En la última semana he estado en España en varias ciudades
haciendo una pequeña tournée con dos fines: inaugurar en Ciudad Real un
congreso sobre la guerra civil y dar a conocer las tesis fundamentales
de mis dos últimos libros. Regreso con dos impresiones muy vívidas: en
el haber, y entre estudiantes y joven profesorado universitarios, he
encontrado un gran interés por la guerra civil y sus consecuencias; lo
mismo cabe decir de los círculos de las asociaciones memorialistas. En
el debe, un cierto desconocimiento de los avances registrados por la
historiografía durante los últimos años.
Lo
más positivo figura, naturalmente, en el haber. Emerge una nueva
generación de historiadores que, por razones de edad, ni siquiera habían
nacido cuando falleció el general Franco. Para ellos la guerra civil y
sus consecuencias podrían ser lo que la “guerra de Cuba” fue para la
mía. Afortunadamente, no es así. La antorcha de la investigación y del
futuro de los estudios sobre el período más reciente de nuestra historia
estará muy pronto en sus manos. Regreso contento. No creo que los mitos
y las falacias del pudorosamente todavía denominado por algunos
“anterior régimen” vayan a aguantar un largo recorrido.
Las mentiras suelen tener, en efecto, las piernas cortas. Esta nueva
generación cuenta con una formación mucho más aceptable que la nuestra.
Se han movido por el extranjero. Hablan idiomas. Están al tanto de lo
que se produce fuera. Aplican los métodos actuales de la investigación
histórica. No desdeñan el contacto con otras disciplinas y se han dado
cuenta de la importancia de las fuentes primarias, debidamente
analizadas y contextualizadas. El profesor Payne y su “escuela” lo
tienen mal. Sus enfoques no serán, me parece, perdurables, excepto como
representativos de la defensa numantina de algunas de las tesis más
influyentes de la dictadura.
Fuera del ámbito universitario -o de las asociaciones memorialistas-
la situación es diferente. Da la impresión de que la voladura de los
mitos pro-franquistas no logra hacer la mella deseable. La situación me
recuerda, salvando todas las distancias, a la que entreví en Alemania en
los años sesenta del pasado siglo. La Universidad y una parte de los
medios iban por un lado. Una gran parte de la población por otro, con
frecuentes “olvidos”, aunque por fortuna eran escasas las voces que
clamaban en favor de la época nacionalsocialista (hay que recordar que
la apología del régimen hitleriano caía dentro del ámbito del derecho
penal).
Una
cosa me ha sorprendido. En mi visita al archivo de la guerra civil en
Salamanca (lugar de peregrinaje obligado) no había demasiados
investigadores. Me dijeron que muchos estudiantes de la Universidad de
aquella ciudad no trabajaban en él. Abundaban más las preguntas por
escrito que las visitas. Esto último no es sorprendente. Salamanca tiene
en su contra la lejanía, aunque la reciente conexión con el AVE podría,
para los pocos que disfrutan de una beca de investigación (“cortesía”
del Gobierno en los últimos años) servir de estímulo.
Me encontré con temas nuevos. Por ejemplo, un profesor norteamericano
que había estudiado el impacto comparado en la memoria de las dos
grandes guerras civiles, como fueron la que nosotros denominamos de
Secesión y la española. Es un aspecto para mí muy significativo y ya
ardo en deseos de leer su libro. Personalmente, en Ciudad Real defendí
la tesis de que a los norteamericanos, sobre todo en los Estados del
Sur, les había costado casi tanto trabajo digerir “su” guerra como a
nosotros la “nuestra”.
En general mi discurso, adaptado a las diversas audiencias, tocó tres
ámbitos esenciales: la controversia sobre la responsabilidad inmediata
en la sublevación que condujo a la guerra civil; el papel de Franco en
la prolongación de la misma y algunos rasgos inferidos de su
comportamiento. El primero que se aprovechara de la contienda para
“forrarse el riñón”. El segundo, la deriva hacia la Alemania nazi de su
política exterior e incluso de los mecanismos más repugnantes de su
represión.
En ninguno de ellos encontré confrontación, pero sí advertí un cierto
escepticismo. La figura del hábil militar, austero en sus costumbres y
sagaz político en el plano internacional -productos de la martilleante
propaganda de su dictadura- sigue proyectando su alargada sombra sobre
una parte de la sociedad, la menos joven y la más influida por el canon
franquista y su continuada vehiculación por un sector de los modernos
medios de comunicación social. Estamos todavía lejos de habernos
reconciliado con nuestro pasado.
Como suele ocurrir, las discrepancias se polarizan en torno a
hombres. Es inevitable. Para los no profesionales el papel de las
“figuras providenciales” en la historia atrae la atención en su doble
vertiente de admiración o de rechazo mondo y lirondo. Tres son las que
más frecuentemente aparecieron en las discusiones: José Calvo Sotelo (el
“proto-mártir”), Franco y, por último, su cuñado, el ministro Ramón
Serrano Suñer. Este quizá porque es uno de los protagonistas de mi
último libro y en el cual, naturalmente, puse algún énfasis.
Durante la “tournée” he estado pensando en Serrano con cierta
regularidad. Cuando presenté el manuscrito de SOBORNOS a la editorial
Crítica me encontré con que daba para llenar unas 750 páginas. Tales
dimensiones lo hacían inviable así que no tuve inconveniente en recortar
unas 200. No eran fundamentales para mi argumentación pero me pregunto
si no serán interesantes para los amables lectores de este blog. No
sirven excepto para pergeñar un artículo académico que pocos leerán.
Así que, contando con su buena voluntad, me propongo en los próximos posts
presentar una visión complementaria sobre el quehacer de Serrano Suñer
por labrarse una determinada imagen en la historia. Dado que uno de los
propósitos de SOBORNOS estribó en alentar a quienes guardan celosamente
sus papeles a que los abran al público, creo que es una manifestación de
fair play (algo en lo que él no abundó) dar a conocer algunos
de sus tempranos esfuerzos. Desde el primer momento tuvo la ambición de
reducir el sambenito que se le colgó de querer orientar la política
española hacia el Eje y, más particularmente, hacia el Tercer Reich.
Se tratará de una muestra de cómo ciertos temas son susceptibles de
tratamiento en este blog. Lo he hecho con las “explicaciones”
antisoviéticas del 18 de Julio, la leyenda de Guernica y la visión
británica de las Fuerzas Armadas durante el franquismo, entre otros
temas. ¿Por qué no hacerlo con una de las pocas figuras de la dictadura
que tantas hagiografías ha merecido hasta el momento?
DdA, XIII/3374
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