Félix Población
Tal como preveían quienes
pensaban que la victoria de Syriza en las pasadas elecciones no fue una
casualidad, sino una elección muy razonada y consciente del pueblo griego, la
celebración ayer domingo del referéndum en Grecia se saldó con un rotundo triunfo
de la postura promovida por el Gobierno en contra del creciente austericidio programado desde la Unión Europea.
Si en enero una mayoría de
ciudadanos depositó su confianza en Syriza, el presidente Tsipras depositó la
suya en los ciudadanos para que eligieran qué actitud tomar respecto a las mafiosas medidas acordadas en Bruselas. El resultado ha sido una
ratificación de la confianza del pueblo en su Gobierno, una victoria de la
democracia frente a los fantasmas del miedo y las presiones chantajistas de La
Troika, unidas a la propaganda a su favor de la mayoría de los medios de comunicación.
En los últimos días hemos vivido
engañados pensando, tal como se nos informaba de continuo, que Grecia estaba
partida y que las encuestas vaticinaban unos resultados muy ajustados. Quizá lo
hiciéramos también como ciudadanos de un país en el que posiblemente, de
soportar la adversa situación que vive Grecia, no se hubiera dado un resultado
similar. ¿Sería capaz aquí un gobierno, que solo lleva seis meses de gestión, de ganar hasta ese punto la confianza de los ciudadanos ante una cuestión tan trascendente?
Recuerda Pedro Olalla en su
último libro (Grecia en el aire) que cuando Pericles pronunció en el otoño del año 431 a. de C. su discurso en memoria de las víctimas de la
guerra de Peloponeso contra los espartanos, conflicto que trajo consigo una ola de
miseria sobre la población, no se dedicó a elogiar a los héroes de aquellos
combates. Hablo Pericles de la ciudad, de las modélicas y cabales leyes
atenienses y del gobierno de la misma según los intereses de la mayoría y no
los de unos pocos. “De hombres –dice Olalla- que llegaban al arrojo movidos por
la libertad y la reflexión, y no por la ignorancia”.
Pericles, en suma, se sirvió de
la consternación y la adversidad propias de aquellas circunstancias para hacer hincapié en el inmenso logro que había supuesto la
creación colectiva de la democracia. Aquel discurso sirvió para que la
ciudadanía hiciera profesión de lo que era y lo que defendía. Por eso
Isócrates, casi un siglo después -en el panegírico pronunciado en los Juegos
Olímpicos del año 360 a. de C.- tomó como base lo dicho por Pericles para
proyectar el ideal que debería unir a los griegos -una combinación de la areté
individual y la areté política-, base no solo del ideal panhelénico sino del
ideal humanista, del que hoy tanto se carece.
Creo que en la valiente decisión
tomada ayer por el pueblo griego, aunque haya sido decisiva la malhadada
experiencia de los gobiernos que precedieron al de Tsipras y estuvieron a
merced de los dictados de La Troika, también ha tenido su aliento -por distante
que nos parezca- esa virtud glosada por autores como Eurípides, Demóstenes o
Polibio, fundamental para sustentar la democracia. Se llamó parhesia y no sólo
significa honestidad, sino valor: valor para oponerse a una mentira cómoda,
para abrir una brecha en el silencio, para dejar en evidencia una falacia.
Parhesia es lo que ha demostrado ayer la ciudadanía que votó no en Grecia: ha dejado en evidencia la gran falacia democrática que supone una Europa escrita al dictado del poder financiero. Su negativa nos atañe como ciudadanos de una Europa social y solidaria, fundamento de una Europa en verdad democrática, según los intereses de la mayoría y no de unos pocos.
*Artículo publicado hoy también en La Marea
DdA, XII/3020
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