Gracias a unos y otros, el clima social ha llegado
a un punto sin retorno, y los partidos políticos se van a ver obligados
a admitir que no pueden seguir actuando en contra del conjunto de la
sociedad.
Antonio Aramayona
Cada día se hace más evidente la brecha entre lo que demandamos de
nuestros políticos y lo que obtenemos de ellos. La falta de sintonía
entre la actividad política y la calle tiene una especial relevancia
dado que -lo dice la Constitución de 1978- "la soberanía nacional reside
en el pueblo", "del que emanan los poderes del Estado".
Constitucionalmente, la acción política, sea de carácter legislativo en
los parlamentos, sea en la gestión diaria de la cosa pública, es una
labor delegada por el voto. Sin embargo, "el pueblo soberano" tiene
aspiraciones que el poder político, hasta el momento, no parece
dispuesto a satisfacer.
Aunque la lista de cuestiones en que se da
este desencuentro es larga, quiero referirme concretamente a lo que
ocurre con las conductas eutanásicas y el derecho a una muerte sin
sufrimiento. No hay correspondencia entre lo que la sociedad demanda a
este respecto y lo que el Parlamento ha legislado hasta el momento. Y,
hay que decirlo, no sólo pasa en nuestro país; ocurre también en otros
de nuestro entorno que cuentan con una más sólida tradición democrática.
Basta dar un vistazo a la encuesta trasnacional publicada por The Economist
a comienzos del verano para percatarse cómo, a pesar de un refrendo muy
mayoritario entre los británicos, franceses o españoles a la
legalización de la eutanasia -entre el 70 y el 84%- los parlamentos de
estos países han rechazado recientemente legislar de acuerdo a esa
demanda o, en el caso francés, lo han hecho a años luz de lo que reclama
la sociedad francesa. Cabe preguntarse a quién representan esos
parlamentarios.
Significativamente, los países con más alto grado de aceptación social y menor rechazo son, precisamente, Bélgica y Holanda, que cuentan desde hace años con una ley que despenaliza la eutanasia. La lectura podría hacerse en dos sentidos: en el de que tienen ley como consecuencia del abrumador apoyo ciudadano, pero también en el de que tras más de diez años de aplicación de la ley, la ciudadanía no ha encontrado motivo para la desafección, echando por tierra la falacia de la pendiente deslizante en la que se escudan los responsables políticos del resto de países para no legislar. Un paternalismo, el de los legisladores, claramente injustificado a la vista de los hechos.
Significativamente, los países con más alto grado de aceptación social y menor rechazo son, precisamente, Bélgica y Holanda, que cuentan desde hace años con una ley que despenaliza la eutanasia. La lectura podría hacerse en dos sentidos: en el de que tienen ley como consecuencia del abrumador apoyo ciudadano, pero también en el de que tras más de diez años de aplicación de la ley, la ciudadanía no ha encontrado motivo para la desafección, echando por tierra la falacia de la pendiente deslizante en la que se escudan los responsables políticos del resto de países para no legislar. Un paternalismo, el de los legisladores, claramente injustificado a la vista de los hechos.
Desde luego, la
reivindicación del derecho a decidir sobre la propia muerte con el mismo
grado de libertad que se nos reconoce para diseñar el resto de nuestras
vidas, es una reivindicación silenciosa. La reivindicación de una muerte digna no moviliza la protesta pública en la calle como lo hace la reivindicación de cualquier aspecto de la vida digna;
sea el derecho al trabajo o la vivienda dignos, sean las libertades
públicas. Pero que no se exprese tumultuosamente no significa que no
exista.
La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS del año 2009), además de mostrar el respaldo muy mayoritario de la
sociedad española a la eutanasia y la ayuda médica para morir -respaldo
que es independiente de credos políticos o religiosos-, puso de
manifiesto que la experiencia de muertes cercanas ocurridas con un
sufrimiento intolerablemente obsceno, que hiere la sensibilidad más
atrofiada, afecta a más de la mitad de los encuestados. Sin duda, esta
experiencia lamentable ha ejercido una pedagogía extraordinariamente
útil para que la sociedad se cuestione ideas, culturalmente trasmitidas,
acerca del valor del sufrimiento y de la propiedad de la vida. Pero no
es sólo esta experiencia lamentable que, de hecho, incrementa sólo
ligeramente el grado de apoyo ciudadano a la eutanasia. Es que, por más
que algunos pretendan ignorarlo, e incluso impedirlo, nuestras
sociedades se reconocen a sí mismas más libres cada vez y reclaman a los
poderes que debieran representarles mayores cotas de autonomía.
