En España la culpa, mejor dicho, el pecado original de la delincuencia de
corbata sobrevenida es de los
"fundadores" del engendro, los cuales levantaron esto que algunos
llaman democracia sobre el barro.
Jaime Richart
A partir de la
segunda guerra mundial y de la guerra civil en España, el impulso irresistible del renacimiento movió a Occidente a buscar la solidez, la
seguridad y la estabilidad. Todo iba dirigido en ese sentido: matrimonio para
toda la vida (entre nosotros), seguros de todo tipo, jubilación asegurada, seguro de desempleo, sirvientas
vitalicias, vivienda en propiedad, amigos para siempre... Todo respondiendo a la necesidad material y psicológica de que todo sea más resistente que lo destruido después de los
estragos naturales y
de las guerras. Pero a partir de la década de
los 70, los albores del
neoliberalismo, hasta hoy que arrecia, todos los esfuerzos van dirigidos en
sentido contrario: a lo fugaz, a lo pasajero, a lo efímero, a lo coyuntural, a la incertidumbre, a la inestabilidad vital. La informática y sus a menudo estúpidas actualizaciones por muy justificadas que
estén, contribuyen a esa sensación. Percibimos
entre aquella época y ésta la
misma diferencia que vemos entre una construcción de piedra y
otra de papel. Zozobra llamo a la inquietud no creativa. Y en torno a la
zozobra, a la inseguridad y a la inestabilidad gravita hoy casi todo.
Sea como
fuere, toda sociedad,
avanzada o no, se dota de principios rectores para convivir, y luego va
perfilando los aspectos que supone mejorarán la
convivencia. Pero, a medida que se va haciendo más y más compleja, como todo ser vivo, y una colectividad
lo es, tarde o temprano entra en decadencia, y por antonomasia en decadencia
moral. De ahí la mirada desesperada hacia
atrás de algunos aferrándose a lo viejo, a lo dejà vu, a lo que funcionó... porque lo nuevo inspira desconfianza, porque si
algo te interesa mucho, por la propia
dinámica del nuevo orden de cosas, no por tu deseo, te puedes quedar
fácilmente sin ello.
Hay varios
factores que propulsan la decadencia, pero generalmente hace acto de presencia
cuando por tiempo prolongado el príncipe, es decir,
los dirigentes, el sistema, se depravan. Pues su corrupción incita al pueblo a imitarles con efectos en
cascada. Se va generando una mentalidad progresivamente agrietada y se esciden
los principios morales que quizá
compartió la inmensa
mayoría. Esa escisión acaba siendo
al mismo tiempo causa y efecto de la decadencia. La cohesión social se debilita, y el debilitamiento de la
fuerza de obligar de las normas, del compromiso, del pacto social político, jurídico, moral o ético acaba en anomia (sin normas). Lo cual, a su vez
genera la desconfianza suficiente entre el Estado y los ciudadanos, y entre
los propios ciudadanos, como para desencadenar una progresiva descohesión social hasta la ruptura, bien desembocando en
revolución bien en una precaria salud
nerviosa y mental colectiva que conduce a la atonía o al tedio... Esta es la causa de que Salvador Pániker nos proponga lo retroprogresivo: ir simultáneamente hacia lo nuevo y hacia lo antiguo, hacia la
complejidad y hacia el origen. Propuesta que si tiene sumo interés en el plano individual, trasladado a lo social se convierte
en otra utopía más, al estar condicionado fatalmente a los
mecanismos y registros de la economía no dirigida ni
intervenida...
Pues bien, hay
en estos momentos decadentes en España dos mentalidades preponderantes, y
probablemente en otras partes del mundo occidental también: la del creyente que
es al mismo tiempo negacionista del cambio climático y enemiga
de lo público (excepto en lo que le
conviene), y la del ateo y agnóstico que
afirman el cambio climático y sólo toleran la libre concurrencia a condición de que todo el mundo
tenga cubiertas las necesidades básicas. Las dos,
irreconciliables. Como irreconciliables vienen siendo desde hace más de un siglo, que se
prolonga hasta hoy, comunismo y neoliberalismo.
En España nos encontramos
40 años después de inaugurado oficialmente un engendro de democracia. Y lo
que, abstracción hecha de los
acontecimientos políticos rampantes, se aprecia
en la sociedad española tanto de lejos como de cerca, es una
horrible sensación de frustración y una patética desorientación. Por un lado, al descubrir en número de miles, casos de saqueo o de incendio de las arcas públicas. Por otro lado, una monarquía corrupta. Por otro, una justicia titubeante,
proclive a la benevolencia con los poderosos e implacable con los débiles. Y luego, cinco modelos educativos desfilando
a lo largo de ese tiempo cuando los países de la
vieja Europa se han limitado a leves retoques en los suyos. Todo lo que ha de
desembocar necesariamente en un clima de desencanto, primero, y luego en otro
de indignación, combinados en un limbo
educacional. De cinco planes en cuatro décadas no
pueden haber salido ni salir ciudadanos y ciudadanas con ideas claras educativas
que no sean religiosas; justo lo que se propusieron quienes desde el principio
del régimen entorpecieron, bloquearon
o suprimieron las
condiciones para el desarrollo de una sana educación civil.
Por otra
oarte, los gobernantes y los financieros dicen preocuparse mucho por la
inestabilidad y por el impacto que a cuenta de ella sufre lo bursátil. Sin embargo no sólo no la
evitan: la provocan. Es más, parece que la inestabilidad
deliberada como principio dinámico de la
sociedad española se ha instalado en ella con el propósito de quedarse para siempre. Inestabilidad como
moneda de cambio no respaldada por valor alguno que sugiera solidez y permanencia.
