Félix Población
Me acaban de
contar que a un niño de siete años, devoto del Real Madrid y espectador por
primera vez en directo de un partido contra el Barcelona en el Bernabéu
como el de hace días, le cachearon detenidamente antes de acceder al estadio, como si la
autoridad competente lo considerase uno de esos niños palestinos demonizados
por el estado de Israel. Como conozco al niño y su aspecto es el que cabe
presuponer por su edad y condición, me parecen ridículas unas normas de
seguridad que llegan a ese extremo, por mucho que sea el grado de alarma que haya expandido la terrible masacre de París.
Algo así me
inspira la consideración de la eurodiputada francesa de ideología conservadora
Nadine Morano. Estima esta señora que cuando el futbolista franco-argelino
Karim Mostafa Benzema escupió tras la escucha del himno nacional francés, antes
del aludido partido, tal actitud constituyó “una muestra de desprecio y un
insulto a las víctimas, a sus familias y a la nación entera”. Se conoce que la tal Nadine no ha visto muchos partidos de fútbol o, lo que es peor, se ha dejado llevar antes por el prejuicio racial que por lo que es una actitud bastante común entre los jugadores.
La imagen se pudo
ver a través de las cámaras de televisión que difundieron el encuentro a no sé
cuántos millones de espectadores en todo el mundo. Los abogados del jugador
indicaron que está "extremadamente sorprendido por la interpretación que
se ha hecho de ese acto, en general banal, practicado por todos los futbolistas
del mundo". Quienes frecuenten los estadios de fútbol saben que esta
apreciación es cierta, pues si no todos sí es frecuente que bastante jugadores
no tengan reparo en soltar el gargajo sobre el césped, algo que no ocurre en
ningún otro deporte. ¿O alguien se imagina ese hábito en una cancha de
baloncesto, balonmano o fútbol sala?
En ocasiones, como
le ha ocurrido a Benzema en tan solemne circunstancia como la de homenajear a
las víctimas de los atentados de París, la cámara tiene incluso la indiscreción
de filmar el escupitajo en primer plano, lo que a mi juicio hace aún más
repulsivo el efecto, aunque siempre lo sea en cualquier caso y no parezca que importe ni a quienes regulan ese deporte ni a quienes compiten sobre el terreno de juego.
Estoy convencido de que la señora Morano se
ha pasado en su apreciación y que el gargajo de Benzema obedece más a una sucia
costumbre que a una ofensa impensable a las víctimas del terrorismo yihadista.
La eurodiputada no debería haber contribuido con sus palabras al grave riesgo
de sembrar islamofobia. Como tampoco los servicios de seguridad del Bernabéu deberían haberse extralimitado cacheando a un
niño de siete años, devoto del Real Madrid, que acudía al estadio por primera
vez en un día en que lo más importante era cumplir ese sueño y hacerlo contra el máximo rival de su equipo.
DdA, XII/3140
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