MÉDICO, MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
Servir es una hermosa palabra. No es casualidad que las unidades
básicas de organización de los médicos en los hospitales se llamaban
desde siempre, 'Servicios'. Solo con su nombre quedaba claro cuál era la
función principal de los médicos en el hospital o en cualquier otro
centro sanitario. Servir, ser útil, ayudar. Pero las cosas comenzaron a
cambiar en los años ochenta del pasado siglo y de estos cambios nos
hemos ocupado con detalles en el libro 'Historia del Hospital Carlos
Haya y sus pabellones'. Ahora los viejos Servicios se llaman Unidades de
Gestión Clínica (UGC), indicando claramente cuáles son las
prioridades. Las consecuencias de este nuevo modelo han sido muchas.
Servir, ser útil, ayudar son obligaciones morales que se les supone pero
que no se les exige ya a los médicos. Lo que se les demanda
imperativamente es que cumplan los objetivos de la empresa. Y los
encargados de hacer cumplir estos objetivos son los nuevos directores de
las UGC, que ya no son los representantes de los pacientes y de los
profesionales ante la gerencia sino los representantes de la gerencia
ante los trabajadores. Una especie de capataces con pedigrí. El modelo
asistencial se convierte así en un modelo productivo en el que lo
importante es la cuenta de resultados.
Desde luego que no está nada mal que se intente que las cuentas
salgan, pero el problema es la forma en la que los objetivos se intentan
cumplir. En el nuevo modelo la lógica sanitaria ha sido sustituida por
la lógica empresarial en donde las unidades de producción son numéricas y
monetarias y en el que el gran asignador de recursos es un teórico
mercado de la salud. Este nuevo modelo que hemos llamado en otros
lugares «cuantofrénico», para tener éxito necesitó reinventar la
historia de la medicina, cambiar el lenguaje médico y redefinir las
relaciones de poder y de producción. Reinventar la historia o ignorarla
que es lo que han hecho. Lo hemos visto con el Hospital Carlos Haya, lo
vemos en muchos de los nuevos directores de UGC que ni siquiera conocen
la propia historia de su disciplina y lo vimos con aquella OPE del 2002
en la que se obligó a los miles de jóvenes candidatos que aspiraban
consolidar su puesto de trabajo, a estudiarse el catón del SAS, pues
era más importante el memento empresarial y el anonimato curricular, que
las materias médicas.
Los médicos andaluces pasaron por aquella humillación y están
pasando por todas las demás. Los sindicatos, más atentos a otras
afrentas ni se enteran y los bienintencionados Colegios profesionales
hacen de la airada contemplación, virtud. Pasados los años las
consecuencias están siendo desbastadoras para la identidad médica. En
España los médicos suelen salir muy inmaduros de la Facultad de Medicina
y era en el MIR donde se solía forjar su carácter. Con el nuevo modelo y
desde hace ya años las nuevas promociones entran en unas UGC en la que
aprenden las habilidades propias del oficio médico, pero no los valores
de resistencia, desinterés y pasión intelectual que debe caracterizar
al buen médico. Unos valores imprescindibles para hacer frente al
conflicto entre los tres grandes principios éticos de beneficencia,
justicia y autonomía, presentes siempre en el quehacer médico y siempre
en conflicto. Unos principios ahora, por fin, gestionados en régimen de
monopolio por la empresa sanitaria y sus administradores. ¿Exagero? Eso
me dijo un antiguo colega cuando le explicaba esta tesis. ¿Exagero?, le
pregunté a un buen amigo, director de una UGC y también de los pocos
jefes de Servicio que aún quedan en el Hospital. No, me dijo, te has
quedado corto aunque seas injusto con algunos de los pocos que aún
resistimos. Lleva razón mi colega y pido disculpas a quienes se sientan
aludidos por estos comentarios.
Pero la dedicación es ya la excepción y no solo porque muchos jóvenes
adjuntos tienen que compatibilizar la actividad pública con la privada
sino porque muchos de estos jóvenes ya no tienen el Hospital ni en su
corazón ni en su cerebro. Pero también, porque muchos de los líderes
profesionales y directores de las UGC con dedicación exclusiva coquetean
con las multinacionales farmacéuticas consiguiendo sobresueldos
considerables en las horas laborales con asesoramientos y otras
actividades de difícil justificación y con la complacencia de los
gerentes que compensan con la vista gorda y con un plus de productividad
las fidelidades confesables.
Sí, es posible que exagere y desde luego me gustaría estar equivocado
y que solo fuera una visión mezquina de un viejo cascarrabias que ha
perdido el tren de la historia. Pilar Bonet en un artículo reciente
contaba esta leyenda: En los años treinta del pasado siglo, al
construirse el hotel Moscú en el centro de la capital, presentaron a
Stalin dos modelos distintos de fachada y el dictador de la URSS
extendió su firma en las dos para desconcierto de los responsables del
edificio, que, temerosos de las iras del líder, no se atrevieron a
preguntarle cuál de las dos fachadas quería, así que construyeron media
según uno de los bocetos y media según el otro. Me he acordado de esta
historia rusa ahora que hablo del modelo de gestión que se ha instalado
en nuestros hospitales y centros sanitarios.
Un modelo que necesita de la servidumbre, esa hermana mezquina de la
idea de Servicio, como instrumento de gestión de los recursos humanos.
No, no era este el modelo de sistema sanitario público que imaginamos
cuando el futuro estaba abierto. Pero ya estamos en el futuro y tal vez
no haya sido posible otro modelo, aunque mi amiga y colega la doctora
María Soledad Ruiz de Adana que acaba de volver del Karolinska Hospital
de Estocolmo, con su innato optimismo dice que sí, que es posible y que
solo hay que ir allí y verlo. Espero que la Drª M.S Ruiz de Adana lleve
razón pero en España para llegar hasta el Karolinska las nuevas
generaciones de médicos les queda una larga y ardua tarea por hacer.
SUR DdA, XIII/3324
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