Fragmento del largo artículo que publicó ayer en Cuarto Poder Manuel Monereo, en el que al referirse a la neutralización de Podemos por parte del régimen sostiene que se ha avanzado mucho en estas últimas semanas, pues lo ocurrido ha cubierto las
expectativas del tripartito convergente:
ruptura del equipo dirigente, silencio sobre la política real -la que
afecta a las personas y a sus gravísimos problemas- y confrontación por
el poder interno. La conclusión que se intenta imponer como marco es que
todo está en crisis, incluso la alternativa de renovación y el cambio
democrático. Se viene a decir con ello, según el artículista, algo tan poco estimulante para esa mitad de la población juvenil en paro que no hay esperanza, solo queda
aceptar lo existente; no hay salvación en lo colectivo; la política para
los que viven de ella y cada uno a lo suyo. En la próxima asamblea de Podemos se dirimirá substancialmente esto, a juicio de Monereo: restauración o ruptura democrática, democratizar la
sociedad, el Estado y el poder o ser una fuerza política más, subalterna
a los que mandan y sumisa a los poderes económicos foráneos y propios;
cambiar la sociedad y la política o ser cambiado por ellas. Deja sin evaluar Monereo lo que comportaría como decepción histórica para cinco millones de ciudadanos la peor de estas alternativas en relación con la expectativas creadas por el partido morado y que hicieron posible su nacimiento y precoz desarrollo. A este Lazarillo le gustaría conocer su opinión al respecto en un próximo artículo de Manuel, perspicaz analista de nuestra realidad.
Manuel Monereo
Pablo Iglesias —porque fue él quien tomó
la responsabilidad y decidió la táctica— se la jugó y empezó a
maniobrar sabiendo que el objetivo real era golpear a Podemos,
erosionarlo electoralmente y dividirlo, sobre todo en el Congreso de los
Diputados. Nunca fue en serio Sánchez en su ofrecimiento de gobernar a
Podemos. Nunca. Al final, el asunto llegó donde estuvo desde el primer
momento: o aceptar un gobierno PSOE-Ciudadanos o elecciones generales,
culpabilizando de ellas a Pablo Iglesias. Él, solo él, sería el culpable
de nuevas elecciones. Personalizar todo el mal en él fue parte esencial
de esta estrategia que marcó una etapa y que se quedaba como guión del
futuro: el problema de Podemos es Pablo Iglesias.
Los resultados del 26 de junio sirvieron
para clarificar el mapa político. Los poderes reconocieron que Mariano
Rajoy tendría que conducir la recomposición del sistema político, es
decir, de la restauración. Pedro Sánchez volvió a tener unos malos
resultados electorales. Con terquedad volvió a su discurso de siempre:
se pierden votos y diputados, pero seguimos siendo la segunda fuerza
política del país y, además, Unidos Podemos tiene un resultado peor de
lo esperado, luego a polarizarse con el PP —”no es no”— y revertir la
tendencia. Podemos, Unidos Podemos, consiguió —era lo fundamental— unir
todo lo que estaba a la izquierda del PSOE y organizar un bloque
complejo y denso, territorialmente y socialmente arraigado. Los
resultados no acompañaron a las expectativas, pero se tenía un grupo
parlamentario de 71 diputadas y diputados y 21 senadoras y senadores.
Unidos Podemos no solo era la única fuerza democrática y de izquierdas
que crecía en Europa, sino que seguía siendo verosímilmente alternativa
de gobierno y de poder.
Lo que vimos después fue algo solo comparable a la liquidación política de Adolfo Suárez:
la intervención por los poderes fácticos del Partido Socialista hasta
conseguir la dimisión de su secretario general. Sánchez no se dio cuenta
de que el juego se había terminado y de que los poderes reales exigían
el cumplimiento de lo ordenado desde hacía más de un año:
reestructuración económica y restauración política. La línea de
demarcación fue de nuevo señalada, el nacional-constitucionalismo. A un
lado, los partidarios de la monarquía borbónica y su régimen. Al otro,
el antisistema, el caos, la anarquía. Pedro Sánchez no aceptó sin más
estas condiciones y fue defenestrado por una alianza entre los medios de
comunicación y una parte de su dirección política. Hay que cualificar
esta alianza. Estamos hablando de medios cada vez más controlados por
los poderes financieros y de la dirección de un partido anclado en los
poderes y dependiente de ellos. Esto tampoco debería asombrarnos
demasiado. Es una característica de la UE: el enorme poder del capital
financiero y su creciente control sobre una clase política corrupta, sin
raíces ni ideología. Los resultados están ahí: desmantelamiento del
Estado social, devaluación de la democracia, pérdida de soberanía,
crisis de la forma-partido y, más allá, de la política en sentido
estricto entendida como autogobierno de las poblaciones.
