Soy buenista porque el mundo me hizo así. No quiero estar
con los que piden más sangre, porque siempre acaba siendo derramada la
más inocente.
Maruja Torres
Ahora que los hombres de la guerra -incluidas no
pocas mujeres- andan de nuevo sueltos, aunque sería cosa de preguntarse
cuándo no lo estuvieron; ahora que suenen otra vez los tambores, aunque
sea sin orden ni concierto, desafinadamente, como aullidos de cobardes
ventajistas que por fin asoman la cabeza entre las matas; ahora que el
concepto de cordura parece el nombre de una heroína del teatro
victoriano asesinada por su padrastro. Ahora que demasiados sacan
penacho y pocos muestran seso, quiero decir aquí que me siento muy
orgullosa de pertenecer al bando del buenismo.
Porque
si no comulgar con ruedas de molino, ni siquiera con manchados
posavasos, es buenismo, sea bienvenido tal noble sentimiento, y allá
sean confundidos los contrarios, los paladines del militarismo, del
racismo, de la represión y, en definitiva, de ese ojo por ojo que
siempre deja a todos tuertos y que siembra diluvios colaterales de los
que recogemos estos lodos.
Quede muy claro que suscribo por completo el manifiesto ' No en nuestro nombre',
al tiempo que os confieso que mi corazón no alberga duda alguna sobre
que hay que acabar con ISIS y con todos los fanatismos asesinos que lo
nutren y acompañan. No por su religión, sino por sus actos. No por su
raza, sino porque no merecen pertenecer a la raza humana. No por su
situación geográfica, sino en solidaridad con todos los que les sufren,
en esta geografía o en aquella que dicen es suya.
Pero creo que solo se les puede vencer si antes hemos acabado con la
hipocresía de los poderes llamados occidentales, con su doble vara de
medir a los turbios Estados amigos que alimentan de una manera u otra a
ISIS, y si hemos sido capaces de mejorar y aumentar los servicios de
inteligencia. Por encima de todo, hay que conocerles bien. Y hablar
árabe.
Creo también que la única forma de que esta
guerra civil musulmana se salde para bien es, fue y será siempre estar
al lado de quienes deseen vivir democráticamente en paz. Y eso
comprende, más que otra cosa, a los sirios que padecen a ISIS y luchan
contra ellos, a las familias que huyen y nos piden inútilmente refugio, a
nuestros hermanos.
Puede ser demasiado tarde para esto último, por
desgracia; y nunca es demasiado para cagarla de nuevo, como venimos
comprobando desde que Lawrence de Arabia tuvo que decir Diego donde dijo
digo. Si algo sabe hacer Occidente es meterla hasta el fondo y
removerla luego hasta favorecer la aparición de todo el pus posible.
El mundo que recibimos, legado de tantos malos pasos, es este mundo en
el que no podemos confiar ni en nuestros gobernantes, ni en lo que ahora
dicen o callan, con vistas electorales. No tengo idea de qué decidirá
quien gane, aunque puedo adivinar qué harán Rajoy o Rivera si salen
elegidos el 20D. En cualquier caso, gritaré hasta donde haga falta que,
en mi nombre, sólo tienen que entender lo que ocurre, y capacitarse para
intentar mejorar nuestras vidas -las de los sirios, las nuestras- y
detener nuestras muertes.
Sé que parece utópico:
hacerlo bien sin guerras, sin torturas, sin Guantánamos. Dejándoles -y
esto no es utopía: podría conseguirse- sin petróleo, sin ingresos, sin
comunicaciones, y sin capacidad para seducir a los perdidos jóvenes con
sus mitologías de imperio y sacrificio.
Qué quieren
que les diga. Soy buenista porque el mundo me hizo así. No quiero estar
con los que piden más sangre, porque siempre acaba siendo derramada la
más inocente.
Eldiario.es DdA, XII/3140
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