viernes, 6 de enero de 2017

LAS ABARCAS DESIERTAS EN LA VENTANA FRÍA


El 2 de enero de 1937, mientras discurría la Guerra de España tras el golpe de Estado del general Franco el 17 de julio de 1936, el poeta Miguel Hernández -fallecido después en las cárceles de la dictadura- publicaba en la revista Ayuda, del Socorro Rojo Internacional, este poema, al objeto de recabar ayuda en donativos y juguetes para los niños más necesitados. Al tomarlo de Lo que somos, este Lazarillo lo dedica a las víctimas más jóvenes de todas las guerras, allá donde la miseria, el hambre y la muerte cierren sus horizontes.
Las abarcas desiertas, de Miguel Hernández

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

DdA, XIV/3432

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