Félix Población
Los medios nos han
recordado recientemente que el reloj de la Puerta del Sol cumple en 2016 sus
150 años de edad sobre el edificio de lo que ahora es sede del gobierno
regional de Madrid. El sonido carismático de sus campanadas está unido desde 1962 a la
jubilosa y tradicional celebración cada 31 de diciembre de la despedida de fin de año en España.
Con motivo de su siglo
y medio de historia, se ha recordado que fue inaugurado en 1866, para celebrar el cumpleaños de la reina Isabel II, y que es obra de un relojero leonés afincado
en Londres, José Rodríguez Losada, que lo donó al Ayuntamiento de
Madrid. Nada se dijo, sin embargo, de lo que acabo de leer en la biografía del
general Miaja, escrita por el periodista republicano Eduardo de Ontañón (1904-1949), y publicada
el año pasado por la editorial Cálamo bajo el título de Cuartel general*.
En Pequeña historia sobre el reloj de Gobernación, corazón sonoro de
España según el escritor burgalés, cuenta Ontañón que durante el acoso a Madrid
por parte del ejército golpista, un proyectil de artillería destruyó sus
esferas. A Miaja le pareció que era indispensable arreglar el reloj cuanto
antes y encomendó esa labor a un tal Gripa, maestro albañil, que había habilitado los sótanos del Ministerio de Hacienda en la calle Alcalá para convertirlos en Cuartel general. También se había destacado Gripa en la construcción de cierta obra de defensa en un puente cercano a la línea de fuego. La tarea del reloj, según el
cronista, comportaba igualmente el riesgo de trabajar durante todo un día al albur de que
las baterías enemigas -extranjeras las llama el cronista, por el apoyo a Franco de la Alemania nazi y la Italia fascista- descubrieran a los obreros en la labor.
A poco de comenzar, según
escribe Ontañón, empezaron a caer los obuses sobre la Puerta del Sol, por
lo que cabía suponer que o bien la acción armada era fruto de la coincidente casualidad, o bien
el ataque llevaba una intención contraria a que las horas de aquel reloj sonasen en el corazón
de la España republicana, marcando los días y las noches de las duras
circunstancias por las que pasaban sus ciudadanos.
El equipo de albañiles
estuvo a punto de interrumpir el trabajo y refugiarse para no poner en peligro sus vidas,
pero Gripa reparó en que se le iba a endurecer la masa y luego no le iba a
ser útil -andando tan escasos de material como andaban-, por lo que siguieron a la
faena, avistando desde la torrecilla del edificio de Gobernación una Puerta del
Sol vacía y sonora de explosiones.
Así fue como al
anochecer se presentó Gripa ante el general Miaja para informarle de que había
cumplido con el encargo. El militar nombró capitán al albañil, como premio a
una restauración ciertamente valerosa. Gripa había aprovechado la reparación
para dejar también arreglada la instalación eléctrica del reloj, por lo que le
pidió a Miaja el favor de que aquella noche el reloj estuviera encendido hasta
la nueve, contraviniendo las ordenanazas de guerra. ¿Para qué?, indagó el general. ¡Para que vean que le hemos arreglao
sin miedo a su furia!
“Aquella noche –eran días
de diciembre de 1937- la torrecilla de Gobernación sostuvo su monóculo
iluminado, con alegre altanería, sobre los tejados de Madrid”, termina Ontañón
su crónica, sin que sepamos más acerca de la identidad del tal Gripa o sobre la
constancia que los periódicos de Madrid dieron del hecho.
*Eduardo de Ontañón, Cuartel
general: la vida del general Miaja en 30 capítulos. Edición de Ignacio
Fernández de Mata. Ed. Cálamo, Palencia, 2015
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