jueves, 5 de enero de 2017

CINCO NIÑOS MIGRANTES DESAPARECIDOS, CARNE DE YUGO

 Su sueño de encontrar un lugar mejor empieza a evanescerse, igual que la consciencia, con cada inhalación de pegamento. La única magia que conocerán esta noche de Reyes es la de la química. Con el cerebro abotargado, la vida apenas duele.

Ana Cuevas

Es un chaval de unos once o doce años pero conoce bien el lado oscuro de la vida. Como el resto de chicos que le acompañan en su huida a ninguna parte, soñaba con algo mejor que la violencia y el abandono en el que había pasado sus primeros años de existencia. Por eso encajó su menudo cuerpecillo en los bajos de un camión y, pese a su corta edad, se aventuró en solitario en busca de una sociedad más justa. Una sociedad donde quizás pudiera tener alguna oportunidad.
Para muchos seres humanos la mera supervivencia se convierte en un artículo de lujo. En una carrera de obstáculos del nacimiento a la tumba en la que, cuando crees haber superado el listón más peliagudo, te encuentras de frente con un muro.
Algo así le debió pasar a este chiquillo y a sus cuatro compañeros. Cinco niños magrebís de entre once a catorce años que deambulan por los parques de la comunidad de Madrid esnifando pegamento para combatir el frío y la desolación. Cinco niños perdidos a los que nadie está buscando. Las administraciones se han desentendido de ellos. No consideran que exista un alto riesgo porque escaparon voluntariamente de un centro de acogida. Centros en los que se escatiman los recursos y sobre los que planean denuncias por malos tratos a los menores acogidos.
Tras llevar seis meses durmiendo al raso, una organización vinculada a la parroquia de San Carlos Borromeo (Asociación Mundo Justo) se llevó a los chicos a un piso vacío. La cosa parecía funcionar pero, en menos de un mes, la comunidad de Madrid instó a la ONG a detener el recurso por no pertenecer a la red regional de acogida al menor. Volvieron a quedarse en la calle.  Desde la víspera de Nochevieja se desconoce su paradero.
Ni siquiera la policía considera su desaparición como algo prioritario. No existe un alto riesgo para sus vidas, insisten unos y otros. La delincuencia, las drogas, la prostitución...¿no les parecen suficientemente peligrosas?
Como en los cuentos, criaturas feroces anhelan clavar los colmillos en sus infantiles y morenas carnes. Acechan a los niños perdidos entre los árboles. Apenas necesitan disfraces para manipular su voluntad. Están solos, son vulnerables, nadie los echará de menos ni organizará batidas en su búsqueda. Al contrario que en los cuentos, el final no se prevé muy feliz. Pero, ¿a quién le importa?
Escribo estas líneas la víspera de Reyes. Unos presuntos magos que vienen de Oriente para satisfacer el consumismo inducido en nuestros hijos. Es una tradición católica pese al despliegue de turbantes y camellos. Todo por la ilusión de los niños. Mentiras piadosas para protegerlos de la fealdad del mundo envolviéndolos en una burbuja de fantasía. Pero olvidamos que muchas criaturas están a la intemperie, sin la mínima red de seguridad. Sin más ilusión que la de sobrevivir, un día más, de la manera que sea. De olvidar entre los vapores de la cola que no son nada de nada, que no importan a nadie.
Son carne de yugo por su condición de migrantes, de menores, de desamparados. Sus majestades de Oriente no los tienen en su lista. No tendrán ni carbón para poder calentarse. Su sueño de encontrar un lugar mejor empieza a evanescerse, igual que la consciencia, con cada inhalación de pegamento. La única magia que conocerán esta noche de Reyes es la de la química. Con el cerebro abotargado, la vida apenas duele.

DdA, XIV/3431

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