Siendo llamativo que el electorado haya venido eligiendo al saqueador que ya
venía precedido del estigma de haber metido al país en una invasión bélica, lo
peor es que los sondeos y pronósticos diversos aun le atribuyen una
importante mayoría.
Jaime Richart
Con lo que sabemos por medios de información, que no son
precisamente de izquierdas (el uno es neoliberal y el otro lo fue pero ahora es
tibio), tenemos bastante. No es preciso esperar a sentencias que se
dictarán a adivinar cuándo pero que en la mayoría de los casos probablemente
serán benévolas o absolutorias.
Partimos de un hecho incontrovertible: grandes porciones del
partido del gobierno se han dedicado al desvalijamiento de las arcas públicas
durante al menos 20 años; y quienes no han practicado la rapiña, la han
consentido. El electorado, como todo colectivo y como las masas, tiene alma
propia. Y a ella, por el resultado final de sus reiteradas decisiones en las
urnas, apunto. El caso es que el cuerpo electoral español viene votando
sistemáticamente de modo masivo a ese partido, con independencia de que casi
la mitad de ese alma haya respondido con cierta sensatez votando al otro
partido de los dos que configuran el bipartidismo virtual de este país. Pero,
siendo llamativo que el electorado haya venido eligiendo al saqueador que ya
venía precedido del estigma de haber metido al país en una invasión bélica, lo
peor es que los sondeos y pronósticos diversos aun le atribuyen una
importante mayoría.
Y esto resulta cuanto menos sorprendente cuando ese metódico
saqueo ha causado una hecatombe social en el país: millones de personas han
quedado en la miseria como consecuencia de la crisis financiera mundial. Pero lo
cierto es que el inmenso caudal de dinero derrochado y el inmenso monto de dinero
desviado de los fines a los que estaba destinado para ir a parar a las cuentas
de unos malhechores que siguen viviendo del producto del saqueo, ha originado
un cataclismo de tal magnitud que de no haberse producido no hubiera sido
necesario “rescatar" a la banca con millones de dinero ajeno cuyo capital
e intereses el país y millones de habitantes pobres habrán de devolver. En todo
caso, por las vías normales de la lógica más elemental, resulta inexplicable que
cuando el partido del gobierno debiera ser borrado del mapa de las opciones
electorales porque ha castigado severamente a una gran parte de la población
española a la privación y a la miseria, de nuevo previsiblemente formará
parte del próximo gobierno.
Visto todo lo cual, las interrogantes que se le plantean a
cualquiera dotado de sentido común son:
El electorado ¿ignora qué ha venido sucediendo?
El electorado ¿refrenda la rapiña?
El electorado ¿prefiere a ladrones de lo público que a honestos
a priori?
El electorado ¿prefiere a cínicos que a sinceros?
El electorado ¿prefiere a gente atildada que a los que visten
con sencillez?
El electorado ¿es tonto?
Y la última opción: ¿el escrutinio está manipulado?
Estas preguntas, de difícil respuesta por separado puesto que
todas forman parte de una respuesta imposible, son absolutamente pertinentes
para un extraño fenómeno de desvarío colectivo que no resulta sorprendente dado
el carácter veleidoso de la España superficial que históricamente domina al resto
de la sociedad.
DdA, XII/3105
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