Francisco R. Pastoriza
En noviembre de 2006 John Berger trajo al Círculo de Bellas Artes de
Madrid una exposición de sus dibujos que compartía espacio con las
pinturas de la artista gallega Marisa Camino, quien
colaboró ininterrumpidamente con Berger desde que se conocieron en 1992.
Fue la única vez que tuve la oportunidad de entrevistar al escritor
cuya obra admiraba desde hacía años y cuya personalidad me transmitió en
aquella ocasión una de las sensaciones más apasionantes que recuerdo.

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Yo conocía algunos de los libros de John Berger (a destacar la
trilogía “De sus fatigas”, sobre el éxodo del mundo rural a las
ciudades, compuesta por “Puerca tierra”, “Una vez en Europa” y “Lila y
Flag”) pero sabía poco de su pintura y aquella exposición me descubrió
también la obra de un artista excepcional.
Para quienes nos hemos interesado en algún momento por las relaciones
entre la cultura y la televisión, uno de los textos fundamentales fue
“Modos de ver” (en España lo publicó Gustavo Gili), sobre la serie
documental del mismo título que Berger hizo para la BBC en 1972 y que
mostró a los espectadores una mirada inédita del arte desde un análisis
cultural marxista y un punto de vista crítico con la ortodoxia,
desvelando las ideologías ocultas en las pinturas y denunciando las
manipulaciones del sentido de las obras de arte que se han venido
haciendo a través de interpretaciones ideológicas.

Así fue cómo descubrí que John Berger era también un excelente
crítico de arte. Pero además fue profesor, poeta (“Nacimiento”),
ensayista excepcional. Y un ocasional guionista de cine, como demuestra
“Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000” de Alain Tanner. Plasmó también su pasión por la fotografía en “Un hombre afortunado”, ilustrado con las instantáneas de Jean Mohr.
John Berger (Londres, 1926) fue desde niño un ávido lector de
literatura (cuentan que su padre le quitó de las manos el “Ulises” de
James Joyce por considerar que no era una lectura adecuada a su edad) y
continuó una formación autodidacta rechazando acudir a la Universidad,
aunque no a la Central School of Arts de Chelsea, donde recibió clases
de Henry Moore. Su paso por el ejército durante dos
años, de 1944 a 1946, le sirvió para conocer a los reclutas de la clase
obrera que llegaban al ejército con un alto índice de analfabetismo, a
quienes escribía las cartas para sus familiares, amigos y novias.
Se casó con su editora Beverly Bancroft, con la que tuvo tres hijos, y vivía desde su muerte en 2013 con Nella Bielsky
en Antony, al sur de París, a donde se había trasladado desde un pueblo
de la Alta Saboya donde residió más de cuarenta años. Fue en Antony
donde murió este 2 de enero cuando acababa de cumplir 90 años.
En su primera novela, “Un pintor de nuestro tiempo”, combinó la
literatura y el arte en la figura de un artista húngaro (su padre era de
esta nacionalidad) exiliado. En 1972 fue galardonado con el prestigioso
Premio Booker por su novela “G”, la mitad de cuya dotación donó a la
organización Panteras Negras para que de este modo el patrocinador del
galardón devolviese simbólicamente a los esclavos parte de la riqueza
que les había arrebatado. “G” es un fresco histórico sobre la evolución
de la sociedad europea a lo largo de un periodo fundamental del siglo
XX. Su solidaridad con los desfavorecidos quedó reflejada también en
novelas como “Un séptimo hombre” (sobre el mundo de la emigración),
“Hacia la boda” (los enfermos de Sida) o “King” (los sin techo).

En uno de sus últimos libros, “Aquí nos vemos” (Alfaguara) John
Berger narra sus encuentros en diversas ciudades con personas ya
desaparecidas con las que en vida mantuvo relaciones cercanas: con su
madre en un banco de una plaza de Lisboa; con Ken, su profesor de arte,
en un mercado de Cracovia; con Tyler, su maestro de la escuela de
Hackney, en Madrid. Es en ese libro en el que tengo subrayada una frase
que lo define: “Siempre he dado prioridad a la vida frente a la
escritura”…
No me sorprendería que en cualquier momento, caminando por una calle o
por un parque de cualquiera de estas ciudades, me encontrase con aquel
anciano alto de pelo blanco, sabio y humilde, que nos descubrió mundos y
realidades que nos han enseñado a entender mejor el mundo.
DdA, XIV/3430
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