“¡Ésta es mi Atlántida! ¡Ésta es mi Ínsula Barataria!
Aquí me vistan en larga estantigua, en procesión de almas doloridas,
todos los que en los largos siglos sufrieron la pasión trágica de mi
España; aquí vienen, aves consoladoras a la par que agoreras, las almas
de todos aquellos que sufren persecución por su Justicia, por su
espíritu de Justicia y verdad, las almas de todos aquellos que
sucumbieron al poder infernal del Santo Oficio de la inquisición, y esas
almas me orean con su aleteo la frente enardecida de mi alma, esas
almas me orean la inteligencia”. (Palabras de Unamuno en su destierro en
Fuerteventura).
Luis Arias Argüelles-Meres
Acaba de estrenarse una película que da cuenta del destierro de
Unamuno en Fuerteventura, ‘La isla del viento’. Don Miguel fue uno de
los ciudadanos más incómodos para el dictador Primo de Rivera y también
para Alfonso XIII. Por ello, el 20 de febrero de 1924, cuando la
dictadura no había cumplido aún su primer año, se le comunica al rector
Salmantino su destierro, suspendiéndolo de empleo y sueldo en la
Universidad. Se cuenta que en el día anterior a su obligada partida les
dijo a los alumnos: «Para el próximo día, la lección siguiente». O sea,
como fray Luis, pero al revés.
No fue la primera medida represiva que sufrió don Miguel. De hecho,
en 1914, pretextando una anomalía administrativa a resultas de la
convalidación del título de bachillerato a un estudiante colombiano,
Unamuno fue destituido como rector el 24 de agosto de aquel año,
destitución que contó con la rúbrica de Alfonso XIII. Aquello levantó una
enorme indignación. Giner de los Ríos le remitió una carta a Unamuno
donde manifestaba su malestar, explicando que Unamuno «para todos era
consustancial con su Universidad sobre la cual vibraba su penetrable
espíritu con tan intensas llamaradas de energía». Por su parte, Ortega, a
pesar de que había tenido fuertes polémicas con él, se puso al frente
de las protestas ante aquel atropello. Pero volvamos al destierro.
Unamuno, desde el principio, arremetió contra la dictadura de Primo de
Rivera, frente al silencio de muchos intelectuales de entonces. De
hecho, Azaña escribió que don Miguel había sido el único intelectual
español de su tiempo que no miró hacia otro lado tras el golpe de Estado
que contó –y mucho– con la aquiescencia de Alfonso XIII.
Unamuno en Fuerteventura, Unamuno en las islas Canarias. Hay un libro
suyo, “Paisajes del Alma”, que recoge los principales escritos de ese
episodio de su destierro. En este sentido, el fragmento que encabeza
este artículo, aparte de la belleza del texto, pone de manifiesto que,
de algún modo, relacionando ese territorio con la Atlántida y con la
quijotesca Ínsula Barataria, don Miguel sienta las bases de una suerte
de utopía española asentada en el proceso que Azorín llamó “la
reinvención del Quijote”, proceso que Unamuno había iniciado en 1905 con
su ensayo “Vida de don Quijote y Sancho”, genuina guía espiritual según
acertó a decir María Zambrano con envidiable intuición poética.
Cada vez que pienso en este destierro que sufrió Unamuno, que le
llevaría de Fuerteventura a París, donde escribió uno de sus ensayos más
conocidos, ‘La agonía del Cristianismo’, no puedo dejar de relacionarlo
con la estancia, no deseada, de Jovellanos en Bellver. Es decir, en esa
maldición de este país que condenó a la inteligencia al exilio, al
destierro, a las cárceles y al silencio obligado. La diáspora de la
inteligencia, omnipresente en nuestra triste historia.
Pero, ante todo y sobre todo, soy consciente de la importancia de
este episodio, decisivo en la utopía española, así como de la
accidentada, tortuosa y contradictoria biografía de don Miguel, que
regresó a España en 1930, y que, en su momento, se pensó en él para
presidir una República a cuya proclamación había contribuido tanto, de
la que, sin embargo, no tardó en distanciarse.
Y, en el año de su muerte, en 1936, apoyó en su momento la
sublevación militar contra la República, hasta que se enfrentó a Millán
Astray en aquel memorable y dramático acto en el Rectorado de la
Universidad salmantina.
El Comercio DdA, XIII/3394
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