Lidia Falcón
En España el sexo predominante en la vejez es el femenino. Hay un 34%
más de mujeres que de hombres mayores de 65 años. El 28,3% de las
mujeres viven solas, lo que supone 4 veces más que los hombres. Sólo el
47,3% de las mujeres está casada frente al 77,9% de los hombres mayores
de 65 años.
El nivel de instrucción es más bajo cuanto más alta es la edad.
Nuestro Ministerio reconoce que entre los mayores aún quedan grandes
bolsas de analfabetismo y población sin estudios. Y lo reconoce sin
rubor ni explicar qué programas ha implantado para corregir semejante
desigualdad social. Las estadísticas publicadas por el CESI explican
que el 5,8% de los mayores de 65 años son analfabetos totales, el 59% no
tiene estudios o solo primarios, el 27,7 posee estudios medios y
únicamente el 7,5 ha alcanzado la universidad. No encuentro en esas
cifras la segregación por sexo.
Se percibe claramente la brecha digital entre las personas mayores de
55 años. En 2014 el 26% de los mayores de esa edad utilizan Internet,
en 2007 eran solo 7 de cada cien. Entre los 65 y 74 años los hombres
utilizan más el Internet que las mujeres.
Este es el retrato, imperfecto, de 4.828.972 mujeres españolas
mayores de 65 años. La mayoría vive sola, generalmente por viudedad, y
percibe una pensión media de 600 euros. No posee estudios universitarios
ni medios, y como explica la UNESCO, tiene gran dificultad de
comprensión lectora.
Pero esas generaciones nacieron desde la primera mitad de los años
treinta hasta el año cincuenta. Es decir vivieron la guerra y la
posguerra. Y las mujeres parieron a todos los españolitos y españolitas
que han poblado el país, los amamantaron, los criaron, los alimentaron,
los limpiaron y lograron que llegaran vivos a la adultez. A la vez, la
mayoría de las que pertenecen a las clases trabajadoras, que a su vez
son mayoría en la pirámide poblacional, trabajaron en todos los oficios.
Todavía en 1964, cuando escribí Los Derechos Laborales de la Mujer, dos
mil mujeres trabajaban en las canteras. Por supuesto grandes sectores
de producción, como el textil, se abastecía de fuerza de trabajo
femenina; en la limpieza, en el cuidado de niños y ancianos, en la
hostelería, en el secretariado, en la enfermería, en la enseñanza de
párvulos, entre otros, la mayoría de los trabajadores son mujeres. Pero
como sus salarios eran miserables y una buena parte ni siquiera fueron
inscritas en la Seguridad social, una enorme proporción se desenvuelven
en la economía sumergida, sus pensiones son un 38% menores que las de
los hombres.
Era el tiempo en que una gran proporción de hogares no tenía
electricidad o agua corriente, las lavadoras y los fregaplatos no
existían, por tanto las mujeres lavaron los pañales y las sábanas en el
río o en el lavadero público, y ni la televisión podía distraer sus
escasas horas de ocio. Limpiaron a mano, sin guantes, con agua fría y
ásperos estropajos, cocinaron en hornillos de carbón y remendaron
interminables horas los calcetines agujereados y las sábanas rotas.
Estos datos, imprescindibles para hacer un pequeño resumen de la
situación de las viejas en España, no han servido para implantar el
respeto a las mujeres mayores. Excluidas del conocimiento, de la
información, despreciadas socialmente al perder la belleza y encanto
femeninos, constituyen el sector de población de menos influencia
económica, cultural y política.
La experiencia electoral última me enseñó cómo los dirigentes de
partidos de izquierda ignoraban absolutamente a esas posibles electoras.
Ninguno de los políticos ha tenido la amabilidad de referirse a ellas. Ni
la pobreza que atenaza a la mayoría, ni la soledad en que están
inmersas, ni la falta de educación a que la dictadura las sometió, son
motivo de los discursos, las promesas ni los programas que han elaborado
y difundido.
El discurso dominante de las formaciones opositoras al gobierno se
refiere ininterrumpidamente a los jóvenes. Cierto que son el futuro de
la nación, y que se encuentran ante la frustración de comprobar que
apenas tienen perspectivas laborales y económicas en nuestro país, y
cierto también que los y las viejas están destinadas a morir
prontamente, pero tanto desprecio por nuestras mayores, al menos no es
amable.
Esos jóvenes, hombres y mujeres, han sido paridos y criados por esas
viejas ignoradas, han podido disfrutar, afortunadamente, de una época de
nuestro país en que ya se había superado la extrema miseria de la
posguerra y por tanto han comido cada día, se han vestido y calzado
decentemente, disfrutan de calefacción y agua caliente -las estadísticas
también nos dicen que la pobreza energética atenaza más a los viejos-, y
sobre todo han estudiado lo que jamás pudieron hacer ni sus padres ni
sus abuelos. Son los habitantes de la era digital y todos los elementos
que la constituyen pasan por sus manos. Han viajado a varios países y se
han intercambiado con sus homólogos en los diversos programas
educativos, y durante una eterna juventud han vivido o viven con sus
padres, porque no han accedido al disfrute de una vivienda propia, pero
eso supone también que mamá sigue lavándoles la ropa y preparándoles la
comida. Y además son protagonistas de las denuncias, artículos, lamentos
y acusaciones de desamparo que lanzan todos los días los políticos y
los medios de comunicación.
Debemos quejarnos de que el único medio de trabajo para multitud de
jóvenes sea la emigración a otros países, pero lo hacen con un título
educativo y si fracasan pueden regresar al hogar familiar.
Sus padres y madres emigraron masivamente en los años cincuenta para
trabajar en los oficios más duros, sin conocer idiomas, con dificultad
sabían el suyo y desde luego ni lo leían ni lo escribían, y debiendo
enviar parte de sus ingresos para ayudar a la pobre familia que habían
dejado atrás.
Esas madres, ahora en una proporción enorme solas, no solo no merecen
la atención de los diversos poderes que se han enseñoreado del país,
sino que son motivo de quejas y críticas por una buena parte de la
juventud hoy tan decepcionada. Son calificadas de ignorantes, lo que es
cierto, como si fuera su culpa, y de atrasadas, lo que no es tan cierto,
porque una parte de ellas nutrió las organizaciones que lucharon contra
el franquismo. Son ignoradas como población cuyo criterio deba ser
tenido en cuenta, ni en las encuestas ni en los discursos políticos se
las estudia en sus particularidades -ya se ha denunciado que las
investigaciones médicas se hacen fundamentalmente con hombres- y no se
denuncia su marginación social.
Oprimidas, perseguidas y explotadas por la dictadura no tuvieron
acceso a la educación ni a los trabajos cualificados, destinadas por su
especialidad reproductora a la maternidad, sometidas a la autoridad
marital, expulsadas a los márgenes de toda influencia política y
económica, durante toda su juventud y madurez, al llegar a la vejez
ahora son insultadas y objeto de reproches y desprecios.
Y por supuesto no pueden aspirar a ser consideradas sujetos de
seducción. Perdida la juventud ninguna va a tener posibilidad de rehacer
su vida sentimental. No así los hombres cuya capacidad de lograr una
nueva pareja independientemente de su edad es casi la misma que en años
anteriores.
Y además cobran 600 euros de media de pensión.
DdA, XII/3211
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