La publicación en la prensa local salmantina de la breve estancia de Pablo Iglesias en el Hospital Clínico de la ciudad, con motivo del trasplante de riñón a que ha sido sometido mi apreciado amigo Javier Iglesias, ha despertado una serie de infames comentarios que enuncian a las claras el clima de cainita animadversión que Podemos ha despertado en los sectores más conservadores del país. Esa gente miserable refleja con su insidia la que gestan a diario los opinadores de la inquina y del odio en prensa, radio y televisión. Renuncio a exponer aquí los comentarios que en algún medio de Salamanca he podido leer. Difundir la mierda solo contribuye a extender su hedor. Es preciso resaltar, sin embargo, que mi estimado Javier Iglesias lleva muchos meses esperando la oportunidad de un trasplante renal y que durante ese tiempo siempre ha sorprendido a este Lazarillo por su fortaleza de ánimo y su resignación a la hora de sobrellevar las siempre cansinas sesiones de diálisis a las que estaba obligado. La última vez que nos vimos, el pasado 20 de diciembre, pude comprobar hasta qué punto este país merecería mostrar el máximo respeto a quienes como su hijo han comprometido su vida para mejorar la de sus conciudadanos, porque tanto a él como a su padre los mueve un gran corazón. Dirá más de uno que es la amistad lo que me mueve a decirlo. Pues sí, pero no espero ni quiero más que eso, porque merece la pena.
DdA, XII/3205
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