La
pregunta es si vamos a permitir a los enemigos declarados de la
democracia utilizar la maquinaria democrática con el único propósito de
derribar la democracia.
Ana Cuevas
Ignoro de dónde sacó el futbolista Nuno Silva la camiseta con el careto de Franco que exhibió en su presentación como el nuevo fichaje del Real Jaén F.C.. Quizás fue un regalo envenenado o a lo mejor se la compró él mismo en alguna tienda de los horrores-fashion donde venden moda con motivos genocidas para tontos del culo analfabetos y fascistas recalcitrantes y nostálgicos.
Silva se disculpó tras el revuelo alegando una supina ignorancia sobre el personaje y la historia de España. Si el fichaje se hubiera producido en Alemania y el menda hubiera aparecido con una camiseta con la imagen de un Hitler rampante la cosa hubiera sido seria. Seguramente, alguien le habría sacado de su lerdez para explicarle que mostrar la cara de ese monstruo no era nada cool y le habría aconsejado prenderle fuego. Pero al parecer, en las tierras celtíberas, nadie advirtió al deportista que su look era inadecuado y que podía levantar ampollas. Normal. En las clases de historia que se imparten en este país se pasaba de puntillas sobre los cuarenta años de dictadura para no herir sensibilidades. Las supuestas sensibilidades de una derechona fascista que no se esconde en reivindicar un pasado de represión, crímenes y torturas porque se sabe impune ante las leyes. Puede ser que quienes rodean al bueno de Nuno, pese a ser españolitos, tampoco tuvieran clara la biografía del dictador. Hace algún tiempo, en El Intermedio, mostraban a unos cuantos jóvenes un tríptico con las fotos de Kim Jong- Il, Pinochet y el propio Franco invitándoles a que identificaran al dictador español. Apenas unos pocos dieron en el clavo. Incluso algunos señalaban al sátrapa coreano pese a sus rasgos asiáticas. Pero, hasta los que acertaban, se veían incapaces de determinar si Franco había llegado al poder tras ganar unas elecciones y, mucho menos, de explicar el rastro de terror que dejó en sus largos años de mandato.
Eso explica muchas cosas. Por ejemplo que un individuo xenófobo como Xavier García Albiol sea la nueva esperanza blanca del Partido Popular en Cataluña. Albiol, como otros muchos, no comete la torpeza de llevar a Franco en su atuendo como motivo ornamental. Él lo lleva por dentro. Forma parte de su adn. Un adn contaminado de mierda fascista que resiste cualquier lavado en frío o en caliente. Un adn compartido por otros miembros de su partido, como Mayor Oreja, que se refieren al franquismo como una época de extraordinaria placidez.
A Nuno Silva se le puede reprochar p0r su ignorancia. Pero no debemos obviar que muchos españoles lucirían con orgullo la controvertida camiseta mientras empuñan en la mano la bandera del pollo anti-constitucional que simboliza el dominio, a sangre y fuego, de un régimen criminal. Son los mismos que votarían a gentuza como Albiol para que limpiara las calles de inmigrantes, rojos y molestos perro-flautas. Para devolver a nuestro país a esa época de horror y oscurantismo.
La escasa formación que se proporciona en las escuelas sobre esta etapa puede ser parte del problema. Quién desconoce su pasado está abocado a repetirlo. Aunque también ayuda que el Código Penal no considere la apología del fascismo, por sí misma, como origen de un delito. El artículo 510 prevé los delitos de incitación al odio, discriminación o violencia. Pero para que tales actitudes sean punibles es imprescindible que dicha apología provoque directamente un acto de odio, discriminación o violencia, algo muy difícil de demostrar.
En Alemania, el artículo 86 de su Código Penal castiga la propaganda de organizaciones anti-constitucionales y la exhibición de sus símbolos. Levantar el brazo con un saludo fascista o ponerse una camiseta con la foto de Hitler está penado por la ley. Lo mismo sucede en los Códigos Penales de Francia o Italia.
Aquí, mientras se ha perpetrado una ley mordaza que mantenga al populacho con el pico cerrado ante las injusticias de los gobernantes, se apela a la libertad de expresión para quienes celebran la dictadura franquista y lucen sin pudor su simbología.
El historiador Reginald Basset expresó esta misma inquietud con las siguientes palabras: “La pregunta es si vamos a permitir a los enemigos declarados de la democracia utilizar la maquinaria democrática con el único propósito de derribar la democracia”. En España, de momento, la respuesta está en el aire que mece las banderas anti-constitucionales portadas por los herederos ideológicos de los genocidas.
DdA, XII/3041
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