
Jaime Richart
Javier Marías, académico de la lengua,
escribe un artículo en El País recomendándonos desprecio hacia los políticos
ladrones que abundan como las bacterias en este país desde hace la friolera de
unos veinte años.
Dice en su escrito: "si me afano y
desvivo por que un individuo note mi odio, mi ira, mi rencor o mi envidia, le
estoy dando demasiada importancia. Con mi desprecio, silencioso las más de las
veces o incluso oculto, se la niego. El individuo no se entera, cierto, pero me
entero yo, que es lo que cuenta".
En principio un académico de la lengua ha de
ser muy cuidadoso, más bien exquisito, no sólo con el lenguaje sino también con
la idea que transporta el lenguaje. Si no lo hiciese así o no consiguiese
transmitirnos el propósito, desmerecería del honor que le confiere serlo...
Pero a mi juicio su discurrir sobre el desprecio a los felones políticos me
resulta retórico dadas las especiales circunstancias que nos rodean...
Pues no tengo más remedio que invitarle a que
preste atención a lo siguiente: que el desprecio, "académicamente",
no es un sentimiento sino una actitud; que el desprecio se dispensa a un
individuo, no a un colectivo y menos a un ejército de ladrones ungidos por el
desastroso sistema político en que han maniobrado; que el desprecio es el
recurso fácil del que goza de una vida holgada, como la que se supone disfruta
Javier Marías, porque no ha sufrido directamente la dentellada del saqueo que
afectó gravemente a su salud, a su trabajo, a su ajustada economía o a su
bienestar. Pues lo que inspira a quien sufrió a cuenta de esas conductas
nefastas dirigidas a apropiarse del dinero público no puede ser desprecio, sino
odio; odio manifiesto u oculto, mucho más peligroso éste al entender de Séneca.
Así es que yo, que no soy académico, que no
querría serlo justamente por la ortopedia en cuya virtud toda Academia cierra
el paso como miembro suyo al librepensador, creo que limitarse a despreciar a
una canalla que merece reprobación universal en lugar de odiarla, es más propio
de una homilía parroquial que de un intelectual comprometido con la sociedad.
Pues, además, para que se palpe el desprecio, a diferencia de lo que ocurre con
el odio, ha de haber una relación estrecha, o al menos cercana, entre quien
desprecia y el despreciado; algo que, evidentemente, no se da entre el
monipodio español alojado en el partido del gobierno y el ciudadano común al
que Marías dirige su artículo.
Por otro lado será muy "de señor" no
dar importancia al individuo que merece "mi odio, mi ira, mi envidia o mi
rencor", como dice. Pero se ve que tampoco repara en que al no tener ante nosotros a gente
corriente sino a antisociales peligrosos, estos han de ser también inmunes al
desprecio. Mientras que el odio llega, y
quién sabe si no llega para destruirles...
Marías cree que ese llamamiento al desprecio
es lo indicado para la ocasión. Pero yo le digo que intentar aplacar
animándoles al desprecio en lugar de al odio, a quienes han sido desposeídos y
sodomizados moralmente por ladrones de lo público, parece más bien argucia de
colaboracionista o debilidad de ñoño apaciguador en tiempos de revolución…
Quizá el desprecio podría ser la actitud
recomendable para casos puntuales, para personajes puntuales y para rapiñas
puntuales. Pero dedicárselo en abstracto a una organización criminal, que es
como la ha calificado un juez, parapetada en la liturgia de unas elecciones y
en la solemnidad de unas instituciones a las que fueron justamente los
componentes de la banda para cometer millares de desfalcos, no es la mejor
forma de liquidar semejante agravio, como no lo es tratar de quitar
importancia a la violación. Pues empobrecer o arruinar súbitamente a millones
de personas dependientes ahora de la filantropía, es una violación de lesa
humanidad en toda regla. Y el desprecio entonces es muy poca condena para tanto
daño.
Yo que Marías, revisaría desde el principio
hasta el fin ese artículo, y de paso también aquel otro lamentable de hace
muchos años en el que como fumador perdió los nervios sólo porque los
dirigentes le cortaron de repente la costumbre de fumar en lugares públicos
cerrados, y razonó sobre el asunto como ahora lo hacen los corruptos para
tratar de escabullirse de su corrupción... Un artículo que fue el colmo de la
necedad.
Este artículo de Marías tiene un agravante
además impropio de un académico. Y es que rebajando con su incitación al
desprecio la gravedad de tanta podredumbre nacional, relega a un segundo plano
la catarsis que sólo el odio consigue, cerrando las puertas que dan a las altas
miras necesarias para la regeneración de este país. Pues para la ardua tarea de
la regeneración, a todas luces no basta el desprecio que intenta sembrar Javier
Marías. Para ella, desgraciadamente, el único fermento que la logre está en el odio...
DdA, XIV/3540
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