Estamos
en una encrucijada a la que nos ha conducido un capitalismo
antropófago. Esa Europa cicatera que pone muros a la solidaridad y
antepone las ganancias de los bancos y las grandes compañías a las vidas
de la gente, huele a cadáver.
Ana Cuevas
Las Euromarchas contra la
pobreza, la injusticia y la desigualdad avanzan hacia Bruselas para
llevar un mensaje: Otra Europa es posible. Columnas de personas
procedentes de todos los territorios han ido sumándose a esta iniciativa
para poner voz a los desheredados por esa Europa negra que devora a sus
hijos para mayor gloria de sus majestades financieras. Es un ejército
inerme, pacifista (pero no por ello inocuo) compuesto por toda clase de
personas. Jubilados, trabajadores, desempleados, sindicalistas, jóvenes
que se resisten a ser la generación perdida, familias enteras... Seres
humanos con nombres y apellidos que no se resignan a la distopía
predestinada para el futuro de sus hijos.
Ellas y ellos caminan en el nombre de muchos. Se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y se entra en contacto con la realidad que
atraviesan otros seres humanos. Gente como Jose C,, conocido en Sevilla
como Pepe, un padre que tampoco se conforma y que lleva más de 25 días
en huelga de hambre reclamando la atención especial continua durante la
jornada escolar que, por cierto, el menor ya tiene reconocida hace
tiempo. O como otras familias que tienen graves problemas para alimentar
a sus hijos pero que no pierden la esperanza de construir un mañana más
justo. Ellos también caminan alentando las piernas y los corazones de
los marchistas.
A la
Europa de los índices bursátiles y las primas de riesgo no le conmueve
que la pobreza infantil aumente. Sin ningún discurso social, con unos
planteamientos exclusivamente económicos, el proyecto europeo se ha
convertido en la tapadera institucional de los intereses de los
más poderosos. Mientras tanto, la brecha de la desigualdad crece
exponencialmente. Los ricos son cada día más ricos y han aumentado su
número en el parnaso de los millonarios. Por otro lado, la pobreza y la
precariedad clavan sus fauces en un sector cada vez más amplio de la
sociedad.
Los caminantes
de las Euromarchas denuncian que Bruselas no está actuando con
transparencia y mucho menos defendiendo los derechos de los ciudadanos.
Ponen como ejemplo el polémico TTIP que va a dar más poder a las
empresas que a los propios estados. Un tratado que vulneraría derechos
laborales y convenios democráticos de los trabajadores europeos.
Por
eso han tomado la decisión de echarse a andar porque saben que nadie va
a luchar por nuestros derechos... si no lo hacemos nosotros mismos.
Estamos
en una encrucijada a la que nos ha conducido un capitalismo
antropófago. Esa Europa cicatera que pone muros a la solidaridad y
antepone las ganancias de los bancos y las grandes compañías a las vidas
de la gente, huele a cadáver. Podríamos decir, desarrollando una
metáfora, que las Euromarchas son el pre-cortejo fúnebre que anuncia el
óbito de esta podrida alianza. No es que sus corajudas huestes vayan a
derribar el sistema ellos solitos. Digamos que son la voz de los sin
voz. Los que ponen rostro a esas víctimas colaterales de sus juegos de
guerra financieros. Una legión de parias que intuye que hay otro camino,
otra Europa, más a medida de los seres humanos. Todo es empezar a
andar. Paso a paso... pero sin reblar ni para coger impulso.
DdA, XII/3099
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