Aristóteles sale de las aulas para dejar sitio al Cossío. Se va Hegel
y entra Cagancho. Abajo la metafísica, la ética y la fenomenología:
arriba las banderillas, el estoque y el tercio de varas.
David Torres
Cuando José María Mijangos escribió Curso de asesinos por correspondencia,
su descacharrante novela protagonizada por Definitivo Rueca, no podía
sospechar que la realidad iba a rebasarlo por la derecha al proponer
cursillos de torero, banderillero y picador en Formación Profesional.
Por eso los escritores lo tenemos crudo para dedicarnos a la política:
porque carecemos de la imaginación desaforada de un ministro. En la
España del PP la realidad no sólo imita al arte sino que a veces
directamente se lo folla. En este caso sin condón. Del embarazo que
produce esta noticia, no sería raro pronosticar que esas fotos que toman
de recuerdo algunos turistas en la Plaza Mayor, posando junto a un
mexicano disfrazado de torero, lo mismo algún día llevan sello oficial.
La verdad es que ni Mijangos ni nadie con dos dedos de frente podía
prever que esos carteles taruinos ataviados con un espacio en blanco,
para que el turista ponga su nombre o apodo junto al de dos célebres
matadores -6 toros 6- iban a valer por un título de FP.
Así, a lo tonto y sin pensarlo mucho, como ellos hacen las cosas, es
posible que este gobierno acabe de una vez con la lacra del maltrato
animal en España. ¿Cómo? Mediante el sencillo método de incluirlo en el
programa de estudios. Seguramente no haya forma más segura de condenar
la tauromaquia a la ruina y al ostracismo que hacerla obligatoria,
establecer seminarios, tesis doctorales, conferencias y premios. Pronto,
junto al título de matarife, el ministerio de Educación no tardará en
ofrecer cursillos de apedrear gatos y de ahorcar galgos (de ahí a
promover un máster para maridos homicidas y curas pederastas no hay más
que un paso). Poco a poco, a fuerza de exámenes, deberes y ejercicios de
recuperación, lograrán que la muy antigua tradición de masacrar
señoras, niños y mamíferos se extinga por pura desidia, del mismo modo
que ha ocurrido con el oficio de electricista y con el de fontanero.
En su empeño por ir calcando la filmografía completa de los Monty
Python, el gobierno mariano pretende evocar ahora aquella cómica
secuencia de El sentido de la vida en que un profesor de biología
consigue el bostezo unánime de sus alumnos escenificando un coito en
directo. El profesor llama a su esposa que se va desvistiendo con cara
de hastío, hace descender la pizarra -que oculta una cama- y se baja los
pantalones al tiempo que explica las diversas fases del apareamiento.
“¿No te importa que me salte los preliminares, querida? Es que eso lo
explicamos el viernes”. La pobre mujer esboza un gesto de hartazgo
mientras los chavales, aburridos, juegan a pasarse papelitos. “¿Ustedes
creen que yo puedo repetir esto todos los días?” chilla el profesor en
plena faena al sorprenderlos.
Aristóteles sale de las aulas para dejar sitio al Cossío. Se va Hegel
y entra Cagancho. Abajo la metafísica, la ética y la fenomenología:
arriba las banderillas, el estoque y el tercio de varas. Total, no había
otra forma de rematar una legistatura que empezó con mantillas y
peinetas. Al próximo ministro de Educación lo sacamos a hombros. Ozú, mi arma.
Público.es DdA, XII/3108
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