El otro día fui al juzgado a pedir una fe de vida y me dieron una
fe de erratas. No me pareció mal, porque uno ha tenido siempre la
sensación de que utiliza los días de su vida para cometer errores con
tal dedicación, que si tuviera el mismo tino para tener aciertos sería
el tipo de más éxito de la historia. Además, la vida es una errata sin
explicación lógica de la que se levanta acta a fuerza de perpetrarla.
Tal vez el funcionario que se equivocó de papel en la ventanilla y me
dio la fe de erratas en vez de darme la fe de vida, no estuviera tan
equivocado o, todo es posible, que un servidor haya pedido el papel en
la ventanilla que no era, cometiendo así una errata más. O uno es un
genio, un tipo aplaudido, un elemento al que reciben a la puerta de los
bancos con besamanos y carantoñas y que deja rastro en las
enciclopedias, en el Guinness, en los Oscar o en lo que sea, o el paso
de sus meses quedará registrado en una fe de erratas, no en una fe de
vida.
Cada vez que uno pone punto y seguido en su vida debería haber puesto
un punto y aparte. Algunos puntos finales deberían haber sido puntos
suspensivos, aunque lo único que uno tiene claro es que no desea el
punto final, el inevitable. La fe de erratas, un documento que tal vez
debería entrar en la oferta del Registro Civil de manera oficial, deja
en evidencia que donde uno puso mayúsculas no debería haber pasado de
minúsculas y que ciertos adjetivos adjudicados a determinadas personas y
situaciones a lo largo de los años estaban muy pasados de vueltas. No
se merecían y quedan registrados en esta fe de erratas.
Item más. Donde puse sueños debería haber escrito pesadillas,
confundí amigos con conocidos, salud con dinero, dinero con amor y
güisqui con agua. Admite mi fe de erratas que he tendido a confundir la
velocidad con el tocino, el culo con las témporas, la costumbre con la
ley, el pasado con el presente y el presente con el futuro. Asumo haber
dado pasos adelante cuando sin duda tendría que haberme quedado quieto,
lanzado a piscinas sin agua, haberme bebido el agua de esas piscinas y
hasta el de los floreros colindantes, quedarme sentado cuando tenía que
haberme puesto firme al paso de ciertas procesiones y en fin, para
terminar no haber estado a la altura de casi ninguna circunstancia. Y no
sigo, porque se me acaba el espacio disponible en esta fe de erratas
que levanto en Gijón a tantos de tantos y que pongo a disposición de
este papel, con la modesta intención de dejar claro que, si no me
equivoco, aún respiro y que cada año que pasa tengo más erratas y menos
fe.
Artículos de Saldo DdA, XIV/3483
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