Endeudarse es
perder la libertad y la independencia, cediendo una y otra al prestamista.
Jaime Richart
Todos los países del mundo están en deuda, y los que no lo
están, están embargados. Desde Japón, cuya deuda asciende en 2013 al cósmico
porcentaje del PIB del 245%, hasta Irán que tiene escasamente el 14,5. En
realidad hay dos últimos acreedores que jamás recobrarán el préstamo global:
la humanidad y el planeta. Ambos son quienes pagan las últimas consecuencias
de los excesos que propician la Deuda. Yo, por mi parte, jamás he contraído
deuda alguna. Y así he sabido paladear las mieles de la verdadera libertad...
Endeudarse es
perder la libertad y la independencia, cediendo una y otra al prestamista. Lo
estamos viendo con viveza ahora en la situación que atraviesa Grecia. Por eso
Grecia no debiera tener escrúpulos para recobrar su independencia que, en el
capitalismo financiero, consiste en no pedir ni pagar. La autarquía no es
negativa. Al contrario, es fuente de oxígeno y de libertad.
Porque en la vida
ordinaria, aunque nos pasamos la vida ansiando libertad e independencia, lo
cierto es que la mayoría (y desde luego gobierno y Estados) es capaz de perder
tan preciados valores en un abrir y cerrar de ojos con tal de recibir en un
instante unas migajas o bien sumas siderales a través de los bancos nacionales
o extanjeros; siendo así que al final del proceso de endeudamiento y reembolso
son el Estado, los gobiernos y la ciudadanía quienes responden de la deuda
contraída por los bancos.
Como vemos, es
terrible no ser ni sentirse uno independiente, es terrible endeudarse, es
terrible deber dinero a implacables acreedores. En efecto, la Deuda es una trampa infernal, porque
además, como digo atrás, quien la contrae en realidad no es quien firma el
tratado en cuya virtud el montante del préstamo lo recibe otro, no el obligado
a la devolución sino, como ahora se está viendo en Grecia, quien ha heredado la
obligación de amortizarlo. Si éste la rechaza (como pueden hacerlo los
particulares que heredan derechos y obligaciones) el problema, aun arduo, a
la larga se aminora. Pero si acepta el pago que no puede afrontar sino con un
optimismo peligroso, tampoco resuelve nada. Lo único que hace es aplazar la
ejecución (como la que lleva aparejada todo desahucio), hasta que los
acreedores decidan qué han de hacer si no cumple, y nunca dicen basta. Por
eso la decisión de ejecutar el impago no es económica ni jurídica: es política.
Si no fuese así Japón, que tiene un 245 % del PIB, hace mucho que hubiera
debido declarar la quiebra o haberla declarado técnicamente en su nombre los
acreedores apropiándose, por ejemplo, de cualquiera de sus islas. Y sin embargo
nada de eso ha sucedido ni sucederá.
Grecia, a mi juicio, debiera salir del euro y
refugiarse para su desarrollo en otros
países más solidarios aun en caso de eventuales incumplimientos. Ganaría en
tranquilidad y en propia estima. No debemos permitir que las razones
economicistas atraviesen y emponzoñen la vida colectiva. Es de nobles pagar las
deudas, pero también es de estúpidos tratar de liquidarlas sin tener recursos,
ni presentes ni futuros, y esforzarse inútilmente en saldar lo que recibieron
otros prestatarios que las han aplicado a su provecho, al despilfarro o al
difuso interés espurio de bancos y personas pertenecientes todos a un
europeísmo prostituido cuyo espíritu está trufado de economicismo sin otros
valores igualitaristas que esperábamos cuando se constituyó la UE, y que
definitivamente se han malogrado o han fracasado.
DdA, XII/3026
No hay comentarios:
Publicar un comentario