Quien es verdaderamente un ser
trizado, incompleto, mediocre y miserable es el rico que no cumple con los
preceptos cívicos que le incumben, porque si los cumple no será tan rico.
Jaime Richart
Vuelvo al principio. Sólo hay dos formas de
transformar el mundo y nuestro entorno social. Abandonemos la empresa de
intentar la primera porque es inútil. Todo es una plaza fuerte inexpugnable.
Los grandes cambios, los cambios significativos sólo llegan abruptamente a
través de la guerra o de la revolución que por ahora no estamos dispuestos a
afrontar. Sin embargo la otra, la posibilidad de cambiar nosotros, la
posibilidad de cambiar nuestra rutinaria manera de pensar, de cambiar la
concepción de la vida y del modo de vivirla, de llevar los cambios a la
práctica y proyectarlos sin afectación ni alardes para que cunda el ejemplo,
son acciones y actitudes que están al alcance de todos. Y aunque poco a poco,
pero hoy día rápidamente por efecto de la intercomunicación vertiginosa, los
cambios se irán produciendo en cada sociedad según sus específicas características.
Y todo ello me parece ya relativamente fácil,
porque personalmente creo en todo caso que el modelo según el cual la riqueza
individual es el motor del desarrollo colectivo, está agotado. Ni Adam Smith,
ni Keynes, ni Friedman ni los grandes teóricos que trataron y tratan la riqueza
tuvieron ni tienen en cuenta la variable de las eventuales transformaciones
psicosomáticas del ser humano al que grosso modo consideraron y siguen considerando
invariable en ciertos rasgos, como el de la ambición. Por eso, en sus cálculos
y vaticinios, ignoran y prescinden de las posibilidades de cambio a pesar de
que el humano va pasando progresivamente por fases que, por ejemplo, le están
conduciendo a una conciencia personal cada vez más elevada. Incluso a una
espiritualidad natural más o menos consciente que va excluyendo el egoísmo
superlativo como impulso creativo y fuente de placer. Por otro lado, atisbo el
tedio que acompaña a la superabundancia. Y esto también puede modificar los
presupuestos economicistas hasta ahora tenidos por constantes en la índole del
ser humano como ser social. Casi es obvio que el exceso, los excesos, la hybris,
en sociedades supersaturadas acaban provocando transformaciones en los
comportamientos económicos por efecto del hastío.
Pues, en el milenio ¿creemos ciertamente que
quienes nadan en la abundancia son más felices que quienes nos conformamos con
una vida sencilla y un pasar? Porque aquí está una de las claves para mejor
interpretar el mundo, la riqueza, la felicidad, que es el fin primero y último
del humano sobre la tierra, pero también la economía y las leyes económicas.
El deseo desmedido, la compulsión, la obsesión
por ser rico parecen ya tendencias, ideas y sentimientos primitivos. El esfuerzo
y la iniciativa personal empiezan a no necesitar del frenético afán de
atesorar riqueza, de esconderla en paraísos fiscales, de acumular propiedades,
coches y jets privados. Están en retroceso. La felicidad, por más pálido que
sea su reflejo, empieza a parecerse mucho más a la idea de ver felices a los
demás y proporcionarles bienestar. Esta
leve desviación del viejo objetivo del emprendimiento del emprendedor en tal
sentido, bastará para transformar el mundo, la vida, la estructura de la
sociedad y la coexistencia. Y esto es posible aunque ahora nos parezca
fantasía. Es más, llegará un momento en que el rico sentirá necesidad de
esconderse como ahora se esconde el tabaquista. Ya no está "de moda" ser rico redomado. Por
eso digo que es mucho más fácil el cambio por este camino. Porque bastará la
intuición y la verificación de que somos más felices haciendo felices a los demás
en sentido horizontal, no de arriba abajo, que tratando de acaparar para
conseguir una dicha que nunca lograremos por el egoísmo extremo; a menudo con
consecuencias nefastas para los demás, para la sociedad entera e incluso para
nosotros mismos. No importa que esto parezca o sea en sí mismo una ingenuidad,
la visión de un loco o la percepción de un niño. El hecho ya está constatado
por el espíritu latente o manifiesto en las redes sociales y el sentir que
asoma en periodistas postergados que han roto las cadenas de la sumisión a
intereses y personajes implacables.
Al final, esta pregunta y su eventual
respuesta pueden arrojar luz a lo institucional, económica y políticamente
correcto en el pronto futuro. ¿Es feliz
el rico? La metaparadoja de la vida en el milenio que corre es que los
ricos son desgraciados pese a la apariencia una vez pasados los primeros
momentos de su súbita riqueza cuando así la han obtenido. Y quienes lo son por
herencia o por una conducta irreprochable a lo largo de su vida, tampoco en
este devenir que vaticino se apegarán
tanto a ella como para dañar a la sociedad a la que pertenecen. Pues cumplirán
con sus obligaciones hacendísticas y repartirán sus excedentes con prudencia y
sabiduría. Y quien tiene un techo aunque sea prestado y dispone del sustento
indispensable, empieza a darse cuenta de que ser propietario y ser rico no son
sinónimos de felicidad; de que vivir
sin las ataduras que la sociedad compleja impone es la libertad real, la vida
auténtica tal como la concibe Heidegger. Quien es verdaderamente un ser
trizado, incompleto, mediocre y miserable es el rico que no cumple con los
preceptos cívicos que le incumben, porque si los cumple no será tan rico.
DdA, XII/3030
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