Sólo
hay que analizar cómo se moviliza la sociedad española ante los casos
que trascienden al ámbito público y, más aun, qué resultados consigue
esa movilización. Basta contemplar el caso más reciente, el de Andrea,
la niña gallega a quienes sus médicos negaban una muerte natural y sin
sufrimiento. La movilización de la práctica totalidad de la sociedad
española, incluidas instituciones que no se distinguen precisamente por
su defensa de la eutanasia, sino todo lo contrario, ha terminado por
torcer el empecinamiento de unos profesionales médicos que, no debemos
olvidarlo, han sido apoyados hasta el último momento por sus
responsables administrativos y políticos, desde el gerente hasta el
presidente de la Xunta, pasando por la consejera de Sanidad que, por
cierto, es la única que lo ha pagado con su cargo.
Cada
vez más clamorosamente, cuando los medios de comunicación cumplen su
deber de informar a la ciudadanía, esta se moviliza en apoyo a quienes
tienen el valor de afrontar públicamente la reivindicación de su
derecho. Y cada vez se escuchan menos voces de fundamentalistas
reclamando, incluso judicialmente, la obligatoriedad de seguir vivos en
cualquier circunstancia. La sociedad avanza, no solo en su convicción de
que la vida -nuestra vida- nos pertenece a cada uno, sino también, y
muy trascendentemente, en el número de personas dispuestas a asumir los
riesgos -y el sufrimiento añadido- que comportan su exposición pública
en situaciones vitales tan deplorables. Y avanza igualmente, con toda
claridad, en el nivel de movilización social que generan con su
testimonio.
Gracias a unos y otros, el clima social ha llegado a
un punto sin retorno, y los partidos políticos -al menos los que
consideran la libertad como el bien más preciado- se van a ver obligados
a admitir que no pueden seguir actuando en contra del conjunto de la
sociedad. Han de empezar a ser conscientes de que no vale con que
algunos tengan posibilidades económicas para sufragarse un viaje a Suiza
o con que siempre quede el recurso de una muerte violenta e indigna. Lo
que la sociedad está reclamando a sus representantes políticos es que
tengan el mismo valor que les reconocemos a esos héroes individuales,
como los padres de Andrea, y que, en el futuro Parlamento que nacerá de
las próximas elecciones, aborden la disponibilidad de la propia vida,
dando cumplimiento al mandato del pueblo.
Con la intención de
llevar el consenso ciudadano existente a favor de la eutanasia al nivel
de movilización que despierte y avise a los responsables de los
partidos, la Asociación Derecho a Morir Dignamente
ha realizado un vídeo en el que decenas de personas, unas anónimas,
otras con rostros conocidos, de la literatura, el periodismo, la
justicia y la cultura en general, reclaman a las futuras parlamentarias y
parlamentarios que regulen la eutanasia en la próxima legislatura.
Se
presentará mañana jueves 8 de octubre a las 19:00 en la Cineteca de
Matadero Madrid (Sala Azcona) con la participación del doctor Luis
Montes, presidente federal de la Asociación y de algunos de los rostros
conocidos que aparecen en el vídeo.
Si te es posible asistir,
considérate invitada o invitado pero, en todo caso, contamos contigo
para que, una vez sea accesible tras su presentación, colabores en su
difusión por las redes sociales. Cuanto mayor sea el conocimiento
público, más garantía de que la voz ciudadana llega a todos los niveles
de la política hasta conseguir que en los programas electorales aparezca
el compromiso concreto de legislar sobre la eutanasia en la inminente
legislatura.
Es tu oportunidad. Es nuestra oportunidad.
El Huffington Post DdA, XII/3101
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