cubrió el sepulcro.
HAN PASADO MÁS DE CUARENTA AÑOS DESDE LA MUERTE DE FRANCO Y LA
DEMOCRACIA NO HA SABIDO QUÉ HACER CON EL PRINCIPAL LUGAR DE LA MEMORIA
DE LOS VENCEDORES DE LA GUERRA CIVIL.
Hay tres cosas urgentes que deberían hacerse, más allá de los usos que de todo eso se hace desde la política presente:
1. Mantenerlo y explicarlo como paradigma de la simbiosis entre
religión y política, entre la Iglesia católica y la dictadura de Franco.
Y debe recordarse, en folletos y en una introducción clara y
contundente a la entrada, que, acabada ya la guerra, mientras se
construyó ese monumento, "símbolo de paz", Franco presidió una dictadura
que ejecutó a no menos de cincuenta mil personas y dejó morir en las
cárceles a varios miles más de hambre y enfermedad, convirtiendo a la
violencia en una parte integral de la formación de su Estado. Y
recordaría, en el recinto ideal para recordarlo, que la Iglesia
Católica, recuperados sus privilegios y su monopolio religioso tras la
guerra, se mostró gozosa, inquisitorial, omnipresente y todopoderosa al
lado de su Caudillo.
2. Franco ideó el monumento, y así se hizo,
para inmortalizar su victoria en la Guerra Civil y honrar sólo a los
muertos de su bando, aunque se montara después la farsa de trasladar
también allí los restos de miles de "rojos" muertos o asesinados durante
esa guerra. Esos restos, robados de cementerios y fosas comunes, deben
ser devueltos a sus familias, a quienes se debe una reparación política,
judicial y moral. Cuando se organizó, al final de la segunda
legislatura de Rodríguez Zapatero, la primera comisión para decidir
sobre ese tema, las familias de esas víctimas del franquismo quisieron
que yo, como historiador, les representara allí y el Gobierno se opuso.
Es bastante más importante reparar la dignidad de todas esas víctimas,
devolverles la dignidad, que sacar a Franco de allí.
3. Ell
Valle de los Caídos representa la espada y la cruz unidas por el pacto
de sangre forjado en la guerra y consolidado por los largos años de
victoria. Hay que desacralizarlo, convertirlo en un lugar de la memoria
de los crímenes del franquismo, explicado con rigor y separado de
cualquier acto de apología de la dictadura. Y Franco, que lo construyó a
mayor gloria de él y de su victoria levantada sobre el crimen y la
exclusión de los vencidos, debería quedar allí, para que todo el mundo
lo recordara (la tumba de José Antonio Primo de Rivera, por el
contrario, debería quitarse de allí y sus restos llevarlos junto a los
restantes "mártires de la Cruzada").
Para que los actuales
políticos del Partido Popular no se sigan riendo de las víctimas, los
historiadores que lo hemos investigado tenemos que difundirlo,
comunicarlo, sentar las bases para una nueva educación de las
generaciones presentes y futuras que no vivieron aquella historia. Da
igual sacar a Franco de su Valle si no va acompañado de esa
transformación profunda en la educación y en la enseñanza de la
historia. Es lo que se ha hecho en muchos países del mundo con los
lugares que simbolizan el crimen, la tortura y el genocidio. No borremos
sus huellas. La peculiaridad de la historia de España es que Franco
murió en la cama, 30 años después de los principales dirigentes
fascistas. Pero compartió con ellos crímenes, ideas, historia y
comportamientos. Que no se siga blanqueando ese pasado de muerte,
tortura y humillación.
DdA, XIV/3534
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