Ana Cuevas
El
próximo 6 de febrero se había puesto en marcha una propuesta que
alentaba a los ultramachos de más de ciento veinte ciudades del
planeta (entre ellas Madrid y Granada) a reunirse para celebrar algo
denominado "el regreso de los reyes".
La
iniciativa partió de un bloguero llamado Roosh Valizadeh que, desde su
plataforma digital, aboga por la legalización de las violaciones y
define a las mujeres como seres inferiores intelectual y físicamente
cuya única misión en este mundo es satisfacer las necesidades de
los hombres como genuinos reyes de la creación. Seguramente, el trauma
de este menda tenga su origen en lo turbio de su propia concepción.
Alguna rata macho (no quiero llamarle "rato" para no herir
la sensibilidad de mis lectores peperos) andaba toda empalmada
persiguiendo un truño enorme cuando se obró el milagro y entre ambos
engendraron al bueno de Roosh. Con menos que esto se han forjado
religiones que, por cierto, también han degradado, oprimido y subyugado
al sexo femenino por el dictamen de un dios barbudo, como Valizadeh, que
definía la supremacía de un género sobre el otro por una cuestión
meramente testicular. Ósea, por cojones.
Lamentablemente,
los cromañones contemporáneos siguen vivitos y coleando escudándose
en la libertad de expresión o en la religiosa para perpetuar su papel de
macho dominante. Personajes como algunos obispos católicos o imanes
musulmanes que, paradójicamente, gustan vestir con faldas y a lo loco
siguen predicando la sumisión de la hembra a los antojos masculinos. En
algunos casos, como en el de ese inspirador libro pergeñado por alguna
mente enferma que se titula "Cásate y se sumisa", no pasan de ser
patéticos panfletos plagiados de aquellos maravillosos años del
franquismo en los que una tal Pilar Primo de Rivera (que por cierto
nunca se casó) instruía a la mujer sobre su papel de esclava
complaciente en su futuro matrimonio. Casi inspira una ternura rancia y
apolillada si lo comparamos con los dramas que muchas otras mujeres
viven en otros países del mundo. Niñas obligadas a casarse con su
violador por sus propios padres, quemadas vivas por no aportar una dote o
lapidadas por una acusación de adulterio independientemente de la
veracidad de su "crimen". Pero hasta en la Europa más civilizada, en
estados como Suecia o Dinamarca y por supuesto en España, miles de
mujeres mueren a manos de su pareja. Hasta no hace demasiados años el
denominado como crimen de honor formaba parte de nuestra legislación y
el asesino podía salir impune si argumentaba que lo había hecho en
defensa de su honra.
Cuando
alguien compara el feminismo con el machismo está dando muestras de una
estulticia intelectual aguda. Algo parecido sería comparar el
abolicionismo con el esclavismo y a nadie en su sano juicio se le ocurre
semejante gilipollez. Sin embargo vivimos en una sociedad extraña donde
periodistas casposos e indecentes no encuentran otra descalificación
contra una mujer que ejerce como política que llamarle mala puta, mal
follada o meterse con su físico. Y les sale de balde. Porque aún subyace
en estos lares esa mentalidad cavernícola y misógina que mira para otro
lado retorciendo la sonrisa.
A
riesgo de que me llamen feminazi (riesgo que asumo gozosamente) yo
animaría a que esas reuniones de ultramachos que se llaman a sí mismos
compañeros de tribu no se prohibieran. Es más, habilitaría un espacio
cómodo y bien cerrado (un penal a ser posible) para que pudieran
juntarse a comparar el tamaño de sus pililas o esas cosas que imagino
que hacen estos talentosos pájaros. Y luego invitaría al evento a
algunos talibanes o senegaleses de erectos y portentosos miembros para
que pusieran en práctica su sueño de legalizar la violación teniendo por
objetivo sus reales panderos. ¿Para qué engañarnos? Lo están pidiendo a
gritos. Si tanto nos odian, ¿para qué nos necesitan? Hagamos realidad
sus más íntimos deseos y dejemos que estos reyes sean reinas por un día.
O por cientos, que no hay que ser mezquinos con los más necesitados.
Quizás encuentren el nirvana mientras algún Mohamed superdotado les pone
a cuatro patas mirando a Cuenca. Amén hermanos.
DdA, XII/3205
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