Antonio Aramayona
Ayer me topé con la palabra “consunción” (RAE: Acción y efecto de consumir o consumirse. Extenuación,
enflaquecimiento. En términos médicos: Adelgazamiento y pérdida de fuerza, que se observan
en todas las enfermedades graves y prolongadas). Acabé saltando a esta otra
palabra: “emaciación” (adelgazamiento morboso, peso inferior al que corresponde a la estatura; en la
mayoría de entradas encontradas en Google (¡está al servicio del mundo rico),
está relacionada con el VIH: la emaciación producto del hambre, la hambruna y
la malnutrición severa, apenas se menciona).
Enseguida
trasladé ambas palabras a la realidad del corral donde vivo, a esa realidad que
tiene que ver con el marasmo (marasmo es un tipo de desnutrición por
deficiencia energética, acompañada de resultado de un déficit calórico total),
y especialmente con el marasmo anímico, con el marasmo vital. Que, por ejemplo, la UE y el Gobierno en
funciones de Españistán (tanto monta, monta tanto…) den por completo la espalda
a los refugiados sirios y del este sufriente introducidos en sus fronteras no
produce la más mínima reacción entre el común de la población (creo que hablar
en este caso de “ciudadanía” equivale a pervertir su verdadero significado).
Que llevemos cinco años de inhumanos recortes en nuestros derechos
fundamentales sin que no solo no se haya producido una revuelta general entre
los perjudicados y el resto de la ciudadanía, sino que el partido recortador
haya sido el que más votos haya obtenido en las últimas elecciones generales,
prueba el marasmo general en que nos hallamos. Sabemos que hay millones de
parados, miles de profesores/as sin trabajo, pensionistas con pensiones de
miseria, hospitales con plantas cerradas, mientras se conciertan miles de
millones de euros en centros sanitarios privados, etc. etc., pero nada ocurre,
nada se mueve, salvo algunos movimientos en contra de los Desahucios y algunos
grupos de trabajadores/as que han dado ejemplo de lucha y de compromiso. Es el
marasmo, es la consunción de nuestra entidad e identidad.
Vivo en
Españistán, un país –un corral dentro del panorama mundial global- donde hay
gente que pasa hambre, pero nadie muere de hambre. Incluso se habla de qué
hacer con las toneladas de alimentos que las grandes superficies suelen tirar y
abandonar en los cubos de basura de nuestras ciudades. Hay gente necesitada de
muchas cosas, pero ninguna o muy pocas de ellas están en trance de consunción,
de emaciación. Sin embargo, además de la pobreza existente en Españistán y de toda
la gente que bordea o está en pleno trance de caer en la pobreza severa, hay
otra pobreza, igual de grave, debida a la consunción del alma, a la emaciación
del espíritu de un ser humano,
Se trata
de la parálisis de nuestro “pathos”, de
nuestra capacidad de pensar, sentir, hacer y deshacer en el ámbito de los
valores. Lo que sucede nos afecta (en el mismo sentido que las ondas luminosas
que recibimos para ver, o el frío del invierno, para abrigarnos). Pathos,
pasión, padecer, tiene que ver con sentir, aunque finalmente haya terminado
primordialmente en los baúles de las “pato-logías” (enfermedad, sufrimiento,
padecimiento). La enfermedad más grave de Españistán (de Europa y de Occidente
en general) es la consunción de su pathos: nos estamos auto-consumiendo,
auto-engullendo, huyendo del mundo de la solidaridad, de los valores del Humanismo
y la Ilustración, de los derechos de todos y cada uno de los seres humanos del
mundo, a cambio de no perder el trozo de tarta que aún engullimos cada día, a
cambio de nuestro silencio, de nuestro no mirar/mirar hacia otro lado, de que
todo lo que moleste al verdadero pathos de nuestro espíritu no sea nombrado ni
mostrado, y así deje de existir.
En
Españistán el alma es auto-devorada a
cambio de los cachivaches que consumimos. El alma es suplida por sucedáneos puestos
al consumo, hasta tal punto que me estoy preguntando si nos resta algo de alma,
si ya nos parece incluso ridículo hablar de pathos, de alma, de espíritu, de
derechos, igualdad, solidaridad, libertad, fraternidad…
Se nos va
la fuerza por la boca. Hablamos y hablamos y hablamos, y con ello intentamos
justificarnos. Pero la realidad es que el proceso de consunción parece
imparable. Como ya he escrito recientemente (citando a Caparrós): “La pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la
posibilidad de pensarte distinto. La que te deja sin horizontes, sin siquiera
deseos: condenado a lo más inevitable”. En Níger ocurre de pura hambre. En
Españistán, de puro empacho.
DdA, XII/3235
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