Dijo don Mariano el otro día en Zaragoza que su partido está vitaminado. Muchos hemos pensado que la mejor imagen que puede acompañar a esa frase es la del cucho, esto es, la del estiércol y materiales vegetales en descomposición -entre ellos las pajas mentales del propio don Mariano y sus adjuntas Lola de Cospedal y doña Soraya-, a modo de semblanza curricular de las tramas de corrupción política que afectan al Partido Popular.
La
trama es bien simple: un ejército de facinerosos que se hicieron pasar por
políticos y otro regimiento de bribones que fingieron ser empresarios
respetables.
Jaime Richart
Unos cuantos
hacen la historia, algunos la escriben y el resto la padece... Siempre fue así
y así seguirá siendo. Partamos de
la idea de que la historia de Occidente, leída desde el otro lado -el lado de
los sufridores- empezó en sociedades donde el esclavo era un humano
considerado sólo como cosa propiedad de otro ser humano. Pasaron muchos siglos
y el esclavo se convirtió en siervo, una modalidad de esclavitud en la que el
siervo tenía -en teoría- algún derecho. Por fin, en
el siglo XX, ya
efectivamente libre, el siervo se muta en trabajador y ciudadano. Pero poco a
poco los sufridores van tomando el camino de retorno. Y en el recién iniciado
siglo XXI el trabajador vuelve a asemejarse cada día más al
siervo, y por los caminos tortuosos del presente no resulta difícil barruntar
que no tardará en regresar nuevamente a la condición de esclavo. El eterno
retorno nietzscheano se cumple. La diferencia es que si el antiguo esclavo
era propiedad de un opulento, en estos tiempos lleva camino de ser propiedad
de un empresario. Y el que se libre de esa servidumbre, probablemente no se
sentirá algo diferente de un alma en pena...
Este es otro
más de los fenómeno sociológicos. Como lo son las guerras cuya explicación global
resulta inútil. Pues cada guerra tiene una causa próxima y otra remota más o
menos reconocible, pero su causa profunda hunde sus raíces en la condición
humana. Y puesto que el ser humano como tal no tiene depredadores que le
devoren, él mismo se erige en depredador de sí mismo. El caso es que el sector
mayoritario de la sociedad humana pertenece a la condición trabajadora. Todo lo
que se ha hecho y todo lo que perdura es obra del trabajador, como lo son del
panal y del hormiguero la abeja y la hormiga obrera. Si bien, quien pasa a la
historia del humano no es el obrero, sino su depredador.
Y
depredadores han sido los protagonistas de una larga y completa historia del
desvalijamiento en España; desvalijamiento que, durante casi cuarenta años, ha
estado a cargo de dos organizaciones políticas. Una, de la especie del
monipodio que se ha llevado la mayor parte del botín, y otra que ha participado
en menor medida del pillaje pero ha consentido el saqueo masivo a la otra. La
trama es bien simple: un ejército de facinerosos que se hicieron pasar por
políticos y otro regimiento de bribones que fingieron ser empresarios
respetables, se han dedicado metódicamente durante décadas a objetivos propios
de bandas de ladrones; no para apropiarse de la riqueza de individuos aislados,
sino para embolsarse los fondos del Estado y de las Autonomías, que es tanto
como decir el dinero colectivo de todos los habitantes del país.
Dicen que
una crisis económica mundial más de las muchas que irrumpen en la historia del
dinero acumulado en manos especuladoras privadas, se ha apoderado de
Occidente desde hace un lustro; pero en todo caso estamos ante una crisis fabricada
por los que manejan en el mundo los resortes de la economía llamada de libre
mercado, que de libre tiene tan poco que más valdría emplear otro concepto...
Pero en países como España, esa crisis ha sido agravada de una manera
extraordinaria por el saqueo sistemático de sus
recursos públicos a cargo de cuadrillas de auténticos truhanes...
Así, se
calcula que cuatro millones al menos de españoles, como consecuencia de ese
bandidaje, han pasado de pertenecer convencionalmente a la clase media, a la
clase baja. Se ha roto el nexo, el vínculo que debe haber entre el desarrollo
económico y el desarrollo humano.
Pues bien,
en estas deplorables condiciones hay quienes reclaman optimismo y esperanza. Y
otros dan la voz de alarma porque si a los ricos el Estado les recorta su
opulencia con impuestos, abandonarán el país. Pero a esto los sufridores, los
futuros esclavos, responden: ¡qué importa que se vayan del país
los ricos si no pagan impuestos o estos son irrisorios o grotescos! Es más, a
esa especie de humanos codiciosa habría que darle un ultimatum: o pagan lo que
deben con arreglo a la justicia distributiva, o se les expulsa del país como
colectivos perniciosos para el bien común, como en otro tiempo a otros grupos
humanos por motivos menos razonables. Y como esta decisión no va a tomarse,
¿qué optimismo y qué esperanza cabe en un lugar plagado de granujas donde
grandes mayorías están excluidas no ya del
bienestar material y civil logrado tras milenios, si no de la mismísima supervivencia en sus
diversas formas? Sólo algunos, decididos a romper los moldes de un sistema por
sí mismo injusto y corrompido, podrán conseguir devolvernos si no el paraíso perdido
sí la esperanza en un futuro ilusionante. Hagamos preces y en todo caso ayudémosles
a conseguirlo.
DdA, XIII/3275
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