Leemos hoy en Eldiario.es que tras anunciarse su salida de la embajada de Londres, Trillo ha comentado que había solicitado este verano eso mismo para volver a España y recuperar
su plaza como letrado en el Consejo de Estado, el mismo órgano que hace
unos días reconocía la responsabilidad del Ministerio de Defensa, que
entonces dirigía, en el accidente del Yak-42. Podría darse el caso de que lo consiguiera.
Uno de los grandes males de nuestra vida pública consiste en que
no sólo no se premia el talento, tal y como sentenció el personaje
valleinclanesco de “Luces de Bohemia”, sino que además se ensalza, con
grandes canonjías, a personas cuyas actuaciones tendrían que haberlos
apartado de cualquier consideración o cargo de confianza. Es el caso de
Trillo, al que un reciente informe del Consejo de Estado, no lo deja
precisamente en buen lugar a la hora de establecer determinadas
casuísticas del trágico accidente del Yak 42.
De todos modos, antes de este informe,ya estaba claro que todo lo que
rodeó al trágico accidente fue lo suficientemente grave para haber
apartado al señor Trillo de la vida política. Pero Rajoy, al poco de
llegar al Gobierno, lo nombró embajador en Londres. Y recuerdo haber
leído, pocos días después del citado nombramiento, que don Federico
quería darle un sesgo muy político a su cargo. El mismo don Federico que
nos llevó al bochorno a la hora de gestionar las consecuencias de aquel
fatídico lance, el mismo don Federico al que se le atribuían sonetos
ripiosos siendo Presidente del Congreso. El mismo don Federico que se
había confundido de país en un episodio también muy recordado.
O sea, al principal responsable político del Ministerio de Defensa
cuando se produjo el accidente del Yak 42 se le premió con una de la
embajadas más importantes del mundo. Ninguna duda cabe albergar de que
estamos hablando de un destacado miembro del PP al que, claro, llegado
el momento, don Mariano se vio en la necesidad de premiar.
Esto es España, señores, ante todo, los nuestros, ante todo, tener
contentos a aquellos que se consideran fieles y leales al partido y al
líder de turno. Y, a pesar de todo, todavía hay quienes ofenden cuando
se habla de comportamientos de casta privilegiada. ¡Pues ustedes me
dirán!
¿Alguien puede poner en duda que, en la carrera diplomática, hay
personas cualificadas y con méritos profesionales suficientemente
probados que se merecerían infinitamente más que Trillo el cargo de
embajador en Londres? Pero al señor Rajoy, a quien tanto se le llena la
boca, hablando de sus afanes y desvelos por el bien de España, parece
importarle más premiar lealtades, por mucho que las tales lealtades
estén acompañadas de, seamos benévolos, gestiones deficientes.
Tan pronto se tuvo noticia del mencionado informe, hay quien pide el
cese fulminante del actual embajador en Londres, así como las
comparecencias parlamentarias de la ministra de defensa y del ministro
de Exteriores. Y, por su lado, don Mariano dijo que esta historia ya es
muy antigua. Todo lo antigua que se quiera, pero, ante todo y sobre
todo, bochornosa e indignante.
Y, miren ustedes por dónde, si la memoria no me falla, el señor
Trillo, según parece, ha investigado y publicado sobre las lecciones
(grandes lecciones) políticas que se pueden extraer de muchos dramas de
Shakespeare. Desde luego, a la hora de la práctica, no parece que le
hayan aprovechado mucho sus sesudos estudios sobre el genial dramaturgo.
Por decirlo al cervantino modo, no me encaja esta grandeza, más bien me
espanta.
Trillo representa lo que nuestra vida pública premia. Urgen, metafóricamente hablando, santos remedios contra las náuseas.
El Comercio DdA, XIV/3431
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