En estos meses estamos viendo en la
práctica un gobierno de gran coalición dirigido y organizado por Rajoy y
su vicepresidenta política, Soraya Sáenz de Santamaría.
No está siendo fácil. El PP es un partido muy de derechas, poco
habituado a los pactos, con una tendencia permanente a mandar.
Convertirse en partido de régimen será muy difícil para él. En ello
andan con la sobreactuación permanente de Ciudadanos y un PSOE que
intenta levantar cabeza desde lo que podríamos llamar una oposición
útil, que obtiene resultados por pequeños que sean. Las dudas de Pedro
Sánchez son comprensibles, su partido está sólidamente ligado a los que
mandan y no se presentan a las elecciones y —es el problema real— ya no
hay en él, en su interior, fuerzas capaces de regenerarlo y oponerse a
un aparato despolitizado y temeroso de perder privilegios y prebendas.
Tendrá que escoger entre ser minoría o montar una nueva organización.
Cabe otra opción: echarse a un lado y esperar mejores tiempos.
Hay dos tareas inmediatas: la cuestión
catalana y la neutralización de Podemos. Lo que más daño le ha hecho al
régimen ha sido la tendencial convergencia entre cuestión social y
cuestión nacional, en la perspectiva de construir un nuevo país y un
nuevo Estado. Este nudo tenía y tiene que ser roto. El ejemplo vasco es
paradigmático. Un acuerdo PNV-PSOE para gobernar Euskadi y negociar con
Madrid. Es más, la vicepresidenta intenta pactar los presupuestos con el
PNV y volver al viejo esquema del bipartidismo imperfecto, es decir, la
alianza con las minorías nacionalistas. En Cataluña la cosa es más
difícil porque hay que buscar interlocutores y fuerzas políticas
susceptibles de construir un escenario que acompañe al proceso
restaurador en el resto del Estado. La neutralización de Podemos ha
avanzado mucho, muchísimo. Lo ocurrido en estas semanas ha cubierto las
expectativas de las fuerzas del régimen y del tripartido convergente:
ruptura del equipo dirigente, silencio sobre la política real -la que
afecta a las personas y a sus gravísimos problemas- y confrontación por
el poder interno. La conclusión que se intenta imponer como marco es que
todo está en crisis, incluso la alternativa de renovación y el cambio
democrático. Lo que se intenta transmitir: no hay esperanza, solo queda
aceptar lo existente; no hay salvación en lo colectivo; la política para
los que viven de ella y cada uno a lo suyo.
No hay que dejarse engañar por las
apariencias. El debate está donde estaba en estos meses y donde siempre
ha estado, en la política de verdad, la que define el futuro. Pero lo
que se dice y nunca se verbaliza ni se publica es otra cosa, que los
poderes han ganado ya y no hay margen para la ruptura democrática; que
hay que dejarse de maximalismo y aceptar que en estas sociedades no son
posibles los cambios sustanciales y que siempre hay que acompañar a los
poderes, disputándoles sus márgenes para parecer útiles y realistas. Que
un partido de masas, sólidamente enraizado en la sociedad y en el
conflicto social es cosa del pasado y que ahora mandan las nuevas
tecnologías y la sociedad-red. No se puede hacer mucho cuando se
gobierna, casi nada. Los límites que impone la Europa alemana del euro
son tan grandes que solo cabe la política de las pequeñas cosas, de
gestos y de gestión hábil e inteligente de los medios. Se podría
continuar. Deberíamos debatirlo en público y que las inscritas e
inscritos decidan. Esa es la democracia que defendemos y proponemos.
La grandeza de Podemos y sus gentes es
que en su próxima asamblea lo que dirimirá el debate real, el
sustancial, será restauración o ruptura democrática; democratizar la
sociedad, el Estado y el poder o ser una fuerza política más, subalterna
a los que mandan y sumisa a los poderes económicos foráneos y propios;
cambiar la sociedad y la política o ser cambiado por ellas. Restauración
y ruptura van siempre de la mano, están —por así decirlo— en la
realidad de las cosas, en las fuerzas políticas y sociales y en las
cabezas de los dirigentes, siempre como posibilidad y tentación. La
política de verdad no es solo análisis, propuesta, táctica; es lucidez y
coraje moral, definición y decisión, punto de vista y carácter.
La paradoja es muy fuerte, fortísima. Todos son de Pablo Iglesias, desde Íñigo Errejón a Clara Serra, pasando por Eduardo Maura, Moruno y Sergio Pascual.
Ternura hasta las lágrimas. En medio, una ofensiva general contra
Podemos y su secretario general. Yo, menos poético, titánico y amoroso,
que vengo de una tradición que no cree “ni en dioses ni en reyes ni en
tribunos” apoyaré a Pablo Iglesias si sigue haciendo la política que
hasta ahora ha hecho, si construye una dirección coherente con el
proyecto y democratiza realmente la organización.
DdA, XIII/3427
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