Lo cierto es que actualmente en Europa y en
España, la solidaridad y el humanismo han quedado relegados por el aparato
estatal y por los órganos comunitarios, aplastados por el interés bancario.
Jaime Richart
Hay sociólogos que estudian a la sociedad como un organismo vivo, en los mismos términos que se analiza al individuo aislado. Su estómago, su cerebro, su corazón, su sistema nervioso... están en los órganos e instituciones del Estado. El Estado es un ser sensible y razonable, es el concepto de Pizkall. Durkheim, Comte y demás sociólogos positivistas, así lo tratan.
Pero yo voy más allá. Es la
sociedad, y no el Estado el órganismo viviente no humano por antonomasia que
respira, tiene corazón y es feliz o sufre por empatía. Sus manifestaciones de
que es un organismo vivo son numerosas. En una asamblea, el entusiasmo, la indignación, la piedad o el odio tienen su origen como en una conciencia particular. Nos llegan a cada
uno de nosotros desde dentro, se potencian desde fuera y son susceptibles de
arrastrarnos a pesar nuestro. Si un individuo intenta oponerse a una de esas
manifestaciones colectivas, los sentimientos que rechazan se vuelven en su
contra. El Estado funciona igual. Igual, cuando una mayoría insensata no hace
músculo hipertrofiado por anabolizantes de todo él.
Pues bien, como consecuencia
de la creación de la Unión Europea y la adhesión a ella de los países miembros,
y aunque no fuese ésa la idea, se ha ido produciendo una debilidad progresiva
de las naciones del sur, difícilmente evitable y reversible. Creíamos que el
propósito de la Unión era hacernos más felices porque ése es el deber de todo
Estado, y más aún el de una unión de Estados. Por el contrario, nos
encontramos con una enorme debilidad de este país producida a su vez por el
desmantelamiento virtual de sectores básicos de la producción y por efecto
del adelgazamiento de nuestra economía; desmantelamiento provocado por
decisiones políticas acordadas, en teoría, por los estados miembros, y adelgazamiento
provocado a su vez por un endeudamiento probablemente perverso (quizá no
calculado pero efectivo), con la consiguiente prevalencia de las sociedades y
naciones del norte sobre las del sur: lo que ha determinando la anorexia de la
sociedad española y de la griega en estos momentos. Y así como el fútbol o el
tenis han reemplazado para las masas la lucha de gladiadores, la economía
liberal, sustituyendo a la guerra, ha inducido el estrangulamiento financiero
de unos estados por otros; de unos estados debilitados por la trampa y por la
rapiña de sus propios dirigentes que lo han propiciado, por estos otros
estados más fuertes.
La consecuencia es más
debilitamiento de la sociedad, que ya estaba entontecida a causa del
hiperdesarrollo de las nuevas tecnologías en detrimento de la conciencia del
yo, la anomia (ausencia de reglas, por antonomasia morales) y por la tendencia
del poder, del marketing y de los
medios de comunicación que, por el precio de "mantenernos informados"
y a la par desinformarnos, nos aturden.
En resumen, la sociedad
española, por arriba y por abajo, está enferma. Es preciso reaccionar y
adoptar medidas quirúrgicas. La Unión Europea, que pudo nacer con las mejores
intenciones, ha terminado funcionando como un aparato neocolonizador. Y sus
famosos "rescates", han terminado revelándose como el instrumento
diabólico por excelencia al servicio de la dominación "civilizada"
de unos pueblos por otros y de unas naciones por otras. En este aspecto, como
en la colonización tradicional, lo que menos importa son los motivos y las
razones. He leído hace muy poco argumentaciones impecables y por eso mismo tremendas, para explicarnos la conquista de América
como epopeya y justificar el más alto y verdadero derecho que precede a todo
lo demás: el basado en la ley del más fuerte y los “beneficios” que de esa ley
se derivan.
Lo cierto es que actualmente en Europa y en
España, la solidaridad y el humanismo han quedado relegados por el aparato
estatal y por los órganos comunitarios. Aplastados por el interés bancario y
el de accionistas e inversores, ambos, solidaridad y humanismo, quedan
recluidos sólo en el espíritu de asambleas que sienten y padecen al lado del
resto, anestesiado por el supremo egoísmo y por la suprema estupidez. Es indudable
que, como dice Oscar Wilde, los locos se curan pero los imbéciles no. Y si
España está enferma, es porque los idiotas incurables se han aliado a los
grandes depredadores que lo son además “legalmente”.
DdA, XII/3059
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