Ahora, como cuando el Holocausto, ¿pero nadie sabía lo que estaba pasando? ¿nadie los podía ayudar?
Jaime Poncela
Los nacidos después de la Segunda
Guerra Mundial vimos desde niños con una mezcla de incredulidad y pánico
los documentales y películas sobre la matanza de judíos en Alemania. A
estos sentimientos se sumaba la impotencia cuando esas imágenes o los
testimonios de los supervivientes recogían la prepotencia agresiva y
criminal de los nazis de turno que, sin oposición alguna, mataban,
violaban, vejaban y gaseaban a familias enteras por la simple razón de
ser judíos. Lo hacían con frialdad burocrática y sin inmutarse, como una
obligación en horario de oficina, según dijo en su descargo al ser
juzgado uno de los ideólogos de la “solución final”. Creo que Adolf
Eichmann. Los niños también morían y sus cuerpos mínimos por edad y la
desnutrición aparecían en las pilas de cadáveres que los rusos y los
americanos encontraron al liberar los campos de exterminio. Nadie se
libraba del espanto. Pero lo que mejor recuerdo es la pregunta que se
hizo en voz alta mi padre mientras veíamos en la televisión uno de esos
programas. “Pero ¿nadie sabía lo que estaba pasando? ¿nadie los podía
ayudar?”.
La foto de un niño sirio de tres años
muerto en la playa y la de los trenes llenos de inmigrantes en las
fronteras de Europa, en las alambradas de Europa, me han impresionado
tanto como las historias del holocausto. Las respuestas dilatorias de
los burócratas europeos me recuerdan a las de Eichmann, y la soledad y
la impotencia de esas familias que visten a sus niños igual que nosotros
a los nuestros me recuerdan a las colas de otros trenes ganaderos que
partieron de Centroeuropa hace 70 años. Y ahora, muchos años después,
pienso en la pregunta en voz alta que hizo mi padre, miro a mis hijos y
sigo sin tener respuesta o las que tengo me asustan más cada día.
DdA, XII/3070
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