Inestabilidad laboral que asigna al trabajador el estatuto de siervo, si no de
esclavo. Inestabilidad económica, que
disuade al individuo de formar una familia aun monoparental. Inestabilidad del
enjuiciamiento, que hace imposible la jurisprudencia. Inestabilidad biológica, que desaconseja a la mujer ser madre sin alto
riesgo de forzar a más inestabilidad al hijo.
Inestabilidad emocional que, con la económica, ocasiona
inestabilidad sentimental, psicológica y mental,
que a su vez coartan la
integridad moral, la "buena" costumbre y la cohesión social.
Y lo cierto es
que la sociedad española, azotada por esa inestabilidad por si fuera poco
atizada por la amenaza del cataclismo silencioso que es el cambio climático, parece un laboratorio para inferencias sociológicas a cuenta de ella. Se supone que la transición de la dictadura a la democracia sería un periodo de adaptación de una mentalidad a otra distinta, como el
astronauta precisa un tiempo de descompresión para
regresar a la normalidad. Y eso es lo que venimos intentando los bienpensantes
durante los cuarenta años que está
durando la transición. Pero esa serie de acontecimientos a los que
antes me refería hace suponer que vamos a
precisar de otro siglo para madurar el marco democrático aun con toda la miseria que encierra la
democracia burguesa y renunciando a una economía racional como la de una China
a la cabeza del binomio: seguridad-libertad. Desde
luego en España la culpa, mejor dicho, el pecado original de la delincuencia de
corbata sobrevenida después, es de los
"fundadores" del engendro, los cuales levantaron esto que algunos
llaman democracia sobre el barro.
Las derechas,
los conservadores y los que mandan in aeternum durante años han estado
imponiendo el orden mientras desvalijaban al Estado. Y ahora, pese a que han
terminado siendo descubiertos, tampoco parecen muy dispuestos a ceder. Vanos esfuerzos,
pues la tensión social existente, eso que
llaman alarma social, no se puede ocultar ni solapar por mucho tiempo. Parecer
ser que en la Francia tolerante se extiende una alarma importante y peligrosa
frente a la quiebra de la disciplina en la enseñanza. La cuestión al final está
en propiciar
el reemplazo pacífico de un modelo por otro,
de unas prácticas por otras, de unas costumbres
por otras, de unos valores... y de unos principios por otros, de modo que los
criterios que rigen en las instituciones, desde el parlamento hasta los
tribunales de justicia, desde la iglesia de barrio hasta la empresa, desde el
instituto y el colegio hasta cada hogar... se ajusten a las mentalidades
nacientes movidas por los principios éticos universales, sin concesiones a la
excepcionalidad.
Principios que atienden a la conciencia moral, a
tener siempre en cuenta al otro, a tener consideración por el otro, a la justicia social, al amaos los
unos a los otros, a la menor distancia posible material entre unos y otros... Porque lo grave, lo gravísimo, a la
larga, ya lo he dicho, es la anomia: una sociedad sin conciencia, sin
principios, vacía de principios. Pero, a
estas alturas de la historia y después de una experiencia nefasta de otros
cuarenta años, también es grave, gravísimo, insistir en una sociedad fundada
en los principios melifluos de una religión monoteísta y en un impostado
patriotismo (el último refugio de los
canallas) que sólo cobra importancia frente
al enemigo prefabricado o frente a un
invasor imaginario. Gravísimo, porque esa sociedad es en ambos casos irremisiblemente decadente. Porque una sociedad que todo lo cifra en esse valor patriótico, en el dinero y en el poder, que es lo que
agitan tanto la anomia como un marco retrógrado, es una sociedad moribunda,. La
elección del último emperador en la Roma que
desaparecía, Odoacro, fue el resultado de una virtual subasta.
No se sabe
bien lo que España necesita para salir del presente marasmo moral en que se
encuentra, pero lo que sí sabemos es lo que les sobra a
los que vienen siendo y comportándose como los
dueños exclusivos de
este país. Pero aparte de esto, es
tal el empeño en los poderes económicos ayudados
por los políticos en allegar inestabilidad a la vida corriente
para mejor controlar a la inmensa mayoría de la
población, que, aun cuando el poder
político cayese por azar en manos
de esa mentalidad que se encierra en los partidos de la izquierda real,
aquellos dueños de los que hablo volverían a todo
trance a atizar la inestabilidad en los todos centros institucionales donde
domina, que son todos: medios financieros y medios de información afines, banca, gran empresa, Iglesia... Y todo porque no toleran a la izquierda,
y todo para forzar el
retorno de los “suyos”.
Decía antes que no se sabe lo que España necesita para
salir de este marasmo. Pero yo sí lo sé: dos potentes
revulsivos. Uno político: equilibrio territorial
a través del federalismo o de la confederación de Estados que no rompe Unidad alguna, y otro
moral: cerrar la herida de la guerra civil reconociendo y sustanciando las
demandas de los herederos de quienes la perdieron. Con la mentalidad ahora
predominante, como pedir peras al olmo...
Y sin embargo,
sólo a partir de ahí, dentro a regañadientes de la continuidad del reino del
Mercado, la vida del país cobraría pulso. Sólo entonces alcanzaría una dimensión y una paz desconocidas. Sólo a partir de ahí, sanada del
vicio del saqueo salvaje a costa de todos y curada de la obsesión por una Unidad territorial con pegamento, es
cuando España podría estar en Europa por derecho
propio, e incluso casarse con la Europa Comunitaria en segundas nupcias...
DdA, XIV/3521
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