jueves, 22 de octubre de 2015

EMILIO LLEDÓ: "PARA SER POLÍTICO HAY QUE PODER MIRARSE EN UN ESPEJO Y SALIR SIN TACHA"

Emilio Lledó, ayer en el Aula Magna de LAUDEO.
 Emilio Lledó, ayer en el Aula Magna de LAUDEO
Lazarillo

No me resisto a insertar parte de la mágnífica crónica que mi apreciado Juan Carlos Gea publica hoy en Asturias 24 sobre lo declarado por el filósofo y filólogo Emilio Lledó con motivo de su estancia en Oviedo, donde el viernes recibirá el premio de Comunicación y Humanidades Princesa de Asturias a los 88 años de edad. (Una vez más es de lamentar que un currículum con la solvencia intelectual del que tiene desde hace tiempo Lledó sea reconocido tan tardíamente con ese premio). Según escribe el cronista, Lledó se reunió primero, en un multitudinario encuentro, con profesores y alumnos en el patio central de la Facultad de Filosofía y Letras. Después celebró ante los medios de comunicación una rueda de prensa en el hotel Reconquista, para acabar finalmente en la atestada Aula Magna del Edificio Histórico de la Universidad. Escribe Gea:

"Lledó, con un brío impropio de sus 88 años, les atizó a todos: la educación expurgada de las humanidades por "ignorantes con poder"; una universidad --la española-- "retrógrada, paralizadora, estandarizada, bolonizada, haciendo de los jóvenes obsesos por ganarse la vida", algo que el sevillano considera "un crimen" que "esclaviza" a los estudiantes. 
También contra el economicismo de lo contante y sonante que "no entiende que la riqueza de un país no es su tierra, sus yacimientos o su economía, sino su cultura, su palabra, su literatura"; y contra una política llena de "indecentes" o "ignorantes que deciden sobre nuestras vidas" y que "no han leído la República de Platón o la Política de Aristóteles" para comprender que para ser político "hay que poder mirarse antes en un espejo" y salir sin tacha; unos medios de comunicación que olvidan que "son los verdaderos educadores del mundo contemporáneo", capaces de transmitir "el máximo de enseñanzas, de docencia, de valores", pero que pasan de ser "mediadores a mediatizados" o de ser un depósito de "frases hechas y conceptos resbaladizos"; contra una tecnología que podría acabar "influyendo en nuestras cabezas, en nuestra manera de entender el lenguaje" en una era en la que "nunca estuvimos tan comunicados , pero nunca hubo tanto silencio".
Firme en su condición de griego tardío, de docente "fiel a Grecia" (a la clásica y helenística, se entiende), y constante también en la certeza, tan del siglo XX, en que el lenguaje nos explica y explica el mundo, Lledó insistió una y otra vez en una educación que privilegie "la pasión por lo que se estudia", la "sensibilidad hacia las palabras, hacia los textos", la profesión de una filía que no solo alcance al lenguaje o a la reflexión teórica, sino sobre todo a la relación con otros seres humanos "en un horizonte político y social". O también la inclusión en los programas educativos de la desterrada filosofía, no como asignatura, sino como un "enseñar a pensar", una educación "en la conciencia crítica que la filosofía ha sido siempre en el seno de cada época"; una forma de ver la disciplina filosófica que explica por qué Emilio Lledó no entiende que haya "un poco de escándalo" por la propuesta del PSOE de suprimir la religión de la ESO, pero que nadie levante el mismo revuelo por la supresión de la filosofía.
La resistencia, según Emilio Lledó, pasa por no perder de vista los libros, las palabras, la interpretación, "el gozo del lenguaje pensando con el lenguaje, creando lenguaje que crea libertad, que abre, que no cierra" porque --afirmó en El Milán-- "el lenguaje no solo es la casa del ser sino la vida del ser, la vivienda, la casa que se hace, que se construye texto a texto, lectura a lectura". Palabras que muchos escucharon ayer todavía con aprobación, arrobo y hasta emoción, pero que quizá en apenas unas cuantas promociones empiecen a dejar a los oyentes más jóvenes tan fríos, tan paralizados y tan grumificados mentalmente como teme un Emilio Lledó, que bien podría haber incluido, como excepción, en su logos un aviso muy de una mitología mediática de este tiempo: "Se acerca el invierno".

DdA, XII/3112

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