A ambos lados
del territorio comanche-catalán, han propinado a sus compatriotas una
reforma laboral implacable y un deterioro progresivo de la educación y
la sanidad pública.
Ana Cuevas
Los trabajadores de TVE han recibido una surrealista invitación de
parte de la dirección del ente público. A través de Intranet, se les ha
instado a jurar la bandera de España en un acuertelamiento colindante a
sus instalaciones. No parece casual que, semejante ocurrencia, se haya
dado a tan pocos días de las elecciones catalanas. La televisión que
pagamos entre todos tiene serios problemas para mantener la
imparcialidad y la veracidad en su línea informativa. Pero proponer a
sus trabajadores una jura de bandera en defensa de la unidad de España
es un acto propagandístico que huele a azufre rancio. En estos días
podemos observar como los nacionalistas de uno y otro lado se envuelven
en un trapo coloreado para reivindicar su patriotismo. Aunque algunos
pensamos que solo lo hacen para tapar sus desvergüenzas. En el
ayuntamiento de Barcelona, los portavoces del PP y ERC pugnaban por
asomar sus respectivos estandartes desde la balconada. Una bandera de
España y una estelada compitiendo para exaltar el resentimiento entre
dos pueblos condenados a entenderse.
Por
eso creo que en esta ficticia guerra de banderas, a quiénes no hay que
perder de vista es a los abanderados. Esos mismos que, a ambos lados
del territorio comanche-catalán, han propinado a sus compatriotas una
reforma laboral implacable y un deterioro progresivo de la educación y
la sanidad pública. Los corruptos españoles no tienen nada que envidiar a
los catalanes. Y, por desgracia, la impudicia y los recortes
sociales afectan por igual a tirios, troyanos, murcianos o a un señor de
Sabadell.
Cada cual
arrima la bandera al sol electoral que más calienta. Enarbolándola para
apelar al sentimiento más tribal y primitivo de las masas. Para
beneficiarse de la confrontación en vez de intentar poner cauces
constitucionales a las distintas sensibilidades nacionales.
Si quisiéramos, podríamos encontrar la fórmula. Solo es cuestión de voluntad y generosidad. Lo que ahora evidentemente falta.
De
momento, el espectáculo está servido. El arzobispo de Valencia proclama
que la unidad de España es cosa del espíritu santo. Pronto saldrá Artur
Mas diciendo que la independencia es un capricho de La Moreneta.
Lo
que no podemos negar es que a todos, como ya se habrán dado cuenta, se
les da de miedo hacer el indio. Aunque a los que están engañando con
cuentas-banderas de colores, como a los indígenas americanos, es a la
desorientada ciudadanía.
Personalmente,
no tengo querencia a las banderas. Desde pequeña tiendo a dilatar las
fronteras de mi patria. A extenderlas allá donde el corazón y la
solidaridad lo requieran. Todos somos miembros de la misma especie
humana. Evolucionar significa tomar conciencia de ello. Y para eso
estorban los muros y las concertinas. También las falsas patrias.
Como
diría el poeta, soy un alma sin fronteras. La única bandera que he
ondeado al viento en la vida es la multicolor del orgullo gay. Y será
porque nadie me pidió que le hiciera un juramento. Aunque he de
reconocer que jurar, lo que se dice jurar, juro. Con tanto movimiento de
bandera, con tanta manipulación patriotera, con tanto truco de
prestidigitador desprestigiado, me han dado arcadas. Por eso juro
y perjuro (en castellano, fabla, catalán y hasta en algunas lenguas
muertas) sin necesidad de arrimarme a una bandera.
DdA, XII/3089
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