De un mundo
mensurable, concéntrico y apolíneo, de las estrellas fijas, hemos pasado a
otro desconcentrado, a sociedades en las que todo pasa en un abrir y cerrar
de ojos y todo se hace vetusto de un día para otro.
Jaime Richart
Vivimos tiempos permanentemente amenazados por el cambio. Cuando
hemos tomado cariño por algo, se esfuma, desaparece o muere. Nada hay
duradero. Mejor dicho, nunca hasta ahora hemos debido estar tan preparados para
perder lo que amamos y esforzarnos en conservarlo. Si no lo hacemos así, si no
ponemos voluntad y medios el vendaval de la trepidante vida actual lo barrerá.
El cambio por el cambio, el vértigo, lo fugaz, lo transitorio, lo efímero, lo
relampagueante, lo destelleante, el ahora... es lo que cuenta. Atrás queda el placer de lo
invariable y el de la paciencia como virtud práctica y dinámica (realmente,
como virtud queda atrás todo cuanto fue virtud). Es lo instantáneo, el
chispazo, eso que carece de fases y de procesos que empiezan en el germen, pasa
al desarrollo y termina en la madurez, lo que se busca y los intereses creados
lo atizan.
Se desdeña lo duradero, eso
prolongado en el tiempo; lo eviterno, eso que tuvo principio pero no tendrá
fin; lo intemporal, eso que está fuera del
tiempo; y lo eterno, eso que carece de un antes y de un después. Conceptos, los cuatro, con
fuerte carga filosófica, escolástica, física y metafísica. Lo infinito, ni siquiera tiene ya sentido
en la cosmología; se ha descartado. Lo que me pregunto es por qué ya nada se
busca como el oro que da valor al dinero. Sin duda el marco de los bits que nos
envuelve, influye poderosamente en el desdén al saber que el cambio, la
"actualización" inexorable nos acechan. La necesidad, o el capricho
-carezco de opinión al respecto- de actualizarlo todo remueve hasta las piedras.
Hasta el cambio climático, con la carga de consecuencias nefastas para el
planeta y para la Humanidad, se une al festival. Sin embargo, ¿qué es el “tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente, una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado
y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿habría tiempo si no hubiese movimiento?
¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¿Es el tiempo función del espacio? ¿O es lo
contrario? ¿Son ambos una misma cosa? El tiempo es activo, produce. ¿Qué produce? Produce el cambio. El ahora no es el
entonces, el aquí no es el allí, pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento...
Así es cómo, de un mundo
mensurable, concéntrico y apolíneo, de las estrellas fijas, hemos pasado a
otro desconcentrado, a sociedades en las que todo pasa en un abrir y cerrar
de ojos y todo se hace vetusto de un día para otro. Admiramos la pirámides, la
Acrópolis de Atenas, el Coliseo de Roma, el Acueducto de Segovia... pero no
hay la menor intención de que nada de lo que se construye, se fabrica y se
vive perdure. Y sin embargo, lo que no cambia, oh paradoja, en la misma
proporción, al menos en la sociedad occidental y menos aún en España, es la
índole, la condición del individuo acaparadora, ventajista, mendaz,
manipuladora, patológicamente obstinada en el
abuso....
Todo esto me parece tiene
importancia al efecto de las expectativas que nos incumben sobre todo a
quienes nos queda de vida una pequeña parte del tiempo vivido. Y a su
propósito, las especulaciones y conjeturas (algunas de las que desembocan
unas veces en simple postulado y otras en afirmación categórica o en creencia
firme) acerca del destino del ser humano y de los demás seres vivos una vez
marchitada por fuera y por dentro la masa corpórea, se amontonan desde la noche
de los tiempos. Pero como la mayoría de los seres pensantes (aunque no todos) precisan
aquietar una natural curiosidad y el deseo (seguramente inducido) de
persistencia y de inmortalidad, de vida a toda costa y sea como sea la idea
de vida, la inteligencia incipiente de los humanos elaboraron y dieron desde
muy pronto en la historia de la humanidad distintas respuestas a guisa de
"solución" para satisfacer esa curiosidad y aplacar su
sed de perdurabilidad. Así, y según esa intención, lo que se nos propone para
después de la muerte física en las culturas que engloban a
la mayor parte de la población del mundo, es una de estas seis
"salidas":
1- un paraíso, o lugar utópico donde el ser alcanza la
felicidad plena y eterna;
2- una reencarnación en que la esencia individual de las personas
(alma, conciencia o energía) adopta un cuerpo material no solo una vez sino varias según va muriendo;
3- un renacimiento del mismo ser, sin conocimiento ni consciencia del
trance, con dos posibles interpretaciones: de una vida a otra, o de un momento
a otro durante esta vida
4- una metempsicosis, que no
involucra al ser real en el cambio de estado o nivel y el individuo puede
encarnar en minerales, vegetales o animales
5- una tansmigración o peregrinación o cambio de estado o nivel
que excluye la idea de un retorno a un estado o nivel pasado;
6- una extinción definitiva y sin vestigios, ni del cuerpo ni del espíritu, ni del alma, ni de la
conciencia...
Como se comprende, esta
enumeración de posibilidades por un lado no responde al numerus clausus y por
otro son optativas. Si bien la decisión individual viene condicionada
por potentes factores varios: desde la cultura determinante de una mentalidad
o la mentalidad determinante de la cultura en que el individuo ha ido
desarrollando su intelecto y su sensibilidad, hasta la personalidad intrínseca
del individuo que, superando y trascendiendo cultura o mentalidad, por su
propio impulso adopta una de las seis.
Así las cosas y en todo caso, pese a vivir
sobrecogidos por el cambio y el torbellino del cambio, lo que sí perdura es la
necesidad de perdurar del ser (del yo, cualquiera que sea la forma), la necesidad
de ser inmortales aunque nos transformemos en un infusorio que, dadas ciertas
enseñanzas, todo podría ser... Esa necesidad sigue preponderando en toda la sociedad humana, aunque
ciertamente atenuada dicha en los últimos tiempos por la debilidad de la
creencia, porel auge de las ideologías y por el reino definitivo de lo que
desde siempre se ha entendido como sentido común.
Sea como fuere, el hombre y la
mujer fáusticos siguen ansiando no dejar de existir, aunque sea a través de una atractiva metamorfosis. Lo eterno, lo inacabable, lo absoluto, lo
infinito, lo duradero... siguen siendo, sotto voce, la vocación del individuo común. La cuestión es que, si respondiendo por
lo general al atavismo de estas ideas transmitido a sus genes o si superado
el atavismo, podrá razonar con la lógica formal de que disponemos, o no, su preferencia y determinación. Sobre todo si tenemos en
cuenta el diseño mental y la pasión por lo fugaz que se ha adueñado de la
sociedad postmoderna.
Por todo ello opino que la última de las opciones
enumeradas, esto es, la extinción definitiva, a la que se resiste el humano con el denuedo del ser indefenso, del débil, del temeroso que
"necesita" creer, es la que mejor se adecúa a los parámetros del
presente milenio. Pues si, por un chispazo del espíritu trasladado al intelecto
asumimos la idea de la dualidad y de paso la idea de la alternativa que
acompaña a la mayoría de intelecciones y pre-sentimientos, aún me parece más propio
quedarse con esta posibilidad alternativa, práctica, racional e idealista al mismo
tiempo: o no hay nada después de la muerte, o hay algo mejor cuya
naturaleza, por el mismo propósito catártico que rebusca este razonamiento,
debiéramos renunciar a descifrar.
DdA, XII/3230
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